martes, 8 de noviembre de 2011

Objetivos


«Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo
F. Nietzsche


Bertrand Russell vivió casi 100 años, y tomaría páginas describir de manera general sus aportes a la filosofía, las matemáticas y la epistemología; pero este no es un post sobre su obra. Russell, que recibió el Premio Nobel de Literatura por sus escritos filosófico-humanistas,  fue además un activista convencido, razón por la que purgó meses de cárcel siendo ya un hombre maduro, y hasta de nonagenario fue arrestado durante una marcha pacifista. A todas luces, fue un hombre realizado. Hace tiempo leí que cuando le preguntaron los periodistas acerca de “el secreto de la felicidad” (típica pregunta para el gran público, que podrá memorizar la respuesta pero nunca leerá un libro de Russell) él contestó “no plantearse objetivos”. Acabo de hacer una búsqueda sobre las citas de Russell, y no encuentro esa frase. Puede ser otro caso de citas apócrifas, pero igual sirve para la reflexión. Cada vez que recordaba esa supuesta cita de Russell, me cuestionaba bastante, porque si bien entiendo que no plantearse objetivos reduce la frustración por no cumplirlos (y así se reduce el stress y las úlceras al duodeno), aumentando entonces la felicidad, no me cabía en la cabeza que alguien como Russell pudiera haber logrado tanto sin una búsqueda consciente y determinada de esos objetivos. Además, y aquí vamos entrando en materia (repito, aunque no lo parezca, este post no es sobre Russell), siempre me han causado una extraña admiración las personas que en algún momento de su vida dedican todas sus energías a un único objetivo. Esa obstinación unidimensional, esa obsesión que pulveriza la importancia de todo lo que no es el objetivo,  me parece fascinante. No tengo certeza de que ese fanatismo puro sea una receta para la felicidad propia o de los seres cercanos, pero sí es una llamativa manifestación de las posibilidades extremas de lo humano. En cierto modo, la vida de esas personas se simplifica, por cuanto es absolutamente claro para qué se levantan cada mañana de sus vidas, una situación que algunos envidiarían. Eso sí, hasta ahora no aparece en la discusión el componente moral del objetivo buscado, porque evidentemente no son igualmente admirables la Madre Teresa, Chico Mendes o Nelson Mandela, que dedican su existencia de manera exclusiva a causas muy nobles, y el sujeto aquél que se ha hecho decenas de cirugías para parecerse a “Superman” (a Christopher Reeve), o esa ex-actriz porno que ya no puede respirar ni caminar con facilidad por los implantes de silicona cada vez más monstruosos que cada año se coloca en los senos para superar su propio récord.

En el mundo de esos seres especiales, hay dos casos que me impactaron mucho y todavía me conmueven cada vez que los recuerdo.  Son los ejemplos de Vitaly Kolayev y Thelma Toole. ¿Qué harías si de un momento a otro perdieras lo que más amas? Le ocurrió a ambos, y a partir de ese instante su vida tuvo un solo sentido, pero diametralmente opuesto.

Vitaly Kolayev vivía con su mujer, Svetlana, y sus dos pequeños hijos, Konstantin y Diana, en Ossetia del Norte, una república del Cáucaso que pertenece a Rusia. Como el trabajo escaseaba, aceptó un empleo temporal de arquitecto-constructor en Barcelona. Llegadas las vacaciones, la familia decidió reunirse en España. El avión de Bashkirian Airlines estaba sobre el lago Constanza, en la frontera entre Alemania y Suiza, cuando se acercó a la trayectoria de un avión de carga de DHL. En ese momento, el danés Peter Nielsen era el controlador responsable del espacio aéreo de esos vuelos y estaba solo en la torre de control de Zurich, a cargo de dos pantallas porque su compañero estaba descansando en un cuarto anexo (una violación de las regulaciones). Además, algunos sistemas de alarma extras estaban en reparación. Los aviones tienen un sistema automático de detección de trayectorias de colisión e instruyen al piloto para evitar el choque. Esa noche, los sensores automáticos se activaron e indicaron a los pilotos del avión de  DHL: descender, y a los pilotos rusos: ascender. Pero, por error,  Peter Nielsen -quien llevaba rato ocupado con un aterrizaje complicado por comunicaciones intermitentes- les dijo a los rusos:  descender. El manual de operaciones del avión de Bashkirian Airlines presenta información ambigua respecto a quién obedecer en un caso de contradicción, si al sensor automático o al humano en la torre de control. Decidieron confiar en el controlador. No hubo sobrevivientes. Vitaly Kolayev llegó a la zona de la tragedia mientras se realizaba la búsqueda de restos y él mismo encontró el cuerpo de Diana, de 4 años. Konstantin tenía 10 años. Ese día terminó lo que había sido su vida. Durante muchos meses permaneció más tiempo en el mausoleo que construyó para su familia que en cualquier otra parte, aislándose del mundo, superando una y otra vez los límites del dolor. Hasta que tomó una decisión. Ahora su vida vacía tenía un sentido. Intentó contactarse con la empresa a cargo del control aéreo, para preguntar nombres, pero no lo recibieron. A pesar de que el nombre del controlador se mantuvo en reserva durante el juicio que finalmente lo absolvió, Vitaly Kolayev lo logró obtener: Peter Nielsen. Luego contrató a un detective privado que le informó que Nielsen, quien había sido retirado del trabajo, vivía en Kloten, un pueblo a  las afueras de Zurich. Hasta allí llegó Vitaly Kolayev a fines de febrero de 2004, casi dos años después del accidente. Se sentó frente a la entrada de la casa de Peter Nielsen, y esperó. Alarmado por la presencia del extraño sujeto, el danés salió a preguntarle qué buscaba. Vitaly Kolayev dice que discutieron -su inglés es muy rudimentario- y que él sacó fotos de sus hijos para mostrarle a Nielsen que había acabado con su tesoro más amado. Dice también que en medio de la discusión Nielsen se sacó de encima de un golpe las fotos que Kolayev le enrostraba y que eso lo enfureció. Dice no recordar nada más. Peter Nielsen, de 36 años, murió desangrado delante de su mujer y sus tres hijos, en el portal de su casa, tras ser apuñalado múltiples veces por Vitaly Kolayev.








A Thelma D. Toole los médicos le dijeron que no podía tener hijos, pero a los 37 años fue madre de John. Nacido en 1937, en Nueva Orleans, John K. Toole fue siempre un niño muy creativo y con sensibilidad artística. A principios de los 60, mientras cumplía con su servicio militar en Puerto Rico, comenzó a escribir una novela: La Conjura de los Necios (A Confederacy of Dunces). Terminó la novela de vuelta en casa, a inicios de 1964. John, un muchacho algo reservado pero dotado de una chispa irónica particular, vivía con sus padres mientras estudiaba un doctorado en lengua inglesa y daba clases en un college.  Con la obra lista, intentó publicarla en una editorial prestigiosa (Simon & Schuster), donde inicialmente tuvo una buena recepción, porque notaban a un escritor talentoso, pero la novela en sí no les convencía, les parecía algo desordenada y banal. Nunca estuvieron satisfechos con las sucesivas correcciones que John hizo al texto, y él mismo no veía posible modificar aspectos que constituían la esencia de su novela. Después de dos años de idas y venidas, y muchas páginas de correspondencia escritas, la decisión de la editorial fue: no se publica la novela hasta que se modifique significativamente. Pero John no veía cómo podía modificarla más sin que dejara de ser su obra. Ya estaba deprimido, frustrado, cuando su madre lo convenció de que intentara mostrarle su novela a un periodista-editor, quien la rechazó con poca cortesía. Esto hundió todavía más a John Toole, y comenzó a beber en exceso y recluirse, además de padecer de jaquecas y mostrar síntomas de paranoia. En agosto de 1968 le confesó a un amigo cercano que la humillación de no poder publicar su libro y las “burlas y confabulaciones secretas” de la gente lo tenían acorralado. En enero de 1969 John Toole desapareció de su casa y dos meses después, en un poblado apartado, conectó el tubo de escape de su automóvil a una manguera y la introdujo en el auto. Tenía 31 años. Entonces, a los 68 años, Thelma Toole se vio despojada de “su tesoro” (así lo llamaba) y enfrentada a la epopeya de sacar adelante un hogar con un marido sordo y con demencia senil. Durante dos años fue el turno de Thelma de hundirse en la depresión y perder el sentido de la existencia. Hasta que un día entró a la habitación de John y encontró sobre el armario el manuscrito de La Conjura de los Necios. Entonces supo que su vida todavía tenía sentido. En los siguientes 5 años, superando la muerte de su marido y el resquebrajamiento de su salud, Thelma envió el manuscrito a ocho editores distintos, obteniendo ocho rechazos. Pero no se rindió. En 1976, se enteró de que un escritor conocido estaba dando clases en una universidad cercana y comenzó a llamarlo y escribirle, para que leyera la novela de su hijo muerto. El escritor la evitó como pudo, hasta que ella se presentó en persona en su oficina con el manuscrito en la mano. Para librarse de una buena vez de la anciana insistente, el escritor decidió leer las primeras páginas, seguro de que encontraría un bodrio intragable. Pero no pudo parar de leer, o más bien sólo se detuvo para reírse a carcajadas, porque la novela de John Toole es una sátira picaresca -y algo disparatada- de la sociedad de su tiempo. Entusiasmado, decidió apoyar a Thelma, pero el camino no sería fácil: tres años más de fracasos editoriales los esperaban. Finalmente, en 1980, cuando Thelma estaba a punto de cumplir 80 años, el escritor consiguió que La Conjura de los Necios se publicara en la pequeña editorial de la Universidad Estatal de Louisiana, con una tirada de apenas 2500 ejemplares. Thelma Toole murió en 1984, pero pudo descansar en paz, ya que alcanzó a ver el éxito meteórico del libro de su hijo, que lo hizo merecedor en 1981 del Premio Pulitzer -el mayor galardón literario en EEUU- y del Premio a la mejor novela en lengua extranjera, en Francia. La Conjura de los Necios ha sido traducida a 18 idiomas y ha vendido más de un millón y medio de ejemplares. John Toole ha sido comparado con Cervantes y Dickens, y es considerado por la crítica como uno de los grandes escritores norteamericanos de todos los tiempos.

7 comentarios:

  1. Que oportuna tu columna porque yo andaba medio enemistado con el fanatismo. Se me había vuelto insoportable su supuesta irracionalidad. Me estaba pareciendo que era imposible conversar con un fanático que no fuera fanático de lo mismo que yo. Me estaba convirtiendo en un fanático antifanatista.
    Tu crónica me hizo volver a pensar en las diferencias entre fanatismo y convicción. Yo había resuelto con esa diferenciación mi problema, adjudicando orígenes distintos a estos dos conceptos. Esa diferenciación me estaba permitiendo validar al “convencido” e invalidar al “fanático”. Pero, como tú dices, podría tratarse sólo de fanatismos con diferentes valoraciones morales. De hecho, entre Mandela y la "tetona" existen millones de fanatismos asociados a distintas y subjetivas escalas de valoración moral.
    Por otro lado, en los ejemplos que muestras me aparece un nuevo contraargumento para la diferencia entre fanatismo y convicción. Yo había asociado convicción con racionalidad y fanatismo con irracionalidad. Pero, mientras Kolayev en un gesto racional decide hacer justicia, la madre de Toole irracionalmente (porque dudo que haya estado segura del valor del manuscrito después de tantos rechazos) decide dedicarse a lograr publicar el libro. O sea, tampoco sería la racionalidad la que hace la diferencia. A no ser que aceptemos que la venganza, como una forma de hacer justicia, es irracional. Yo no estoy seguro de eso.

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  2. Excelente aporte, Ricardo. Me dejaste pensando.

    Creo que el contexto moral del empeño del fanático/convencido es el que nos hace empatizar o no con su obsesión. Pero como dices, entrar al mundo del valor es abrir la puerta a la subjetividad, y entonces es difícil ponerse de acuerdo, sobre todo en la amplia zona gris (los valores extremos llaman al consenso).
    Me parece muy interesante el eje de discusión racional vs. irracional que aportas. Pero esta aproximación, en principio a prueba de fallas, puede también volverse algo fangosa. Hay un cuentista peruano que me gusta mucho (Julio Ramón Ribeyro) que publicó un libro de clasificación difícil (si hubiera vivido esta época, seguro era un blog) al que llamó "Prosas Apátridas". Recuerdo bien que en una de ellas dice algo así como "la locura muchas veces no consiste en carecer de razón, sino en pretender llevar la razón que uno tiene hasta las últimas consecuencias". Pone como ejemplo el que alguien pretenda construir una escalera a la luna, o que convoque a una paella universal a todos los presidentes del mundo para que en una mesa con buena comida y buen vino solucionen todos los problemas. En la misma línea, un libro de Nick Hornby ("Cómo ser buenos"), con su ironía característica, ilustra muy bien los problemas en los que se mete alguien que pretende tomarse en serio aquello de ayudar al prójimo. Su conducta es rápidamente censurada y se sospecha de su salud mental, cuando lo único que hace es llevar a la práctica lo que todos en principio aceptaríamos como correcto (llevar a vivir a tu casa a un menesteroso y darle comodidades, deshacerte de los bienes realmente sobrantes, compartir). Dicho esto, que incluso lo racional/irracional tiene sus matices, paso a comentar los dos casos.

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  3. Comienzo por el más simple: la madre de Toole. Me hiciste ver algo de lo que no me había percatado. Efectivamente, la conducta de la señora no es racional, porque no tenía elementos para juzgar qué tan buena era la obra de su hijo (la señora daba clases de declamación, o sea que estaba lejos del mundo literario). Ella apenas tenía como guía la opinión positiva de Simon & Schuster. Pero es claro que actuó movida por el amor, que aunque la novela hubiera sido un bodrio infumable ella habría puesto las mismas energías. Al final resulta acertando, porque la crítica es unánime en que se trata de una obra maestra, pero ella no tenía cómo saberlo. Entonces reconozco que se trata de un acto irracional, pero me sigue fascinando por igual; y creo que la humanidad le debe algo a esta señora.

    Cuando me enteré de la historia de Kolayev, hace algunos años, mi primera reacción fue empatizar. Valoro mucho la justicia y a veces la venganza es justicia 100% pura, y la veo racional. Por ejemplo, yo apoyaba que la mujer iraní a la que el pretendiente despechado cegó y desfiguró el rostro con ácido aceptara el dictamen de la Ley del Talión, que indicaba que ella misma debía derramar ácido sobre los ojos de él. Ella al final lo perdonó (hubo mucha presión internacional). Volviendo al caso Kolayev, ahora, con más antecedentes en la mano, creo que el controlador danés no merecía ser asesinado. Su culpa no fue dolosa. Si bien tiene responsabilidad, no hubo una conducta que facilitara el accidente (como cuando un imbécil se emborracha y acelera su auto a 120 en la calle). Todos los antecedentes se hicieron públicos cuando liberaron a Nielsen, así que supongo que Kolayev sabía de la conjunción de elementos que generó el desastre. Pero decidió ignorarlos, prefirió individualizar al culpable y ejecutar la venganza, para encontrar la paz interior. Puede ser un asunto cultural, porque la venganza es central para explicar la historia de los eslavos, basta mirar a los Balcanes, con menos de cien años acumulados de paz en el último milenio (en realidad, los Ossetios son étnicamente más persas que eslavos, pero los siglos de dominio ruso algo habrán hecho). Digo esto porque cuando liberaron a Kolayev tras un par de años de cárcel, fue recibido como un héroe nacional y nombrado vice-ministro de Vivienda. Creo que el suyo fue un acto irracional también. Pero no veo el aporte a la humanidad.

    Veo complicado generalizar respecto a la racionalidad o irracionalidad de estos seres tan particulares a los que dedico el post. Pero es un tema que sin duda merece una reflexión más seria que estas pocas palabras.

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  4. He aquí otro objetivo llevado a cabo :(
    http://www.eluniversal.com.co/cartagena/internacional/atacante-noruego-que-dejo-77-muertos-aparecio-por-primera-vez-en-publico-531

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  5. Sí, ya comenté algo antes acerca de ese demente nacionalista de derecha al que la prensa no llama terrorista porque no es musulmán. El asesino terrorista es "el atacante noruego" esta vez.

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  6. Y un caso más de un objetivo (el que uno nunca quisiera encontrar) que cambió el centro de la vida de este hombre. 17/25.000 no es mucho, pero sabiendo cómo funcionan las cosas a la criolla... jamás me subiré a uno de esos aviones!
    http://ciperchile.cl/2012/10/10/padre-de-joven-chileno-victima-de-accidente-aereo-en-peru-logra-condena-de-la-mafia-de-%E2%80%9Clos-vuelos-de-la-muerte%E2%80%9D-en-nasca/
    Mónica

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  7. Es verdad. Y otra vez son los hijos los que detonan el mecanismo. Un horror que quisiéramos tener siempre lejos.

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