domingo, 21 de marzo de 2010

El terremoto en Chile

El tercer cataclismo en Chile, luego del terremoto y el tsunami, fue la barbarie en las calles. Junto con una minoría que justificadamente buscaba pañales o leche para niños, cientos (¿miles?) de chilenos de distintas clases sociales saquearon locales comerciales y casas, llevándose alimentos, ropa, colchones, lavadoras, televisores, bicicletas, telas, y lo que hubiera a mano, todo antes que llegara otro a robarlo. No era sólo gente pobre, algunos de los saqueadores se bajaban de costosas camionetas y hacían varios viajes para agrandar su botín. Hubo aislados ejemplos de dignidad y supervivencia de valores, pero el saqueo fue masivo.

Para el trasnochado pseudoanarquista que quiera ver esto como un acto de justicia popular contra las grandes cadenas de supermercados capitalistas y explotadoras, un par de detalles. Uno, justamente al saquear se impidió la distribución de bienes a todos los sectores. Todos tenían algo de plata para comprar lo suficiente para subsistir unos días, con el saqueo y destrucción ya no tuvieron dónde comprar. En lugares donde no se saqueó (pequeños pueblos) las tiendas vendían aunque no hubiera electricidad y entonces no hubo caos social por esa causa. Y ese saqueo fue cualquier cosa menos equitativo, porque no hubo reparto, y aquellos ancianos, niños, o gente con valores, que no querían o no podían competir con las hordas de rapiña simplemente se quedaron con las manos vacías. Dos, el saqueo no distinguió tamaño de negocios, y saquearon también almacenes de barrio o pequeñas tiendas donde la pérdida total significa un aumento en el número de personas sin trabajo. Eso no suena a reivindicación del pueblo.

Los saqueos a las tiendas no terminaban cuando ya no había más productos que robar, porque continuaban con los estantes, los focos, las sillas de las cajeras, los basureros; y recién entonces, le prendían fuego. Los que siempre decían que el lumpen que con su vandalismo ciego e inútil malograba las marchas y manifestaciones legítimas era un grupo minoritario, unos pocos tarados que en lugar de trabajar o levantarse temprano prefieren destruir y robar, se quedaban sin argumentos. Las hordas de animales bípedos atacaban además a los bomberos (para robarles gasolina), a los camiones que intentaban repartir agua o alimentos, y a las cuadrillas de trabajadores que intentaban reponer la electricidad. En Concepción la desgracia descomunal le hacía un lugar a los lugares comunes, y entonces no sonaba a periodista en práctica decir que era un caos dantesco, el “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago hecho realidad, la selva.

Esta barbarie horrorizó a los chilenos, que tenían otra imagen de sí mismos, o al menos creían en esa imagen que se intenta presentar ante el extranjero. Quienes sufrían o veían esto dijeron ante las cámaras palabras duras que hablaban del verdadero Chile, de la ausencia de alma, de miseria humana, de niveles africanos de civilización en contraposición al jaguar de Latinoamérica, etc. Por otro lado, días después se organiza una teletón y masivamente chilenos pobres, clase-media y ricos aportan generosamente, los gestos solidarios de empresas y particulares se multiplican, se ven casos conmovedores de damnificados tratando de contribuir con la poca plata que les queda, y se difunden historias de sacrificios y heroísmos reales durante y después de la tragedia. La meta de recaudación se supera largamente (se duplica), el orgullo nacional parece recuperarse, y la infaltable bandera –emblema de un nacionalismo tan tóxico como el que más- esta vez aparece para simbolizar la voluntad de una nación de recuperarse trabajando duro.

Las preguntas son, entonces, ¿Qué pasó? ¿Apareció algo genuino que estaba oculto, el lado B del Chile exitoso? ¿O fue sólo un descontrol minoritario, exagerado por los medios ansiosos de morbo? ¿Son, finalmente, de alma miserable o de alma generosa los chilenos?

Hay quienes creen que se ha exagerado con este tema. Que finalmente lo que se observó fueron robos, no crímenes contra personas (las hordas amenazaban a los vecinos con saquear sus casas, y éstos se atrincheraron con cuchillos, palos y escopetas; pero las amenazas no se cumplieron: no hubo –o fueron mínimos– casos de robo con violencia). Esto a primera vista parece un análisis lúcido, considerando que en Chile el código penal castiga los delitos contra la propiedad con mayor dureza que los delitos contra la vida. Esto se arrastra desde tiempos de la Colonia y la temprana República, en la que los patrones solían ajusticiar salvajemente a los peones u obreros acusados de robo. En Chile se puede blasfemar con cierta libertad, y declararse adherente de las causas más bizarras, pero apenas alguien insinúa algo que remotamente parezca un ataque al derecho de propiedad, se leen y oyen los desgarrados gritos de horror en los medios escritos y los solemnes edificios donde el poder reside. Se habla inmediatamente del fin del estado de derecho, de amenazas a los cimientos de la civilización occidental, de una hecatombe moral que anuncia el Armagedón. Pero creo que decir simplemente que se exageró con el tema del saqueo, que a fin de cuentas son bienes materiales, es ser un poco miope. El horror no está en las pérdidas económicas de las grandes y medianas empresas. Lo degradante fue que detrás de esa rapiña estaba la idea de apoderarse de algo (de todo lo posible, sin considerar criterios de necesidad) antes de que el otro lo tomara, y por eso atacar el agua, la gasolina, los camiones con alimentos donados. Es ese sálvese quien pueda, que incluye pisotear a niños o ancianos, ese todo vale que aniquila la posibilidad de que los demás se abastezcan, la mayor tragedia. Es la desaparición del otro como sujeto existente, la disolución de la idea de comunidad (pertenencia a un grupo que tiene sus derechos repartidos entre sus miembros), lo que merece las calificaciones de terremoto moral, pueblo maldito, escoria humana, entre otras que se escucharon, considerando además que el escenario NO era de supervivencia o muerte. No era una multitud huyendo de un incendio en un lugar cerrado. No estaba en riesgo la vida de esas personas, como para entender que un instinto animal tomara por asalto la cabina de control. No. No es fácil morir de inanición (lo saben los que han hecho huelgas de hambre) y ninguno de los saqueadores puede justificar lo que hizo apelando al hecho de subsistir.

Teniendo claro que la tragedia moral fue la desaparición de la idea de los demás, la pregunta es si fue casual que esto ocurriera en Chile. Y aquí comienzan a responderse los interrogantes planteados líneas arriba.

Creo que no fue casual. Chile lleva 25 años continuos de hegemonía de un sistema económico neoliberal que ha trascendido la naturaleza dictatorial o democrática de sus gobiernos, la ideología mayoritariamente afín a la derecha o la izquierda de sus parlamentos, y ha terminado por imponerse como una vía única, sin alternativas. Entre sus muchos resultados citables está que Chile, uno de los países más privatizados del planeta, ocupa el lugar 110 entre 124 países en el ranking de inequidad de los ingresos (la brecha entre ricos y pobres). En Chile hay una siniestra alianza entre el poder de los empresarios y el poder del gobierno para esquilmar abusivamente a los usuarios, pero siempre dentro de la legalidad. Las leyes de explotación de recursos naturales, el sistema de salud, de previsión social, de educación superior, etc., TODO está armado pensando en el lucro, en el negocio redondo de unos cuantos a costa del dinero de muchos, de la gente común. Chile es un país donde han convencido a la gente de que hay que pagar por todo si se quiere algo bueno, que lo que es gratis, o subvencionado, sólo puede ser malo. Y entonces –por ejemplo– se multiplican los peajes prohibitivos en carreteras urbanas e interurbanas, cobrando lo que se supone ya pagaba el permiso de circulación, y cuando pasan pocos autos entonces el estado indemniza a las compañías por recaudar menos de lo esperado. Se les dice a los que se quejan que la única manera de tener buenas carreteras es que sean caras. Basta viajar dentro de Sudamérica para darse cuenta de esa falacia, pero poco importa. Nada detiene al enorme y próspero negocio (para algunos) que es vivir en Chile. Pero la gran sociedad de consumo, en la que ya no hay ciudadanos sino clientes, en la que la gente tiene una decena de tarjetas de crédito que sólo le sirven para contraer deudas, la sociedad en la que sólo eres en función de lo que tienes, y si no tienes pues aparentas (aunque para eso haya que endeudarse), esa sociedad que de afuera se veía exitosa, estaba enferma y parece que no todos lo reconocían.

Chile es el país donde en los 90, cuando los teléfonos celulares todavía eran señal de status, la gente portaba y simulaba usar celulares de juguete o de madera. Es el país donde la gente del barrio alto transitaba en verano con más de 30 ºC, muertos de calor, con las ventanillas alzadas para que pareciera que el auto tenía aire acondicionado, e iba a los supermercados a llenar dos carretas con productos, saludar a los conocidos, y luego abandonarlas disimuladamente; y la gente del barrio bajo compraban lustradoras cuando su casa tenía el piso de tierra e instalaban antenas satelitales de cable cuando no podían pagar la cuenta de la luz. Este es el país en el que las entradas más caras de los conciertos (ubicación TOP VIP Platinum MAX ELITE) son más caras que las más costosas en Europa o EEUU, porque los que pueden, felices pagan precios absurdos para sentirse superiores a los que no pueden hacerlo. Debajo de ellos en esa pirámide de Babel, una enorme masa de arribistas se desespera por parecerse a la élite que los desprecia (o al menos a la clase inmediatamente superior), y les ponen a sus hijos los nombres de ellos (ya que no pueden ponerle sus apellidos), los inscriben en colegios a los que van los hijos de ellos, en los que duran lo que se puede durar sin pagar mensualidades, y compran autos que tienen que devolver a los pocos meses al no poder pagar las cuotas, y alquilan casas que no pueden pagar (y no pagan por un año hasta que el dueño pueda sacarlos), y así se arma toda una forma de vivir enfocada en la obtención de bienes para ser, y en el deseo de obtención de bienes para poder parecer lo que no se es.

En esa filosofía del trepado por la montaña social, y en medio de un sistema de todos contra todos, de envidiados y envidiosos, el atajo es validado como justo, no importa que no sea legal. Y eso es precisamente lo que vieron los saqueadores de Concepción en esos días sin policías suficientes para controlarlos: la oportunidad de un atajo hacia los TVs de plasma, las refrigeradoras de dos puertas, las bicicletas importadas, las casacas de cuero, etc. Todo válido, justificado por la noción de que el fin supremo de su existencia (la obtención de un bien) justifica los medios. Si los ricos hacen grandes negocios (y grandes estafas) amparados por el Estado, por la Ley, entonces los que no son ricos tienen el derecho de hacer eso mismo, pero a otra escala, rompiendo vidrios y forzando puertas metálicas, y fuera de la ley. Dos caras de lo mismo, un sistema que de afuera se ve exitoso pero que en realidad deshumaniza a las personas hasta convertirlas en lo que mostraron las imágenes a pocos días del terremoto. En ese proceso de mercantilización, de deshumanización, se desechan, por inútiles, por estorbar en el camino, las ideas de solidaridad, de generosidad, de compartir y disfrutar en comunidad lo que se tiene. Desaparece así la noción del valor de los demás, y queda el individuo solo (o con su familia nuclear), convertido gradualmente en animal babeante y agresivo, con instintos pero sin ideas, aturdido en medio de una noche peligrosa, sin saber a quién atacar. Una triste postal de lo que el neoliberalismo le puede hacer a una sociedad que los demás aplauden.

Para no terminar con tono de velorio, tal vez sea buena idea arrojar una vez más una piedra a la laguna quieta de la certeza y la conclusión. Allá va. Hay muchos chilenos que resisten, como los galos a los romanos en Astérix, y se niegan a obedecer a la gran máquina, chilenos que hacen suyo ese dicho de idealismo aggiornado que dice “antes luchaba por cambiar el mundo, ahora lucho por que el mundo no me cambie a mí”. Ellos son muchos aunque son una gran minoría, pero poco les importa la paradoja numérica o la correlación de fuerzas, porque para la gente con valores –aunque ganen poco y pierdan a menudo– la partida no termina en la llegada.

7 comentarios:

  1. Me gustó tu artículo de opinión terremoto en Chile. Creo que la pobreza intrínseca del alma humana está presente en todo rincón del mundo donde haya humanos. Sólo basta un pequeño estímulo para que pase de ser solapada y escondida, a evidente y verdadera. Sin embargo, hay muchos que permanentemente sobrepasan ese umbral, casi sin estimulo, sin vergüenza, sin siquiera sentirse aludidos. En Chile hay muchos y muchas, posiblemente nutridos por el neoliberalismo, o por el aspiracionismos colonial, por una multicausalidad social espacio-temporal irrepetible. Ni los miserables ni los ricos fueron los que saquearon, sino que los pobres, la gran mayoría.
    Emil Cioran escribió en “Breviario de la Podredumbre” (1949): “Propietarios y mendigos: dos categorías que se oponen a cualquier cambio, a cualquier desorden renovador. Colocados en los dos extremos de la escala social, temen toda modificación para bien o para mal: están igualmente establecidos, los unos en la opulencia, los otros en la miseria. Entre ellos se sitúan -sudor anónimo, fundamento de la sociedad- los que se agitan, penan, perseveran y cultivan el absurdo de esperar. El Estado se nutre con su anemia; la idea de ciudadano no tendría ni contenido ni realidad sin ellos, lo mismo que el lujo y la limosna: los ricos y los mendigos son los parásitos del Pobre. Hay mil remedios para la miseria, pero ninguno para la pobreza. ¿Cómo socorrer a los que se obstinan en no morirse de hambre? Ni Dios podría corregir su suerte. Entre los favorecidos de la fortuna y los harapientos circulan esos hambrientos honorables, explotados por el fasto y los andrajos, saqueados por quienes, aborreciendo del trabajo, se instalan, según su suerte y vocación, en el salón o en la calle. Y así avanza la humanidad: con algunos ricos, con algunos mendigos y con todos sus pobres...”

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  2. Hola Ernesto, redonda conclusión con la que tiendo a estar de acuerdo en términos generales. Sólo un par de cosas que creo vale la pena mencionar.

    Después de recorrer algunos lugares tras el terremoto, en su mayoría rurales, me quedé con la impresión de que la conducta rapiña (me gustó ese concepto, erróneamente yo le había llamado depredación) es algo que se dio principalmente en las ciudades, y en las ciudades más bien “grandes” de Chile. Y no resulta tan novedosa esta lógica rapiña -esta lógica del “winner”- cuando se piensa en situaciones tan cotidianas en Chile como la apertura de la puerta del Banco Estado a las 9:00 en punto de la mañana, la panadería a la hora que sale el pan recién horneado, la huída precipitada del negocio cuando se ha recibido un poco de vuelto demás, o la oferta de zapatos “sólo por hoy” en el fin de temporada de Almacenes Paris. En todas esas circunstancias alguna vez hemos visto a las hordas, la rapiña, en acción. Pero claro, el terremoto nos mostró que ello puede llegar a niveles que muchos de nosotros creíamos inimaginables, impensables. Las cámaras de televisión (además de otros alicientes) hicieron también un poco de lupa para encender un papel al sol, y luego mostraron a todo el planeta el incendio, la mugre bajo la alfombra de Chile, del Chile afelinado (con aires de jaguar) en que algunos -de verdad- viven. Pero, ¿qué hace que en los pueblos chicos, en las pequeñas ciudades la lógica sea distinta a la de las ciudades grandes? Mucho más cercana a la lógica de la solidaridad, a la de “entre todos nos podemos ayudar para salir de ésta”. En muchos lugares la casa mejor parada servía de asilo y lugar de reunión para olla común. En este otro Chile, otro que el afelinado, la sociedad parece ordenarse de otras maneras. Y tal vez tenga algo que ver, se trata de gente en general más pobre que el promedio. Gente de mucho trabajo pero con muy pocas oportunidades de dar un giro en sus vidas ante las actuales circunstancias. (Muchos de ellos el sostén de las grandes mineras, agrícolas y forestales… todos los que generosamente ayudaron a cumplir la meta de la Teletón). Pero este otro Chile permanece escondido bajo la alfombra, compartiendo lugar con la mugre sin merecerlo. Ante el ojo afuerino, entonces, simplemente no existe. O cuando sí, se muestra a modo de documental de pueblo pintoresco donde “los relojes parece haberse detenido” (¿hay una frase más repetida que esa?).

    Y sobre la Teletón… más que generosidad me pareció simplemente una manera distinta de (a)parecer. Pero, aunque sea por eso, me alegra que se haya reunido tanta plata. Poca para lo que se requiere, pero ayuda. No sé de números, pero tampoco hay que saber mucho para hacer un par de sumas y darse cuenta de que muchos de los máximos empresarios de Chile (igual que decir los máximos millonarios) aportaron con sumas por mucho inferiores al 1% de sus ganancias anuales. Y cabe la pregunta, ¿tiene que haber un terremoto para que este grupo de personas se suba a escenario, de un discurso junto a sus 7 hermanos, y done esa cantidad? ¿No puede este, digamos 1%, aportar con la mejoría de los sueldos de sus trabajadores o con la mejoría de las condiciones de trabajo, con su salud, con… de manera constante, sostenible en el tiempo? No pues, porque entonces la generosidad deja de ser negocio, entonces la generosidad sería una manera de vivir y otro gallo nos cantaría. Por otro lado, bien por las personas que aún son capaces de empatizar con la desgracia ajena, aún viviendo la propia. Y mejor aún si esa capacidad no sólo florece como una publicitada (y conveniente) manera de responder ante un hecho particular, sino que se lleva en la sangre y se vive con ella a diario… pues la mayor desgracia ajena la vivimos a diario gracias a las consabidas abismales inequidades sociales que hay en Chile. Y bueno, si es por definir a Chile por mayoría de habitantes, estamos en problemas. Aún si sólo considerásemos este factor de agrupación ¿Quiénes son más?

    Iba a decir algo sobre la bandera, pero me arrepentí.

    L.Suárez.

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  3. Para Webmaster:

    De acuerdo. Cioran, con su a veces indigerible lucidez, pareciera ser el cronista ideal para los días post-terremoto en Chile, y para darle la razón (y razones) a los que no se niegan a reconocer la mala madera de nuestra especie. Me gustó lo de la multicausalidad espacio-temporal irrepetible. Suena a condena a cadena perpetua hecha por un juez al que se le quemó el expediente del caso. Camino sin retorno. Y sin embargo... tanta soberbia como emblema nacional!

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    Para L. Suárez:

    Precisamente. El Chile rural con valores, ese al que queremos rescatar de la condena general, esa isla solidaria, se ha salvado por estar poco conectado con el modelo hegemónico de ser y actuar. Ellos nunca hablaron del jaguar, por eso ahora no tienen que pedirle disculpas a nadie. De alguna manera son mejores por ser menos chilenos (entendiendo por chileno al arquetipo que se vende, se compra y se estafa). Tal vez sea esa la "reserva moral" (otra frase manida) que pueda rescatar a Chile de ser lo que es. No. No soñemos. El bulldozer va en camino, con la orden de comprar barato y vender caro, privatizar, convertir casitas con historia en terrazas de resort o edificios con vista privilegiada (razón para pagar un poco más).

    Y tocas la cuerda clave. ¿Quiénes son mayoría? ¿los buenos o los malos? Creo que la respuesta -si existe- no importa. De nada sirve saber que son 60-40 o 70-30. A fin de cuentas, uno ve lo que quiere ver (o lo que la salud mental necesita que veas) y elige su realidad. Hay días en que elijo ver la flor, hay días en que elijo ver la mierda. Ambas son reales. Tal vez sea mejor idea hablar de la flor, ignorando la mierda. Por eso elegimos ver una buena película en lugar de escuchar al Papa, por eso leemos novelas de gente talentosa en lugar de leer a Coelho, porque la vida es corta y hay que tratar de ser feliz porque ser infeliz es peor idea.

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  4. Quiero aportar con un par de situaciones que también ayudan a desnudar nuestra realidad.

    Un par de días después del terremoto llegué a conce. Ahí un amigo me contó que la noche anterior en su población habían hecho guardia, porque corría el rumor de que llegaría gente de otra población lejana a saquearlos. Supuestamente los iban a saquear porque andaba otro rumor que decía que la gente de su población había saqueado los supermercados del centro. Esa noche los delincuentes tuvieron, al fin, la posibilidad de mostrar su poder armado a toda la población. El resto de los pobladores, por supuesto, sospechaba la magnitud de ese poder. Increíblemente, al otro día me enteré que los supuestos atracadores habían permanecido en su población, también armados hasta los dientes, esperando enfrentarse a hordas de saqueadores que supuestamente vendrían de la misma población que los esperaba a ellos.

    Como atenuante debo decir que no había luz, por lo tanto, no había acceso los medios de comunicación. Las noticias se conocían sólo por radios a pilas que no todos tenían. Tampoco había celulares, pero, tal vez, eso hubiese agravado todo. El correo de las brujas habría sido más expedito.

    Otra. En la noche habíamos recién terminado de comer cuando se escucharon disparos afuera. La población afuera también estaba con barricadas y los vecinos cuidaban todos los accesos. Salimos a ver que pasaba y nos enteramos que en la calle de al lado habían disparados a supuestos DOS saqueadores que pasaron por el cerro. Nuestros vecinos cargaron sus escopetas y se alistaron para el enfrentamiento. Una vecina gritaba que era necesario ser más estrictos con los accesos y negar la entrada a cualquier extraño que quisiera ir a buscar agua a las vertientes del cerro durante la tarde.

    Se respiraba miedo esos días en Concepción. También, como dice tu columna Ernesto, se veía maldad. Sin embargo, sigo creyendo que el miedo y la maldad no son constituyentes de la naturaleza del hombre.

    Concuerdo plenamente con tu análisis, pero creo que entre la columna y los comentarios queda una sensación de miseria humana que no me gusta. El problema no es el hombre, sino las estructuras de lo determinan. Y la creación de esas estructuras tampoco es inherente al ser humano. Las actuales estructuras son un estado en la conformación de nuestra sociedad. La historia no ha terminado. El hombre de trabajo, aquel que llena de valor su trabajo por sobre el valor de la recompensa mensual, aún vive. El trabajador sigue siendo un sujeto de cambio. Y al transformar las bases de las relaciones de producción se transforman todas las relaciones que hoy definen nuestra sociedad. Incluso esas relaciones que dan miedo y vergüenza. Se terminan, por ejemplo, algunos atributos como los que mencionas: los atajos, la envidia y el arribismo.

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  5. Gracias Ricardo por tu aporte a la discusión.

    Efectivamente, la psicosis (justificada por lo vivido, no estoy criticando) fue la protagonista en esas noches de miedo antes de la llegada de los milicos y el toque de queda. Los saqueos a las viviendas fueron en un 95% imaginarios, temores justificados, pero poca realidad, afortunadamente. Un amigo me contaba que en Talcahuano un vecino disparaba al aire todas las noches "para que supieran que aquí estábamos armados". Es ese disparo, escuchado a lo lejos, el que probablemente alimentaba las historias de enfrentamientos con las turbas. Esa situación que cuentas ("no dejemos pasar a los que sacan agua de la vertiente"), refleja un poco esa miseria humana de la que tanto se habló (¡negar acceso a agua que no te pertenece en una ciudad sin agua potable!), y se parece a los relatos de la peste negra en Europa, cuando la gente se moría como moscas y la psicosis hacía ver culpables de los contagios en todos lados, y las masas reaccionaban aniquilándolos sin detenerse a pensar.

    Uff, el tema de la naturaleza humana, tan complejo. Es la base filosófica detrás de las dos grandes miradas ideológico-políticas (capitalismo - socialismo). Y se ha escrito mucho al respecto. Leí alguna vez sobre una tribu africana que un antropólogo europeo había hecho famosa por ser un caso único de gente "mala", porque no había relaciones de amistad o colaboración, todo era egoísmo, hostilidad, y vivían en permanente enfrentamiento, todos contra todos. Años después se metió otro antropólogo a convivir con ellos y encontró algo distinto, que eran un grupo tan altruista o malvado como todos. Los africanos le contaron que el antropólogo anterior había estado en una época de hambruna por una prolongada sequía. La conclusión, tal vez aplicable al terremoto en Chile, era que en las situaciones extremas, de carencia e incertidumbre, aparece el animal humano con su lado básico, instintivo, y la colaboración (patrimonio de la evolución cultural y de algunos grupos animales muy específicos) queda relegada. No sé, no pretendo saber yo si la naturaleza humana es esencialmente mezquina o solidaria. Y tampoco creo que ganemos mucho llegando a una conclusión al respecto. En todo caso, ambos sistemas ideológicos han probado su fracaso en el ideal de hacer progresar al ser humano. Del capitalismo ni se diga, porque crear desigualdad es una señal de que está funcionando bien, y ya hemos visto correr mucha sangre en su nombre. Pero los experimentos socialistas no han sido mejores. Las restricciones a la libertad de expresión y el enriquecimiento de cúpulas dirigentes han sido el denominador común, llegándose incluso a genocidios. El Hombre Nuevo que reclamaba el Che todavía no aparece.

    Coincido contigo en que no es grato percibir derrotismo en los textos, pero no se puede renunciar a la lucidez. El punto es si esa lucidez para ver la degradación te paraliza o no. Creo que allí está la cuestión. Ya lo dijo Gramsci: el pesimismo del intelecto, el optimismo de la voluntad. Pretendo hablar de esto (si los malos son mayoría y cuál es la realidad que queremos ver) en un próximo post. Hasta entonces.

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  6. Veo que todos los comentarios fueron escritos antes del terremoto en el Japón en Marzo del 2011. Como sabemos, a pesar de que el pueblo japonés también fue victima de una terrible catástrofe natural, los observadores internacionales no dejaron de alabar el civismo de ese pueblo tan lejano a nosotros, geográfica y culturalmente hablando. No hubieron saqueos ni cosas por el estilo. Cómo entonces podemos hecharle la culpa a la especie, a la naturaleza humana? Por qué los latinoamericanos somos tan diferentes?

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  7. Si pudiéramos responder esa pregunta...

    Buscando una respuesta rápida, alguien diría que la culpa es de los españoles que nos conquistaron, y de la moral judeo-cristiana que incluyeron en el equipaje, lo que contrastaría un poco con la moral protestante (hablando del norte de Europa y sus territorios) y mucho, muchísimo más con la moral shintoísta. Pero ese es un terreno al que también alcanza mi vasta ignorancia, así que mejor no decir mucho más. En todo caso, las respuestas simples nacen condenadas al fracaso. Porque un ciudadano chino diría que esos mismos admirables japoneses son los que perpetraron la masacre de Nankin, que compite en barbarie con el holocausto nazi (pero ha recibido menos prensa en este lado del mundo).

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