sábado, 5 de junio de 2010

Contra la religión

Hace algunas semanas estaba en una librería del aeropuerto de Toronto, la ciudad más cosmopolita de Canadá, y me llamó la atención escuchar unas risas constantes que sonaban a genuina alegría y no a esa risotada adolescente impostada que busca hacerse notar, y que puede ser tan irritante. Las risas provenían de la muchacha que atendía y dos amigas que la visitaban. Ella era musulmana y vestía velo, las otras dos no, pero las tres hablaban en árabe. Me gustó el cuadro de eclecticismo y de espontaneidad a pesar del yugo que esa vestimenta sugiere. Cuando estaba haciendo la cola para pagar los cuatro libros elegidos, ella todavía tenía la sonrisa puesta, a pesar que ya se había despedido de sus amigas. Me dijo Hello mirándome a los ojos y con una sonrisa que se disipó al ver lo que compraba. Los dos libros de arriba eran de Darwin; mal comienzo. Los dos de abajo, ya eran demasiado: The GOD delusion, de Richard Dawkins, y god is not Great. How Religion Poisons Everything, de Christopher Hitchens (las mayúsculas y minúsculas son tal cual). Cuando me dio el vuelto y la bolsa con los libros, tenía un rictus de amargura y ya no me miró a los ojos. Antes de salir volteé a mirar cómo atendía al siguiente cliente, y ya no sonreía. No puedo saber si le afectaba más la conmiseración de tener tan cerca a un futuro material de combustión en el infierno, o sentirse impura –traicionando alguno de los múltiples y demenciales preceptos del Corán- tocando esos libros que afirmaban lo peor imaginable, que ese Dios (Allah, en su caso) no existe, alojándose tal vez en ella el sentimiento estrella que usan las religiones para manipular a los individuos: la culpa. Como sea, me dio pena ver esfumarse esa alegría que sonaba tan sana. Y el subtítulo del libro de Hitchens me pareció más cierto todavía.
En una carta de 1884 a un amigo cercano, decía el pobre Nietzsche sufrir “… una angustia tan grande y tan profunda, que me pregunto siempre si algún otro hombre la ha padecido. Sí, ¿Quién se da cuenta de lo que significa sentir con todas las fibras de su ser, que tienen que determinarse de nuevo los pesos de todas las cosas?”. Semejante abatimiento se siente de antemano al intentar explicar (¿explicar?) las razones por las que uno se opone a la religión, en particular a la religión católica, que es la he conocido más de cerca por ser la religión hegemónica en occidente (y debo confesar, con algo de vergüenza, que hasta pasados los 20 años me consideré católico; por mi culpa, por mi culpa, por la gran culpa de mis padres que me matricularon en un colegio católico). Digo lo del abatimiento ante la tarea hercúlea porque a primera vista pareciera ser obvio, algo que cualquier persona con un mínimo de intelecto debiera notar, el hecho de que la iglesia – la encargada de administrar y normar la religión- es una institución abominable. Así, abominable; palabra que solemos asociar al inocente hombre de las nieves (el Yeti de los Himalayas, o su variante norteamericana, Pie grande) de quien, hasta donde llega mi vasta ignorancia, no hay registros de crímenes, torturas, atrocidades o enriquecimiento ilegítimo. No se puede decir lo mismo de la católica, apostólica y romana madre de tanto pedófilo que anda suelto (y con la tranquilidad de saberse inmune a las leyes de los hombres y protegido por la jerarquía eclesial). Sí, pareciera ser obvio que si se hiciera una encuesta en la calle preguntando si se desea formar parte de una institución que ha practicado sistemáticamente la tortura, el despojo, la discriminación, que se ha aliado con regímenes genocidas, que es incongruente hasta el hartazgo, y que es falsa en cuanto a su historia, ritos y estructuras (o sea, es una estafa; recomiendo leer La Puta de Babilonia de Fernando Vallejo y Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica de Pepe Rodríguez) y falsa en todo lo que sale de la boca del líder (o sea, es mentirosa), la mayoría de la gente diría yo paso. Sin embargo, allí está, en pleno siglo XXI todavía ostentando mayoría nacional y encaramada en lo más alto del poder en la sociedad. Es difícil de entender y con algo de tristeza uno recurre a la primera explicación a mano: la mayoría de la gente es sencillamente idiota. Ojo, no me refiero al hecho de creer en una divinidad. Como agnóstico civilizado que intento ser, respeto –con algo de indulgencia, eso sí- a quienes quieren creer en que hay un ser superior que los cuida. Esto tiene un cierto valor adaptativo, es a veces hasta razonable, y no en vano la creencia en los dioses es una característica que atraviesa a casi todas las culturas. Porque, seamos sinceros, si estás muerto de miedo atravesando un paraje oscuro y los lobos aúllan cerca, es mejor idea pensar que alguien te protege y no que estás librado a tu suerte (Cioran decía que Dios es una desesperación que comienza donde terminan todas las desesperaciones). Pero de allí a dejarse estafar por los intermediarios (el clero), que no sólo te pintan un dios castigador (por eso no hay que pecar) sino encima te cobran plata, te quitan tu tiempo y –si tienes un poco de mala suerte- abusan sexualmente de ti… creo que hay que ser profundamente idiota. O sea, si quieres negar la aplastante evidencia de la historia antigua y reciente (genocidios, el triunfo permanente de los malos, el poder de la fuerza que siempre se impone, el dolor en los niños), que indica que si ese Dios es todopoderoso entonces es un sádico, y si no lo es (todopoderoso) entonces para qué te sirve… OK, no hay problema, a rezar y colmarlo de salmos y alabanzas por su maldad o inutilidad. ¿Pero para qué la religión, la causante de tantas muertes hace 2000 años y el próximo mes? Me declaro incapaz de entender.
A pesar de la universalidad de la religión, que apunta a una característica intrínseca de la especie, prefiero ser optimista y decido creer que es un asunto de tiempo, de evolución. Morris Schlick, del Círculo de Viena, decía que con la evolución cultural de la humanidad la religión terminaría desapareciendo. Dios lo oiga. Mientras tanto, crío a mi hijo sano y feliz, lejos de la religión, y por lo tanto lejos de las mentes podridas que nos arruinaron el derecho a gozar de nuestro cuerpo sin sentir culpa, que nos trataron de convertir en tarados útiles a su servicio, que gozaron al reprimirnos. Y felices bailamos con frecuencia la Fiesta Pagana de Mago de Oz. Y tranquilos decidimos que es mejor hacer el bien que hacer el mal, o ser solidario en lugar de ser egoísta, no porque esté escrito en unos mandamientos o porque seremos recompensados o castigados en otro mundo por un juez, sino porque uno se siente mejor haciéndolo. Nosotros sonreímos más que ellos. Vamos ganando.

PS: Un par de semanas después de escrito este post, se nos ha muerto Saramago. Sin sorpresa, pero no por eso sin dejarnos un sabor triste y amargo en el alma. Se va uno de los nuestros, uno mejor que nosotros. Ya sigo con el post sobre él, ahora termino copiando una frase suya que me encontré leyendo el especial que hizo El País. Belleza y certeza reunidas, Saramago en estado puro:
"Dios es el silencio del universo, y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio"

3 comentarios:

  1. He leído los tres últimos artículos a medida que los has ido publicando. Este me provocó ganas de opinar. El de Saramago y el del mundial están muy buenos, me parece que tienen una belleza muy profunda… ¡Gracias!
    No tuve tiempo de escribir antes porque estaba enfocado en preparar mi examen de calificación. Aprovecho de contarte que lo aprobé el lunes, no sin pasar por la angustia previa y el mal-rato del momento. El “sangramiento” se llama en la jerga del EBE.

    El problema de la religión me inquieta en dos planos. El primero es la religión en contexto social y el segundo es la religión como atributo humano.
    Sobre religión en contexto, creo que es intolerable el poder que goza la institución iglesia católica y la impunidad de sus miembros. No puede ser que ninguna iglesia tenga influencia en el estado. Tampoco puede ser que tengan derecho a mantener establecimientos de educación, no pueden tener tantas facilidades para adoctrinar niños y jóvenes en los colegios; ni hombres en las universidades. Es cierto que han jugado un rol importante en disminuir los niveles de analfabetismo cuando los estados no han sido capaces de satisfacer las necesidades educacionales, pero no ha sido gratis ni por caridad. La ganancia de la iglesia es la mantención de una población de fieles, algo así como un ejército de fieles. Me parece necesario tomar parte y transmitir el desprecio a los brazos de poder del catolicismo. Plantear la necesidad de una educación laica absoluta, que no conviva con educación religiosa (… y estatal, que no conviva con educación privada, pero eso es otro tema).
    Pienso que es importante el cuestionamiento a la religión y el debate acerca de razón y fe. Como ateo civilizado que intento ser, respeto las creencias de los demás, pero cuando son tangenciales a cosas importantes como la educación y la organización social estoy profundamente dispuesto a discutir.

    La religión como atributo humano es un tema más complejo. Cuando miró la relación trascendente que cubre otras culturas me conmuevo. Me parecen bellos los tan sobredimensionados ritos religiosos indígenas y la cosmovisión que los acompaña. También veo belleza en la rebeldía musulmana y la protección de su identidad. Sin embargo, pienso que son moldes idénticos de dominio y de fortalecimiento de estructuras de poder. La única diferencia es que no so las formas o fuerzas que operan sobre mi. Esa belleza es un atributo humano, íntimamente ligado a la inmaterialidad, a la relación directa con el tiempo y el espacio. El problema es que tarde o temprano esa relación deja flancos débiles que llevan a la pérdida de libertad. No sé, el tema de la trascendencia exige una reflexión profunda.

    ¡Ah! antes de despedirme quería decirte que es envidiable y digna de imitar la crianza llena de razón de Diego.

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  2. Gracias otra vez por aportar, Ricardo. Parece una frase hecha, pero no lo es. El pequeño blog se enriquece con esos comentarios.

    La religión, como casi todo, también tiene sus cosas buenas. Por ejemplo, en las poblaciones andinas o suburbanas donde el alcoholismo es una epidemia que se traduce en violencia cotidiana contra la mujer y despilfarro del sueldo ya miserable, los únicos que han logrado parar ese cáncer social son los mormones y los evangélicos, cuando tienen éxito en adoctrinar. Dicho esto, me reafirmo en que -en la suma final- la religión es mucho más dañina que beneficiosa, trae mucha más muerte que vida, limita al ser humano hasta quitarle todo su brillo y convertirlo en un temeroso zombie repetidor de frases sin sentido.

    Creo que sublimamos e idealizamos un poco las religiones ajenas a nuestra experiencia cotidiana, pero en el fondo todas (o casi todas) tienen el denominador común de la casta sacerdotal parásita que domina las voluntades de los fieles. Otros colores, otros sonidos, otros ritos, pero la estructura es más bien similar. Distinto -y mucho más respetable- es el tema del sentimiento religioso, la creencia del individuo en un ser superior, en la trascendencia. Allí, como buen agnóstico que intento ser, corresponde que guarde silencio.

    Gracias por tus palabras finales, uno trata de hacer lo que cree es mejor y en el camino algo se aprende. Ah, y felicidades por tu éxito en ese examen tan estresante como innecesario.

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  3. Qué curioso, yo pensaba que la mejor manera de incentivar el ateismo era que lo metan a uno a un colegio católico (como en mi caso).

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