domingo, 20 de junio de 2010

Saramago sí nació para esto

Cuando a Saramago le hicieron la primera entrevista después de ganar el Nobel dijo "Yo no nací para esto". Poco rato antes la noticia se la había comunicado una azafata, en la Feria del libro de Frankfurt. Entonces -después contaría- comenzó a caminar sin saber bien a donde ir, sintiéndose profundamente solo.
En este punto retrocedamos la película. Imaginemos a un adolescente que ha tenido que dejar los estudios secundarios para entrar a aprender el oficio de cerrajero mecánico porque la familia es muy pobre y se necesita que todos aporten, porque se pasa hambre y frío. El padre ha conseguido trabajo como guardia en la gran ciudad (Lisboa) y la familia se ha traslado con él. Cada tarde, este muchacho llamado José, al salir de la escuela de formación de cerrajeros, se va caminando hasta la biblioteca pública y devora en silencio los libros que ama y no puede tener, hasta que anochece. Si a este humilde cerrajero, proveniente de una familia de analfabetos sin tierra, alguien le hubiera dicho que 60 años después ganaría el Premio Nobel de Literatura, él seguramente se hubiera sentido herido por la burla cruel, convencido de que no había nacido para eso.
En su discurso de aceptación del Nobel, Saramago narra con bellas palabras la dureza de su infancia en el campo al lado de sus abuelos (y las higueras, bajo las cuales el abuelo le contaba historias al pequeño José en las noches de verano; y las cerdas, cuyos lechones arropaban bajo sus cuerpos en las noches de invierno). El discurso ante la Academia Sueca comienza diciendo "El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir". Desde la primera frase avisa que él va contra la corriente, y eso fue lo que hizo permanentemente este "comunista libertario", como le gustaba definirse. Denunció, utilizando el megáfono que el Nobel significa, cada injusticia legal, cada farsa global, cada guerra abusiva, mientras tuvo voz. No solamente dirigió sus palabras precisas y valientes contra las invasiones yanquis en Afganistán o Irak, la hipocresía criminal del Vaticano, el genocidio de los palestinos a manos de Israel, la industria de armas, el capitalismo transnacional que se lleva las ganancias y reparte las pérdidas, las tragedias sin prensa de los saharauis o Darfur, etc. También le tocó a Cuba su "hasta aquí llegué", cuando fue indefendible la opresión y la existencia del delito de opinión en la isla. En un mundo en el que todos quieren salir en la foto de los ganadores, siempre eligió estar del lado de los perdedores. Pero antes que cualquier otra cosa, Saramago fue un magnífico escritor, con estilo propio y arriesgado. Sí, porque en sus libros, siempre ambiciosos -aunque la historia parezca ser muy simple- y casi siempre muy lúcidos, a menudo se subía a una frase infinita que podía terminar en el más vulgar de los tedios o en la más sublime de las epifanías. Pero así era él. Cuando le reclamaban la falta de puntuación para orientar los diálogos él respondía de buen humor "léalo en voz alta, funciona" (y así es). Trabajador incansable, como honrando la jornada interminable de trabajo de sus abuelos en Azinhaga, la muerte lo encontró a los 87 años con 30 páginas escritas de su siguiente novela. Nos dejó, entre otras contribuciones a la historia de las ideas y la literatura, esa parábola inmisericorde de lo que es la sociedad humana en "El ensayo sobre la ceguera" y ese personaje más entrañable que nadie que es Don José, en "Todos los nombres". Bueno, no es este el lugar para hacer crítica literaria de la obra de Saramago ni yo la persona adecuada. Lo que no quería dejar de decir es que, a la vista de su obra, que es un encuentro de la belleza con la certeza, de la ética con la estética, y a la vista de los alcances de su voz multiplicada por la fama, que deja muchos seguidores para luchar con entusiasmo por esas causas perdidas, creo que Saramago se equivocaba. El mundo necesitaba que naciera, creciera, escribiera y hablara. Saramago nació para esto.

Para terminar, una breve historia personal.

Era 1998. Yo estaba en Uppsala, Suecia, haciendo el doctorado. Como colaboraba en una ONG y una radio de latinoamericanos (ya le llegará su post a esas historias), supe pronto del Nobel concedido a Saramago y de las ideas que defendía. Hasta entonces yo no lo conocía, lo confieso. Poco tiempo después de saberlo, y con curiosidad por el personaje, estando en una librería en Madrid frente a varios de sus libros, elegí comprar El año de la muerte de Ricardo Reis, para comenzar a conocer al escritor. Elegí ese libro porque Ricardo Reis es uno de los heterónimos (otros-yo para decirlo en pocas palabras) de Fernando Pessoa, un poeta existencialista que quiero mucho, y me llamó la atención la ficción que plantea Saramago de Ricardo Reis en Lisboa, conociendo a Pessoa, enamorándose, y defiendiendo su posición de intelectual ajeno al mundo (el marco es la Guerra Civil española). El libro me encantó y ese fue el inicio de mi afición por Saramago (una docena de sus libros me acompaña ahora en mi biblioteca). El caso es que llegó diciembre del 98 y Saramago visitó Uppsala para dar una charla en una biblioteca. Allí estuve y por primera y única vez hice una cola para que me autografiaran un libro (no me gusta ese aspecto de superstar de los escritores, a ellos tampoco, pero esa vez cedí a la tentación). La mayoría de la gente en la cola era sueca y casi todos tenían El evangelio según Jesucristo, su obra más mediática, en su edición en sueco. Cuando llegó mi turno, le pasé El año de la muerte de Ricardo Reis y él hizo un gesto audible de sorpresa grata. Supongo que fue por el libro, editado en 1984, cuando recién comenzaba a sonar en Europa (ese libro y el Memorial del Convento, de 1982, lo llevan a ser conocido por el gran público europeo) o por el idioma del libro. Al agradecerle la firma, y dirigiéndome sobre todo al pensador en voz alta y no al escritor, le dije "El mundo necesita a más gente como Ud.". Inmediatamente me contestó "Todos somos importantes, cada uno en lo suyo, cada uno haciendo su trabajo".

2 comentarios:

  1. Bueno lo de Saramago. No he leido nada de él...ahora creo que comprendo un poco más de sus alcances. No dejo de pesar que en esa frase que te dijo, más allá de un mensaje de humildad sobre su trabajo, hay un mensaje que supone que cada uno sabe a qué debe dedicarse en la vida...o al menos que tenemos que encontrar nuestro oficio. Que bueno sería haberle preguntado cómo saber eso antes de que sea tarde. Por lo que dices, creo que Saramago debió tener una buena respuesta.

    Claudio

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  2. No creas que no tuve ganas de seguir esa conversación, pero por respeto a la gente en la cola detrás de mí, lo deje allí.

    Claro, "cada uno haciendo SU trabajo". No es menor el hecho de descubrir nuestro lugar en el mundo, nuestro quehacer en el mundo. Pero tengo la impresión de que nunca es tarde. Hay gente que después de los 60 años ha encontrado el sentido a su vida y la ha reorientado en consecuencia, dejando frutos visibles para su mundo cercano o la humanidad entera. En alguna parte leí que las personas realizadas en su trabajo son las que cumplen con dos condiciones: 1) gratificación al hacerlo; o sea, que el mero hecho de ejecutar la tarea te haga sentir feliz. 2) sensación de significancia; o sea, sentir que lo que uno hace tiene sentido, que es importante (para algo, para alguien). Nótese que en ninguna parte se menciona el tema de cumplimiento de objetivos. De hecho, Bertrand Russell decía el mejor secreto para una vida larga y feliz (al parecer él la tuvo) era no plantearse objetivos.

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