viernes, 22 de enero de 2010

Vanas excusas

Vuelvo a escribir después de un buen rato. Una de las razones para no hacerlo era no tener el tiempo y la calma para hacerlo como quisiera. En otras palabras, no me animaba al quicky, al rapidito, al peor es nada, en versión relaciones textuales. Y he ahí al maligno oculto tras la vana excusa como la traicionera sierpe bajo el leño reseco en la yerma estepa (Epístola a Timoteo, textículos uno y dos, ambos hinchados). Porque así pasan los meses y no pasa nada. Es la tara de pretender subir posts bien acabados y redactados (o sea, un texto ni precoz ni procaz), informados, redondos, amenos, ni muy largos ni muy cortos (con lo que la geometría se fue al carajo porque antes dije redondos y no hay círculos largos). En fin. No debo olvidar que a lo mejor, por error, claro está, alguien lee este blog. Tal vez alguien quería saber el precio del kilo de pepino en los mercados de Tacna y Google lo mandó a mi blog porque tengo un post donde hablo del loco-micro en la Avenida Tacna y otro donde recuerdo a cara de pepino. Bastaría un lector o lectora como estímulo. Como cuando dictaba clases en el pregrado a hordas de palurdos ignorantes y descubría que había unos tres o cuatro que se diferenciaban de la masa oligofrénica porque usaban sus conexiones neuronales y les gustaba la clase. Para ellos era la clase y por ellos se justificaba todo esfuerzo al prepararla. Bueno, volviendo al punto, tal vez la idea sea simplemente hacerle caso a Wilde cuando dice que para escribir se necesita cumplir con dos requisitos: tener algo que decir, y decirlo.