jueves, 20 de diciembre de 2018

Adiós rodando


No, no es que este blog haya resucitado. Sigue tan muerto como el primer día. Pero no quería que quedara como último post aquél de La Serena en la Edad Media. Tal vez es demasiado bilioso para ser la carta de despedida, la última fachada que verán los vecinos en esa veja casa cerrada por derribo. Así que, sin mayor preámbulo, como el sexo adolescente con las profesionales del amor, paso a dejar este palimpsesto apurado.
Al final, como siempre, los griegos tenían razón: el principal problema a resolver es el del ser. Lo podemos hacer complejo como el viejo y querido Parménides (“el ser no puede no ser”, como aperitivo), pero también lo podemos hacer sencillo. El problema es que la gente no es, así como suena (su silencio existencial). Y para disimular ese vacío con cáscara, para tapar ese pozo infinito, recurren a la tribu. ¿Para qué? Para abrazar y repetir las ideas, pareceres, gestos, filias, fobias y alaridos de otros, en ausencia de los propios. Es como el nacionalismo que explicaba el sabio Schopenhauer (el trade-off entre las razones para sentirse orgullosos de su país y las razones para sentirse orgullosos de sí mismos) pero a una escala menor. Algunos no quieren, otros no pueden, otros ni llegan a enterarse de que no pueden, pero el hecho contundente es que no son, no hay pensamiento propio, no hay personalidad individual. Son copias de copias. Hay tribus inofensivas, como los runners o los clubs de fans de Elvis o Juan Gabriel, o los usuarios de Mac, o los veganos (hmm, pueden no ser inofensivos para su salud, con el cerebro pidiendo B12 y esas cosas, pero dejémoslos tranquilos, porque nos toca más carne en las parrilladas). Podemos sumar a filatélicos y numismáticos, o –pasando ya al siglo 21– a los fanáticos de Fortnite o de personajes de Marvel. Luego están las tribus mixtas, anfóteras, con coexistencia de distintos alelos, el mutante pacífico-ideológico y el mutante agresivo-violento. Aquí encontramos, entre muchos otros, a animalistas, feministas, hinchas de Boca o River, militantes de partidos políticos, y religiosos varios. Finalmente, en el podio de la estulticia, protegidos de cualquier atisbo de razón, están terraplanistas, antivacunas, neofascistas trumpistas, bolsonaristas o sus versiones más criollas, y consumidores/divulgadores de fake news del tipo “todos los inmigrantes haitianos tienen SIDA”. En fin, no hay espacio ni tiempo para mencionarlos a todos, que me perdonen las merecidas omisiones, pero ya está, quedan dichas estas palabras al viento como demorado preámbulo para la ceremonia de sembrar un granito de arena en el desierto. Inshallah.
Para aclarar, sigo escribiendo, pero no aquí (y aquí puede significar muchas cosas, pero mejor lo dejamos ahí). Después de que mi entrañable Amarilis y el país imposible lograra, por sus propios méritos, hacerse un lugar en el escaparate del olvido, publiqué mi libro de cuentos (No ha pasado nada y otros cuentos) con la misma editorial de mi universidad y –curiosamente– nada pasó. Tomo como una honrosa distinción el que recientemente pusieran mi libro de cuentos como el ofertón del mes, seguramente no se debió al hecho de que no se vende ni con suplemento porno, sino porque quieren acercar la cultura a las grandes mayorías. Pero, ya saben, en materia de publicar sus libros, su seguro servidor es acólito del sumo sacerdote creador de la saga “retroceder nunca, rendirse jamás”. Así, el verano pasado me escapé al invierno del norte y en la casa de un querido amigo, en madrugadas ubérrimas y pluscuamperfectas, terminé mi segunda novela. Y ahora heme en el mismo punto de partida, parchís con dado trucado, buscando alguna editorial distraída que la publique. Prefiero no repetir el camino fácil de la editorial de mi universidad. Uds. comprenden, se trata de sacarle las rueditas a la bicicleta (como Freddy Turbina). Así es que acomódense en sus asientos porque esto puede durar para siempre, o un poco más. En los últimos meses ya llevo 5 mails a contacto@editorial...etc ofreciendo el manuscrito de novela no solicitado y en todos los casos he recibido un amable silencio como respuesta. Ah, la novela se llama No encontrarás en mi alma a nadie. Primera persona. 64,000 palabras. 28 capítulos.
Que les vaya bonito.

domingo, 4 de junio de 2017

La Serena en la Edad Media

Vivo en La Serena desde hace poco más de 8 años. Elegí vivir en esta ciudad por su calidad de vida, el clima, la tranquilidad relativa. Hasta los terremotos y tsunamis son moderados. Uno no se puede quejar. O tal vez sí, al menos un poco: el transporte público es un desastre no natural. Pero no quiero explayarme sobre el transporte colectivo y el incivismo de los choferes, los que resultan ser suecos con postgrado en psicología evolutiva si se les compara con sus pares limeños, bestias temibles, verdaderos asesinos sin licencia (de conducir). Todo es relativo. Hoy quiero hablar de la persistencia de la Edad Media en La Serena en pleno siglo XXI.

Todo se debe a “El Libro del Mar”, un texto elaborado por el gobierno boliviano para difundir su visión de la historia de la Guerra del Pacífico y sustentar su posición en el contencioso que tiene con Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Al margen de lo que sentencie la Corte, cada uno tiene derecho a pensar lo que quiera sobre este asunto. Y esa es la gracia: la libertad de escuchar o leer opiniones, y finalmente quedarse con una. Pero en La Serena hay muchos que le tienen temor a la opinión del otro.

Capítulo 1. Feria del Libro de La Serena. Un evento cultural pequeño pero valioso que, en pleno verano, le permite a los turistas gastar su dinero en libros en lugar de tirarlo a la basura en el casino. Los hay de todas las calidades y creo que está bien que así sea. Si hay gente que considera de valor literario la biografía de un youtuber chillón o la de un mafioso organizador de colectas como para ofrecerlas en venta, y hay otros dispuestos a pagar por ello, pues que les vaya bien.  Hasta “Amarilis y el país imposible” estuvo allí (no averigüé si por error se vendió algún ejemplar). A dicha Feria acudieron ciudadanos chilenos miembros de la agrupación Simón Bolívar, un colectivo que busca la integración con los hermanos bolivianos, con el propósito no de vender sino de regalar el Libro del Mar. Horror, anatema, herejía. El alcalde prohibió la actividad blandiendo la torpe excusa de que el libro no tenía nada que ver con el tema de la Feria: la poetisa Gabriela MIstral. Así, para el señor alcalde sí son compatibles con la obra de Gabriela Mistral el libro de predicciones de un tarotista que aparece en TV o un folleto de hierbas con propiedades medicinales. Desconozco si la autoridad edilicia leyó alguna vez un libro en su larga vida como político, porque esa sí sería una buena excusa.

Capítulo 2. Colegio Carlos Condell de La Serena. Un grupo de estudiantes se muestra muy interesado en la asignatura de historia y entonces un funcionario del colegio (miembro de la agrupación Simón Bolívar) les hace llegar una caja con ejemplares de El Libro del Mar, para que puedan comparar la versión que aprenden en los libros oficiales chilenos con la versión boliviana. Horror, anatema, herejía. No solamente requisaron los libros, despidieron al funcionario y el Ministerio de Educación anunció con indignación un sumario. No, el inefable alcalde anunció que investigarán la vulneración de los derechos de los niños, porque una foto de ellos mostrando libros fue divulgada en medios bolivianos sin contar con su autorización. Es de imaginar, entonces, que el señor alcalde tiene la autorización de los numerosos niños que aparecen en una foto en el boletín de noticias de la municipalidad en donde se difunde un taller municipal gratuito de tenis para niños. Esto sugiere que el alcalde al menos leyó los evangelios, particularmente los pasajes donde aparecen los fariseos.

Capítulo 3. Universidad de La Serena. Esto lo comento con vergüenza, porque es mi lugar de trabajo. El bendito Libro del Mar apareció en una foto tomada en la Biblioteca Central, donde estudiantes universitarios aparecen de buen talante mostrando 3 ejemplares donados. Horror, anatema, herejía. La declaración oficial de la Universidad pone énfasis en que no se siguieron los conductos regulares (el paraíso en la tierra para los burócratas) para que esos 3 libros llegaran a la biblioteca. Pero no deja de mencionar que “esta entrega aparentemente se estaría utilizando con fines propagandísticos y de forma engañosa” y que “dada la implicancia y gravedad que pudiese revestir este hecho” lo denunciarán al Ministerio de Educación.  Tras leer esto le escribí un mensaje a un colega del Departamento de Ciencia Sociales: “No puedo sino sentir vergüenza de que nuestra institución, lejos de manifestar una postura razonada, vinculada a la búsqueda del saber (supuestamente es lo que define a una universidad),  aparezca sumándose a las voces que claman con espanto ante la posibilidad de que una visión diferente de la historia pueda ser escuchada o leída. Son reacciones destempladas, fanáticas, propias de un tribunal de la inquisición frente a un libro prohibido. Es la inseguridad del censor, que teme que la visión del otro contamine su dogma. Qué pena. Me pregunto si este es un tema que los académicos de Humanidades han discutido, y si valdría la pena hacer un pronunciamiento en favor del pluralismo de opiniones y alejado del falso patriotismo, el chovinismo que no es otra cosa que una manifestación de ignorancia.” Todavía estoy esperando su respuesta. Al margen del triste oscurantismo y el retorno del Index Librorum Prohibitorum, resulta además lamentable que se preocupen más de los libros que sobran que de los libros que faltan.


A mí Evo Morales me parece un demagogo con escaso apego a la democracia, que no para de maquinar ultrajes a la constitución para poder volver a reelegirse. Y es cierto que usa el conflicto con Chile para subir sus índices de popularidad (la estupidez del nacionalismo se verifica a ambos lados de la frontera). Pero nada de eso justifica la reacción histérica frente al libro que protagoniza este post. En los más de 20 años que llevo en Chile muchas veces tuve que confrontar la versión peruana de la Guerra del Pacífico con la versión chilena, y me sorprendió mucho la ausencia en su visión del papel clave que desempeñó el capital británico (razón del inicio y desenlace la guerra). Pero nunca grité ni insulté, ni fui gritado o insultado; fueron conversaciones cordiales con escasa convergencia final, nada más. Un saludable ejercicio de vida en común. La intolerancia máxima consiste en prohibir la expresión o difusión de la opinión del otro. Y en esa posición se hermanan la Santa Inquisición, el estalinismo, el franquismo, el pinochetismo, el castrismo, el Estado Islámico, etc. (el lector puede continuar la lista)

sábado, 24 de diciembre de 2016

Silencio por favor



Silencio, espero el silencio,
un montón de bocas 
como parlantes
saturan el aire.
Los Tipitos

Hay miles de formas de callar, y casi todas son buenas. La imagen reflejada en el espejo es que hay muchísimas palabras por decir, y casi todas sobran.
Álvaro Díaz, coautor de dos de los rarísimos ejemplos de buenos programas de TV chilena (Plan Z, 31 minutos), en una entrevista al diario The Clinic respondió al periodista que le señalaba la nostalgia de la gente por el antiguo sistema de transporte público:
“¡Porque la gente es como las huevas! A la gente no hay que escucharla, porque es como las huevas. La gente es mediocre.” 
Se puede decir de manera más elegante y articulada, se puede decir con algo más de respeto o conmiseración, se puede citar como respaldo a Schopenhauer, Nietzsche o Eco para sonar más docto, pero no puede cuestionarse la verdad de los dichos de Díaz si por “la gente” entendemos a la mayoría de la población. Y entonces anotamos los programas de TV o radio que la mayoría consume, la elaboración de las opinones de esa mayoría en sus comentarios en la calle o en las redes sociales, su respeto por los derechos del otro o su cuidado de los bienes públicos, y no hay espacio lógico para una conclusión distinta. Pero no vengo aquí a descubrir la rueda ni a revelar la fórmula del agua tibia. Quiero destacar un aspecto particular: en general la gente habla mucho, demasiado, y casi siempre lo hace para decir cosas inútiles, erróneas o irritantes. Como diría el anciano cazador de búfalos con el dinero de todos los españoles, ¿por qué no se callan?
A todos nos ha tocado alguna vez esa señora en el asiento de al lado en un viaje en bus o avión que no deja de hablarnos (trivialidades, por supuesto) por más que miremos para afuera, no despeguemos los ojos del libro que tenemos en las manos, nos pongamos audífonos, o finjamos dormir. No, no se calla. ¿A quién le habla? Si es claro que no le estamos prestando atención, ¿por qué intrincado mecanismo cerebral -o su ausencia- es que sigue hablando? Materia del psicólogo, dirán algunos; ya, pero al menos el psicólogo cobra por escuchar. No digo que sea una mala persona, o que merezca arder en el infierno, a lo mejor es una excelente madre, abuela o tía, con buenos sentimientos y todo eso, pero si no es capaz de quedarse callada yo la saco de la lista de pasajeros del arca para el próximo diluvio universal. Otra variante que uno puede encontrar si la suerte no lo acompaña es la de esas personas que una vez que terminan de decir algo inmediatamente comienzan a contarlo de nuevo, como si uno hubiera estado ausente la primera vez, y a veces completan el ciclo tres veces (hasta cuatro, si les toca escuchar un momento a su interlocutor). He conocido de cerca a cuatro personas así. No sé si se trata de un profundo e incontrolable terror al silencio o de un cromosoma defectuoso todavía no caracterizado por la ciencia, pero es un misterio que alguien tendría que resolver. 
Hace unos meses hice un viaje con mi familia, lo que significó salir de mi burbuja cotidiana en la que -con metódico y costoso esfuerzo- he conseguido estar relativamente protegido de esa cháchara inservible que malgasta el tiempo, empobrece la mente y envenena el alma. Sabía que al exponerme al mundo real, poblado de gente, me tocaría mi dosis de veneno, y así fue. Me limitaré a reseñar dos episodios. 
Uno. Llegamos a pasar unos días de descanso a un hotel habilitado dentro de una casa-hacienda del siglo XVII, un lugar magnífico, apacible, con árboles centenarios en jardines enormes y múltiples salones de techo alto que invitaban al sosiego y la reflexión. Claro, también estaban allí las tétricas salas de castigo para esclavos negros, recordándonos las historias de horror detrás de (casi) todas las historias de opulencia. El caso es que la estadía no pudo comenzar mejor, porque el primer día éramos los únicos huéspedes, las personas que atendían eran muy amables, y el clima era perfecto. Pero el segundo día llegó otra familia, incluyendo abuelos. En principio no parecían ser una presencia amenazante. Esa noche llegamos primero al patio interior donde se servía la cena. Mientras esperábamos que trajeran los platos, llegó el otro grupo familiar. Y de las ocho mesas que tenían a su disposición, repartidas por todo el perímetro del amplio patio, eligieron sentarse exactamente al lado de nosotros. Ya estábamos comiendo cuando quedó claro que su charla a gritos predominaba sobre nuestra propia conversación discreta. Y así tuvimos que escuchar durante toda la cena, sin quererlo, estupideces de muy variado calibre. Entre ellas, destacaba el relato forzado del hombre acerca de las ciudades de Europa o Estados Unidos en las que había estado, en todos los casos avanzando hacia una supuesta anécdota que al final nunca ocurría. Este es un tema reiterado, sobre todo en los chilenos; en el último mes ya me ha tocado escuchar tres veces en pasajeros de vuelos nacionales comentarios innecesarios acerca de sus viajes internacionales. Por otro lado, el abuelo del grupo iniciaba comentarios acerca de los temas más insignificantes (por lo general, conversaciones o situaciones anodinas con otros familiares, como relatar un cumpleaños) que nunca llegaba a concluir, porque dado que sus historias parecían prolongarse hasta el infinito en detalles cada vez más exasperantes, terminaba siendo interrumpido por los demás, generalmente por el hombre que pagaba la cuenta, el de los múltiples viajes en los que no le había ocurrido realmente nada. Así, gracias a ese gregarismo tan típico de personas con mentes débiles y a la correspondiente verborragia banal, esa cena no fue lo que pudo ser. Por supuesto que yo me concentraba en escuchar a los míos, pero en los momentos de silencio (no le tenemos horror) era inevitable la contaminación acústica desde la mesa vecina. En las siguientes ocasiones de almuerzo y cena llegamos más tarde, y así pudimos elegir las mesas más distantes a las de los otros. Como dijo Sartre (otro apellido para la argumentación docta) “el infierno son los demás”. 
Dos. De retorno del viaje a la hacienda tuvimos una escala larga en el aeropuerto de Santiago. Con los años he aprendido que todos los restaurantes allí comparten tres características: precios absurdamente caros, atención mala y comida regular. Por eso es que siempre elijo algo al paso (Starbucks) que no está nada mal. Esa mañana, tras una noche sin dormir en el avión, mi familia comprensiblemente no estaba muy comunicativa. Así que mientras comía un sándwich y tomaba un café, sentado en un asiento largo del Starbucks, decidí abrir mi computadora y avanzar con la revisión de un proyecto. Unos minutos después se sentó a menos de 30 cm de mí una mujer con su amiga, y comenzó la conversación a gritos. El tema era de interés universal, una le explicaba a la otra que había dado en el Starbucks su segundo nombre (Antonella, o Antonela, o Hantonela, o Salmonella, vaya uno a saber) en lugar de su primer nombre (juro que sonaba a Daikiri, Shakiry, Rafiki, Swahili, o algo así) porque si lo hacía “esos tontos nunca iban a saber cómo escribirlo”. Claro hija, el resto del mundo tiene que adivinar la grafía exacta del engendro de nombre que tus padres te pusieron por capricho, alienación, incultura, intoxicación alcohólica, o todas las anteriores. El trascendental tema siguió un buen rato, y para entonces ya había subido el volumen de la música en mis audífonos de 22 a 44 (sí, uso múltiplos de 22 por un trastorno obsesivo-compulsivo). Elegí a Vivaldi (La Stravaganza) como aliado para pasar por encima de la chabacanería y poder concentrarme en la ciencia. Pero con 44 no alcanzaba, y así supe sin quererlo que el tema importante ahora era si fulanita llamó o no llamó cuando dijo que llamó y lo que puso en su facebook, en un discurso en el que -sin contar los artículos- el 70% de las palabras eran hueón, hueona, y cachai. Por cierto, todo era dicho con el tono de quien ha descubierto la cura contra el cáncer de páncreas. Frente a semejante invasión de estupidez químicamente pura intenté primero la telepatía “cállate, cállate ya, ahora”, pero no pasó nada (obtuve mejores resultados con mi perro, lo que me hace sacar alguna conclusión), luego intenté la telequinesis y me concentré en que una silla volara y le impactara el cráneo, pero nada. Así que opté por subir a 88, un volumen excesivo que me aturdía un poco pero cumplía con el objetivo de aislarme de las monsergas de Daikiri Antonella, quien -apuesto un brazo- seguramente se apellida Soto, González o Rodríguez. 
Aclaración: mi punto no es que lo que yo diga sea más interesante o elevado que lo de los demás, o que aquí pretenda restringir la libertad de expresión de los que me rodean. No. Que cada uno diga lo que buenamente quiera o pueda. Todo lo que le pido a esa gente, a ellos y ellas, es que intenten ser escuchados solamente por quien quiera escucharlos. Nada más. Y me permito sugerirles que no hablen a gritos ni en exceso, salvo que tengan algo interesante, valioso, original o agradable que decir (lo que es tan probable como la paz entre Palestina e Israel).

lunes, 19 de septiembre de 2016

de congreso

Entre otras cosas, no todas confesables, soy un científico, y es así como me gano el pan. Vivir del quehacer científico es un lujo: a uno le pagan por hacer lo que le gusta y -básicamente- por hacerlo como más le gusta (esta definición no me diferencia mucho de un actor porno, me doy cuenta; pero, créanme, allí terminan las semejanzas). Ser científico ayuda, además, a pasar migraciones en EEUU sin problemas, a pesar de tener un pasaporte peruano. No falla: cuando digo “scientist” el o la oficial a cargo dicen “cool” y ya todo es muy sencillo. Por supuesto, no todo es miel sobre hojuelas. Una de las cosas que uno tiene que hacer es ir a congresos. Como soy más bien antisocial, se entenderá que haya hecho lo posible por evitar esas grandes reuniones de gente tan parecida una a la otra, pero a veces no queda otra opción que asistir. Ahora mismo debiera estar en Puerto Iguazú en un congreso al que me había comprometido a ir. Pero al final conseguí que una científica brasileña que pasó un año en mi laboratorio presentara el trabajo por mí, además dos de mis estudiantes harán presentaciones en la que yo también participo; supongo que nadie me está echando de menos allí. Ahora mismo, también, se supone que en lugar de estar escribiendo en el blog estoy preparando mi presentación para un congreso la próxima semana en Orlando (sí, ya sé, congreso científico en Orlando suena como a reunión de monjas del sagrado corazón en Ibiza, pero es lo que hay). No pude rehuir la invitación y aproveché para convertirla en un plan familiar.

Evidentemente me interesa escuchar lo que mis colegas tienen que decir sobre sus investigaciones, mi problema con los congresos es lo que ocurre en los pasillos, comedores y -horror de horrores- pistas de baile. Ahora, como el horror siempre puede ser peor, también están los bailes en trencito en las fiestas de congreso, que es más de lo que yo puedo soportar. Si leyera que el Estado Islámico está planeando ametrallar a todos los que bailan en trencito en las fiestas pero está algo corto de fondos, yo creo que consideraría hacer una donación. Ahora bien, como en los malentendidos entre hombre y mujer, en estas cosas hay diferencias hemisféricas. En los congresos gringos o europeos uno tiene que padecer mayormente el desfile de vanidades (casi todas combinando ropa de un modo difícil de entender sin ayuda de psicotrópicos), las frases que en voz demasiado alta apuntan a la posteridad, pero rara vez le aciertan, e incluso -en el caso de los estudiantes a los que su madre y amigos cercanos han convencido de que son genios- escenas de muchachos sentados en el suelo, bloqueando el paso y garabateando ecuaciones diferenciales en la parte de atrás del programa impreso. En los congresos en Latinoamérica también hay desfile de vanidades, pero es menor, el problema principal está en las cacerías de presas y en el escenario final para su desenlace exitoso (o todo lo contrario): las fiestas.

Es un espectáculo a veces entretenido, otras veces patético, ver a estudiantes -y hasta académicos- rondando a las pocas chicas guapas que cada congreso puede ofrecer. Sí, pocas. No es culpa de nadie y es además irrefutable la correlación negativa entre belleza e inteligencia; pero como en todo conjunto grande de datos, siempre hay puntos anómalos (outliers) alejados de la tendencia general (es decir, chicas bellas e inteligentes) y uno puede guardar la esperanza de ser el favorecido con el hallazgo (a mí me ocurrió más de una vez, tengo más suerte de la que merezco). Bueno, volvamos a la realidad. El acecho, la danza de abejorros alrededor de la agraciada flor se incrementa con el paso de los días y -por supuesto- con la cantidad de alcohol en las venas. El clímax ocurre en las fiestas, las que normalmente son el último día pero a veces la sangre latina es más fuerte y hay fiesta cada noche. Estos ojos han visto cada cosa...desde peleas entre jóvenes abejorros borrachos disputándose la misma flor... hasta una científica muy senior verificando la turgencia del gluteus maximus de un estudiante... pasando por un académico borracho gritando a mitad de la madrugada observaciones acerca de la frigidez de una estudiante de postgrado a 50 cm de la puerta de su dormitorio... y un estudiante apareciendo en calzoncillos en el salón del desayuno de un hotel de 5 estrellas. He visto también a un académico de mediana edad, atractivo y divertido, además de casado, conformarse con una presa menor que los otros cazadores habían ignorado. Sabiendo que su mujer era bastante más guapa que la susodicha muchacha, me preguntaba si sería culpa del alcohol o de la convivencia.

Una vez me tocó a mí (no, no me refiero a la académica senior y mi gluteus maximus). Yo tenía unos 27 años y por acompañar al grupo terminé en la fiesta del congreso, muy a mi pesar. No me gusta mucho bailar, y cuando me gusta es con un tipo particular de música (además siempre bailo del mismo modo). Por eso no bailaba, solamente me divertía observando. Y entonces una chica desconocida que no estaba mal comenzó a sacarme a bailar, y yo de educadito que soy no me negaba, pero tampoco tomaba la iniciativa. Pasaba un rato y volvía por mí, una y otra vez. Mis compañeros ya señalaban lo evidente, pero yo no manifestaba interés, aunque no dejaba de mostrar mi buena educación y seguía sin negarme. En determinado momento la muchacha ya se desató y me ofreció un baile decididamente erótico, dándome la espalda (tipo Kim Basinger en 9 semanas y media). Y yo, apenas una sonrisa y luego retorno a mi esquina, como un boxeador que sospecha que va a perder la pelea por puntos. Entonces mis compañeros de laboratorio -incluyendo una mujer- me sorprendieron. Me dijeron arrogante, tarado, maricón, inútil, entre otras alabanzas, por no reaccionar. Ellos sabían que yo estaba casado, y si bien yo nunca he sido un modelo de fidelidad, no entendía que me animaran a olvidar tanto por tan poco. La chica tenía su gracia, pero no me gustaba, ¿era tan difícil de entender? Sí, lo era, porque un minuto después ella se acercó y ya se instaló con nosotros (bueno, conmigo). Yo no quería rechazarla abiertamente porque con todo lo que había pasado iba a ser una humillación en público (no eran pocos lo que habían aplaudido el show de Kim Basinger) pero tampoco quería que llegara a más. Al rato la fiesta terminó y nos encaminamos hacia la la zona de cabañas, quedaban unos 15 minutos de caminata en esa madrugada fría al sur de Chile. Ella me tomó del brazo y me quedó claro que no se había rendido. Entonces, sin soltarle el brazo, jugué mi carta. Me puse en modo erudito y comencé a hacer observaciones agudas a su conversación, siempre acompañadas de referencias culturales, de esas que solamente le interesan a unos pocos sexagenarios. No sé si fue el frío, la disolución del alcohol, mi charla de museo para jubilados, o todas las anteriores, pero el hechos es que funcionó. A poco de llegar a la cabaña la muchacha le dijo a su amiga que ya tenían que irse. Fue con muy poco público alrededor. Sin embargo, cuando dos años después me la encontré en un pasillo de otro congreso, y yo ya empezaba una sonrisa como saludo, ella hizo como si no me conociera.


domingo, 21 de agosto de 2016

El burro y el genio

Estoy leyendo un libro de entrevistas/conversaciones con David Foster Wallace. Y lo disfruto de a sorbos, como quien toma un café exquisito en sabor y aroma en una taza pequeña, cuidando que no se me acabe demasiado pronto, sabiendo que no habrá más entrevistas. DFW tiene una densidad intelectual, una complejidad que se da el lujo de ser formal y no caótica/hermética, que hace mucho tiempo no leía (no veía). Un consumidor de toda la cultura, la pop, la docta y la académica; un consumidor honesto y autocrítico. Fue adicto a la TV gringa (difícil imaginar algo peor) pero te cita a los filósofos de memoria, porque además tuvo una formación filosófica y científica (matemática) importante. Y se nota. Encima de todo... el tipo es sincero, no pretende venderte una linda botella de cristal de Bohemia llena de humo, como tantos otros devotos de sí mismos que acaparan la atención de los medios. En fin, está en otra galaxia si lo comparo con tantos autores -incluyo cantautores- que uno admira por sus creaciones artísticas pero en las entrevistas te decepcionan por banales, superficiales, pueriles, predecibles, ególatras, envidiosos, en suma humanamente mediocres. Para qué dar nombres y casos, sería un triste ejercicio de disección de la decepción.

No he leído más que algunas páginas de cuatro de sus libros, pero ya tengo un par de ellos en mi biblioteca esperando su turno. En los últimos años tuve en mis manos un par de veces las más de 1000 páginas de La Broma Infinita, dudando mucho, pero finalmente el libro-ladrillo no entró en la mochila de regreso, será para la próxima. Sabía de su existencia, del ruido que generó su obra, pero mi verdadero descubrimiento de DFW ocurrió no hace mucho, viendo en la pantalla de un avión una especie de documental, una dramatización de la experiencia de un periodista que lo entrevistó. Me ayudó mucho a entenderlo a él y por lo tanto a entender su suicidio. Me conmovió hasta las lágrimas. Pobre David, demasiado lúcido para poder perdonarse a sí mismo, demasiado sensible para aceptar este mundo.

Hoy me encuentro en El País con un artículo del -se supone- escritor Rodrigo Fresán sobre La Broma Infinita y DFW a propósito de los 20 años de la publicación del libro, y no puedo sino indignarme. Fresán es uno de esos escritores latinoamericanos que siempre salen en la foto, cuyo nombre siempre te va a sonar, que tienen buenos contactos, pero que rara vez -salvo descuido o regalo inocente- aportarán con un libro a tu biblioteca. Yo ya había dedicado unos minutos en mi vida, en más de una librería, a descartar la compra de libros de Fresán. Después de leer el artículo, confirmo que no me equivoqué. Para comenzar, tal vez para hacerse el gracioso, se refiere a su suicidio de esta manera “su cuerpo nacido en 1962, su alma estrenada en 2008, previo veloz trámite de suicidio”, “se ha convertido casi en un producto de éxito, potenciado por la pena infinita de su temprano auto-eject”. Y luego no hace más que convencer al lector de que no sabe estructurar un artículo periodístico, que divaga, se desordena, cita sin criterio, y termina con apuro. En fin, una pérdida de tiempo.

A esa herejía de que Fresán nos hable de David Foster Wallace, equivalente a que Enrique Iglesias nos explique a Joaquín Sabina, hay que sumarle dos detalles. El primero, en el título, el error común de referirse a DFW como “Foster Wallace” (sí, en las librerías a menudo lo encuentro en la F, cuando su apellido era Wallace). Algún día aprenderán que Martin Luther King se apellidaba King y no Luther, como Wallace no se apellidaba Foster Wallace ¿O les suena bien hablar del asesinado presidente Fitzgerald Kennedy? Si les parece exagerado mi reclamo por confundir nombres con apellidos, prueben a imaginar a un norteamericano hablando de esos dos grande escritores, el colombiano Márquez y el peruano Llosa. El segundo, el escritor Fresán nos habla de la “autoficción tan en voga”. Caracoles. Bueno, en francés la palabra es vogue (leerá mucho la revista de modas Vogue, supongo) pero en castellano es boga. Sí, ya sé, me dirán que la b y la v son vecinas en el teclado. Puede ser, pero basta revisar una vez para que el error te grite desde el texto, si es que conoces bien tu idioma. Que sean vecinas no es excusa para confundirlas (Doña Florinda y Doña Clotilde lo eran, y Don Ramón nunca las confundió).

Al referirse a la tortura de escribir en una de las entrevistas, DFW señala que si el escritor permite que uno solo de sus lectores se meta en su cabeza, o si lo siente asomarse por encima de su hombro mientras escribe... está jodido (imagino que era fucked up en el original), y confiesa que batallaba contra ello, porque le ocurrió más de una vez. Pues bien, tengo que reconocer que algo de eso explica mis lagunas al escribir este blog que no lee nadie. No es solamente la (real) falta de tiempo o tranquilidad para escribir, o las ganas de dedicar el poco tiempo disponible a avanzar mi segunda novela. Es que, una vez más, el maldito David Foster Wallace tiene razón, y una vez más no hay razones para celebrarlo.  

domingo, 3 de julio de 2016

Triste, solitario y final




Se supone que el fútbol se juega 11 contra 11. O, si hay un expulsado en cada equipo, 10 contra 10, como en el minuto 72 de la final de la Copa América, que es el minuto de la foto. Pero Messi está solo, rodeado o vigilado por los 9 jugadores chilenos en cancha (sólo falta el arquero). Nunca vi una escena así en un partido de fútbol, y créanme que he visto mucho fútbol. Parece más bien una escena de película, donde el héroe desafía la aritmética básica de la correlación de fuerzas y doblega con pasmosa calma al enemigo numeroso. Como en El Señor de los Anillos, cuando Aragorn despacha uno a uno a los poco agraciados orcos, o en El Capitán América, cuando Steve Rogers da cuenta de los malvados de rigor que hacen fila para recibir su ración. Lo extraño no es que Messi esté rodeado de rivales (aunque es una exageración el que sean todos los rivales), porque muchos técnicos tienen claro que es la única manera de -tal vez- detener al mejor jugador del mundo. Tampoco es muy raro que Messi intente hacer un gol después de gambetear a medio equipo contrario, porque le ha resultado varias veces; por ejemplo, contra el Athletic de Bilbao (en una final de Copa del Rey) y contra el Getafe, cuando copió el gol de Maradona a los ingleses. He visto hacer goles similares a otros cracks, como a Ronaldo en el Barcelona, o a Ibrahimovic en el Ajax. Lo llamativo, lo extraño, lo triste, es que en la jugada que captura la foto, Messi parece estar completamente solo. Otras tomas de la jugada muestran que, más allá del encuadre, en realidad había otros dos jugadores argentinos, pero la foto ilustra perfectamente lo que fue ese partido durante el segundo tiempo. Curiosamente, mientras que en esa jugada Messi finalmente se la pasa a Agüero, que remata a la tribuna, hay otra jugada, sin una foto viral que la multiplique, en la que Messi va esta vez efectivamente solo contra los chilenos y después de gambetear a 5 llega al área, pero -ya desestabilizado por los sucesivos roces- yerra el remate. La sensación de propios y extraños era que se trataba de Messi contra todos.

Cuando Maradona dibujó esa obra de arte frente a los ingleses en cuartos de final del mundial de México 86, condujo la pelota por casi 11 segundos (una eternidad) y superó a 6 rivales partiendo del círculo central, pero siempre tuvo cerca a Burruchaga y Valdano. Ellos lo acompañaron por si se veía obligado a soltar la pelota, o simplemente para distraer a los otros defensas ingleses; y lo mismo puede observarse en los goles que menciono más arriba, los compañeros de club de Ronaldo, Ibrahimovic y Messi acompañan al héroe de la historia hasta el final, por si son necesarios en el último instante. De hecho, eso es exactamente lo que pasó 4 años después del gol de Maradona a los ingleses. En octavos de final de Italia 90, Argentina enfrentaba a un Brasil muy superior, y Maradona -diezmado físicamente por la drogadicción- tenía además el tobillo tan hinchado que no le entraba el zapato de fútbol. Pero, en el minuto 81, cuando milagrosamente Brasil no había metido todavía un gol, Maradona de pronto frotó la lámpara y desde el círculo central comenzó a gambetear brasileños: uno, dos, tres, cuatro... Todos los de camiseta amarilla abandonaron desesperados sus puestos para detener al genio, porque habían visto por la televisión de lo que era capaz. Y entonces, rodeado de 4 brasileños y casi desde el suelo, Maradona se la cruza a Caniggia, que queda solo frente al arquero y convierte el gol que les da el pase a cuartos de final. Por eso insisto en la soledad de Messi en ese partido final que la foto ilustra. Sus pusilánimes compañeros se desentendieron del problema, “anda y sálvanos” parecieron decirle, y el héroe, abandonado por sus lugartenientes, esta vez no pudo hacerlo solo.

Podrán decir algunos que es una banalidad hablar de este detalle, habiendo tantas cosas importantes por comentar esta semana. Y tendrán razón. Podría hablar de la masacre en la heladería de Bagdad que el Estado Islámico ha reconocido con orgullo, porque los muertos son chiítas y ellos sunitas (razón suficiente, como cuando los católicos masacraban hugonotes). Ya que este atentado ha cobrado más vidas que el ocurrido en la sala Le Bataclan de Paris, imagino que todos los que pusieron entonces la bandera de Francia en su perfil de Facebook estarán a estas horas colocando la bandera de Irak. Pero de los horrores intrínsecamente asociados a la religión ya he hablado antes (aquí y aquí) y tendría que repetirme bastante. No será hoy. Preferí quedarme con esa foto tan elocuente de la final de la Copa América, en la que -como adelanté en el post anterior- otra vez no ganó el mejor. Messi es el único que se puede acercar al Olimpo del fútbol donde reinan, intocados, Pelé y Maradona. Pero le pesan esas tres finales seguidas perdidas, mereciendo ganar las tres. Ya dijo que gustoso cambiaría sus 5 balones de oro por ganar algo grande con su selección, pero todavía no se le da. Le quedan 2 mundiales por delante (estará cumpliendo 35 años en Qatar 2022), ya lo veremos. Pero el futuro no existe, y al día de hoy, Messi ilustra con esa foto el título de esa entrañable novela, dura y divertida al mismo tiempo, que escribiera su compatriota Osvaldo Soriano: Triste, solitario y final.

domingo, 26 de junio de 2016

El fútbol y el azar

Hoy se juega la final de la Copa América, o algo así, porque -a juzgar por sus últimas declaraciones oficiales- la Conmebol todavía no se pone de acuerdo consigo misma sobre si el equipo ganador de la final será Campeón de América o no. Nada, un detalle insignificante. Además, no nos pongamos exigentes con la Conmebol. Lo suyo es reservar hoteles 6 estrellas para sus dirigentes y cobrar sobornos por los derechos de transmisión televisiva. Sería injusto exigirle que tuviera claro qué es lo que está en juego en sus campeonatos, o que antes del partido sonara el himno correcto del país competidor, o que el diseño de las sedes de los partidos no implicara que cada futbolista acumulara millas para dar la vuelta al mundo dos veces. Pero volvamos al fútbol, hoy se juega la final entre Argentina y Chile. Se supone que debe ganar Argentina, porque tiene mejores jugadores (el mejor del mundo entre ellos) y porque en la primera ronda ya se enfrentaron y Argentina ganó con claridad. ¿Es así realmente?

Pues no. La historia del fútbol está llena de ejemplos en los que el mejor equipo no gana la final. En el caso de los mundiales, basta mencionar a Hungría en el 54 (perdieron ante alemanes dopados), Holanda en el 74 (perdieron ante una Alemania muy efectiva), o Brasil en el 98 (perdieron porque Ronaldo tuvo una crisis nerviosa antes del partido). En el mundial 2014 Argentina no fue campeón porque en la final Messi, Higuaín y Palacio fallaron goles increíbles que nunca fallan en sus clubes, y el año pasado Argentina -siendo el mejor equipo- tampoco fue campeón en la final de Copa América ante Chile, perdiendo por penales tras un partido mediocre. El antecedente de primera ronda en la misma Copa no es muy útil tampoco para predecir el resultado de la final. Sin ir más lejos, el año pasado Argentina empató con Paraguay en primera ronda pero en la semifinal Argentina lo aplastó 6-1. Siguiendo la discusión sobre campeones justos o previsibles, podríamos cruzar el charco y mencionar a dos campeones de la Eurocopa: Grecia en 2004, que la ganó defendiendo con 11 y buscando no tener la pelota nunca, y Dinamarca en 1992, que la ganó sin haber clasificado al torneo y la invitación para reemplazar a la vetada Yugoslavia llegó cuando los jugadores daneses ya estaban veraneando en la playa.

Al margen de casos, anécdotas o estadísticas, con los que podría atormentarlos el día entero, la pregunta de fondo es: ¿los campeones son los mejores? En torneos largos, como la Liga española, es difícil negar que tras 38 partidos el campeón merece serlo, porque el efecto de la mala suerte y los arbitrajes erróneos o corruptos debiera diluirse a la larga (claro, los malos perdedores, como Mourinho, siempre encontrarán alguna teoría conspirativa a la cual aferrarse). Pero en campeonatos cortos, con finales a un solo partido, no hay manera de saberlo. Dejemos un instante el fútbol para mirar la última final de la NBA, entre Golden State y Cleveland. La final define al mejor tras un máximo de 7 partidos y llegaron al último (3-3), donde faltando 1 minuto de juego el partido estaba todavía empatado. ¿Alguien puede afirmar que un equipo merecía más el triunfo que el otro, y que el ganador fue mejor que el perdedor?  El azar tiene mucho que decir en estos casos, mucho más de lo que el lector supone. Intentaré explicarlo de manera simple ahora (tal vez más adelante escriba un post profundizando en el tema). Es muy improbable que al lanzar una moneda al aire salga cara 10 veces seguidas, pero no es imposible, puede ocurrir. Visto en grandes escalas de tiempo, los fenómenos muy improbables tienen que ocurrir en algún momento, y justo puede tocarnos ser testigos de ello. Entonces no es descabellado aceptar que es posible que nos toque ver que un equipo malo gane -o un equipo bueno pierda- varios partido seguidos, principalmente por suerte.

La ciencia lo tiene claro, pero el rol del azar es algo que los hinchas (irracionales por definición) y los periodistas deportivos (ignorantes por vocación) no consideran en lo absoluto cuando el equipo propio pierde. Más fácil y mejor visto es pedir cárcel para el entrenador e insultar a los jugadores. Y así se llega a la barbaridad de despedir a técnicos tras cuatro fechas (un clásico en campeonatos cortos en Argentina) o, como vimos en esta Copa América, despedir a Dunga porque Brasil perdió ante Perú con un gol con la mano (yo lo habría despedido así saliera campeón, por negar la identidad del fútbol brasileño con sus convocatorias, alineaciones y esquemas de juego). Es algo tan inteligente como decidir si un caballo hará una buena o mala carrera a partir de su posición 5 segundos después de la partida. En fin, a lo que quería llegar es que esta reflexión sobre el papel del azar, lejos de hacernos sentir absurdos por apoyar a nuestro equipo y emocionarnos con un partido, debiera ayudar a recordarnos de que a fin de cuentas el fútbol sigue siendo lo que era en sus inicios (y en nuestros inicios): nada más que un juego.



domingo, 19 de junio de 2016

Los idiotas

Al final del post anterior, y en presencia de mi mujer, me comprometí a cumplir, por más cansado o atareado que estuviera, con uno por semana (me refiero a los posts). En ese momento no sabía que poco más de 12 horas después me encontraría con la demostración experimental de que mi cara es menos dura que el suelo. Ahora, con doble fractura nasal y las -según yo- invisibles secuelas neurológicas de dicho traumatismo craneoencefálico tras síncope vaso-vagal (el amable lector podrá discrepar), me sobran las excusas para no cumplir mi promesa. Pero no quiero parecerme a un político y entonces decido escribir esto, aunque sea por cumplir. No está tan mal hacerlo por cumplir, tal como lo hacen algunas parejas maduras, ella mientras repasa la lista de la compra, él mientras trata de recordar el horario del partido, ambos sabiendo que el trámite será breve. Afortunadamente no es mi caso (el de ser una pareja madura). Volviendo al tema, y aceptando la posibilidad de que tras dicha verificación experimental debo haber quedado un poco más idiota, voy a hablar de ellos.


Hace poco se murió Umberto Eco y al día siguiente la humanidad ya era, en promedio, un poco más estúpida. Y el erudito, que lo sabía todo, no ignoraba que así sería. Es más, tenía identificadas las guaridas predilectas de los enemigos del conocimiento, las ruidosas promotoras del embrutecimiento contemporáneo: las redes sociales. “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”. Algo muy cercano planteó el escritor Javier Marías el año pasado: "Por culpa de las redes sociales, que por supuesto tienen mil cosas ventajosas, se produce un fenómeno nuevo, muy preocupante: que la imbecilidad está organizada por primera vez en la historia”. Y continúa: "En la historia ha habido siempre mucha imbecilidad, pero nunca ha estado organizada ni había tenido la capacidad de contagio masivo, inmediato y acrítico que tiene ahora". Cito al italiano y al español porque los conozco y he seguido su producción  (recomiendo “El péndulo de Foucault” y “Mañana en la batalla piensa en mí”, respectivamente). Pero para que no se me acuse de elitismo intelectual, aquí les dejo al buen Pipi, vocalista de The Locos, cantando más o menos lo mismo (“Lloviendo idiotas”), con cierto énfasis en la degradación mental causada por los reality shows y pseudo-concursos de TV con famosillos oligofrénicos.

Llueven idiotas. Esta parece ser una verdad tan irrefutable como el teorema de Pitágoras. Se puede confirmar en apenas un par de horas, leyendo los comentarios en las dichosas redes sociales, en los periódicos online y hasta en youtube. No falla. Allí donde sea libre emitir opinión uno se encontrará con un rosario de manifestaciones de una imbecilidad excelsa, abismante, digna de recibir un diploma firmado por ese ex-presidente que tú ya sabes. Eso, por supuesto, en los casos en los que el texto del idiota de marras sea remotamente legible, porque para ellos la ortografía y la sintaxis son como el virus ébola, algo muy lejano que solamente le preocupa a unos pocos. Muy a menudo la estupidez se manifiesta gracias a convicciones nacionalistas, racistas, religiosas, homófobas, machistas, o todas las anteriores (en el caso que nos encontremos frente a un imbécil de tipo integral), pero a veces el disparate, la violación de la lógica, la incoherencia argumental, ocurren al margen de esas corrientes malsanas (en lo que denominaremos imbéciles free lance). En la misma línea, uno podría intentar una clasificación, una suerte de bestiario, una taxonomía de los orgullosos imbéciles que cada día nos hacen considerar el lado bueno del holocausto nuclear, pero creo que sería un ejercicio inútil. Mejor será, a manera de ilustración amena, señalar algunos ejemplos, apenas unos cuantos, porque pretender hacer un listado medianamente acabado me podría tomar el resto del día, o de la vida. Además, ya lo dije, los ejemplos están al alcance de todos. Me conformaré con mostrar unas cuantas perlas leídas en las últimas semanas.
En un reportaje de un diario chileno, se señalaba el insuficiente financiamiento de la ciencia local y la dificultad para conseguir empleo de los científicos que regresaban del extranjero con un doctorado bajo el brazo; en la sección Comentarios, un iluminado opinaba que está muy bien que no se malgasten recursos en los científicos, pues muchos de ellos son ateos e izquierdistas. Un fenómeno recurrente en los periódicos argentinos es que, si la noticia es sobre fútbol, no es posible que una mujer haga un comentario (da igual que sea blando,  neutral, o combativo) sin que a continuación varios comentaristas hombres la inviten a volver a la cocina, a planchar, y a practicarles sexo oral. Ayer un futbolista argentino compartía la foto en el vestuario tras el triunfo ante Venezuela, y además de mostrar a todos los jugadores enchufados a su teléfono, el paisaje incluía, como en cualquier camerino post-partido, un reguero de prendas en el suelo: camisetas argentinas, venezolanas, vendas, canilleras, medias, etc; entonces no faltaron los comentarios de patriotas venezolanos (patriota e idiota suenan parecido, en el fondo son sinónimos) denunciando desprecio e irrespeto por su camiseta (un nuevo símbolo patrio, aparentemente). Para cerrar, a propósito de la matanza en el club gay de Orlando, un columnista en un diario peruano señalaba lo obvio, que en una sociedad democrática los homosexuales y heterosexuales deben tener los mismos derechos; el autor de uno de los comentarios con mayor valoración positiva, y al que podríamos calificar de idiota de proporciones bíblicas, clamaba al cielo y vaticinaba que (sic) “con el cuento de que tienen los mismos derechos, pronto saldrán pedófilos a reclamar sus derechos, los que quieran tener relaciones con sus hijos, con sus padres, con sus hermanos, cual sería la diferencia? Permitir a los homosexuales lo que están pidiendo será abrir la puerta a Sodoma y Gomorra”.


¿Tienen razón Pipi -cuando canta que triunfó la estupidez- y Javier Marías -cuando escribe que nunca la imbecilidad se contagió tanto como ahora? Obviamente no tengo cómo saber si ha ocurrido o no semejante fenómeno de escala planetaria (ya tengo bastantes dificultades con poder sonarme la nariz), pero confieso que hay días en que creo que aciertan con su derrotismo. Sin embargo, una mirada menos apasionada tal vez le conceda la razón al erudito que cité en primer lugar. Tal vez Eco está -una vez más- en lo cierto y siempre ha sido así, siempre hemos estado rodeados de idiotas, pero no lo sabíamos; no los veíamos ni los escuchábamos, por lo tanto no existían. Ahora, con tanta red social y comentarios online, parecen haber surgido del subsuelo como plagas de zombies o uruk-hais, pero en realidad siempre estuvieron allí. Antes solamente martirizaban a sus vecinos y familiares cercanos, ahora los sufrimos todos los que tenemos la mala idea de leer sus comentarios. Al parecer uno tuvo la suerte, el privilegio de crecer en una bella burbuja donde todos sabían la diferencia entre “a ver” y “haber”, donde la palabra Leonardo remitía a un genio renacentista y no a un actor de Hollywood, donde la coherencia lógica era la norma y no la excepción. Esa burbuja, como todas las burbujas, estuvo y está rodeada de un amenazante mar de agua. Pero la físico-química nos cuenta que también, y aquí está la gracia, puede ocurrir el fenómeno de que dos burbujas se encuentren y en lugar de disolverse se fusionen, formando una burbuja mayor. Que así sea.   





domingo, 12 de junio de 2016

Por una cabeza

En el post anterior anunciaba que iría a votar en la segunda vuelta por quien no se apellidara Fujimori, es decir que votaría por la alternativa democrática a la corrupción autocrática ahora financiada por el narcotráfico. Pero no pude hacerlo porque una piedra se interpuso en mi camino. No, no se trató de un derrumbe de rocas en la autopista. Los médicos le dicen nefrolitiasis, los matemáticos prefieren el término cálculos renales, pero el pueblo les llama piedras en el riñón. No entraré en detalles morbosos, simplemente me tocó recibir mi cuota de dolor 2016. El caso es que, por más incapacitado que estuviera para viajar por tierra 450 km, igual me sentía culpable por ese voto de menos contra la amenaza Keiko, hasta que leí que su hermano Kenji tampoco había ido a votar ese día. Así, gracias a la pataleta del sujeto que de niño se divertía lanzando hondazos a ministros y generales que visitaban a su papi y a su tío Vladi, y que ahora, creyendo en los derechos de sucesión dinástica, se ha auto-designado candidato presidencial para el 2021, me sentí redimido y aliviado.

Mucho más alivio sentí cuando mis ruegos a Baal fueron escuchados (pensé en aquello del sacrificio de una virgen, pero no conozco a ninguna) y a última hora el antifujimorismo le dio vuelta a las encuestas, encumbrando a la presidencia a un Kuczynski que había hecho todo lo posible por perder la elección. Con una coherencia de discurso y una conexión con la realidad que hacen recordar al abuelo Simpson, y la capacidad oratoria de una momia de museo, PPK estaba pavimentando el retorno al poder de la desgracia fujimorista. Hasta que el movimiento No a Keiko volvió a desbordar la calle en manifestaciones masivas y -más importante aún- la líder de izquierda Verónika Mendoza salió a pedirle a sus seguidores que votaran por el derechista PPK (el mismo que la había tildado de “esa roja que no ha hecho nada en su perra vida”)... y el Perú se salvó, por una cabeza (0.2%), de convertirse en un narco-estado en el corto plazo.

También puede haber colaborado en convencer a algunos indecisos el hecho de que sobre el final de la campaña el partido de Keiko mostrara su entraña tramposa de linaje montesinista (manipulación de audios enviados a los medios) y de financiamiento narco. Puede ser, pero el núcleo duro de apoyo al fujimorismo no entiende mucho de moral ni de razón. Es triste reconocerlo, pero los datos muestran que son los sectores más pobres de la sociedad, aquellos que tienen menos años de educación, los que votan mayoritariamente por Fujimori. Son los mismos que al recibir ayuda no distinguen entre clientelismo y deber de estado, los que confunden pragmatismo con atropello al orden constitucional, y entonces votan por la figura del japonés que hizo muchas obras pero también robó como nadie y destruyó la institucionalidad del país, una catástrofe cuyas secuelas estamos todavía sufriendo.

Sorprende y sobrecoge la fragilidad del análisis electoral de los desfavorecidos. Lo primero en lo que uno piensa es en la falta de educación, en la carencia de recursos analíticos frente al discurso electoral. Pero tal vez sea que la necesidad de enfrentar urgencias básicas cada día posterga cualquier disquisición política por frívola. O quizás simplemente están cansados de tanta desilusión y marcan cualquier cosa sin pensarlo mucho, acudiendo a votar solamente para evitar la multa. En la primera vuelta, estaba en la cola para votar en una escuela de Valparaíso, y el ambiente era grato, relajado. El hombre delante de mí, un trabajador de una empresa de transportes, ya me había hecho reír contándome lo estrafalaria que era la firma de un cliente. Cuando ya era el primero en la fila, la mujer que estaba detrás de mí, de aspecto muy humilde, me dice “por quién votaremos, ¿no?” y me queda mirando, como pidiendo orientación. Por un instante pienso en decirle “por cualquiera menos Keiko”, pero eso es ilegal, así que me contengo. Solamente sonrío y le digo en buen tono “señora, eso tendría que haberlo pensado antes”. Me acordé de ella muchas veces en el camino de regreso, abismado por lo fácil que hubiera sido manipular su voto.

Se salvó la democracia peruana y eso es lo que estamos celebrando. PPK fue un pésimo candidato pero podría ser un buen presidente; eso sí, la gobernabilidad será complicada con el parlamento dominado por una aullante mayoría fujimorista. Ya veremos si cumple lo prometido, y combate la pobreza y la inseguridad, o, como buen derechista, se dedica a cuidar los negocios de los empresarios. Las primeras señales han sido positivas. No creo que haga un mal gobierno, pero si lo hace, sabemos que pasados 5 años, como todos los últimos presidentes de apellido distinto a Fujimori, se irá a su casa. La disfuncional, excluyente e injusta democracia peruana ha sabido mantenerse en pie a pesar de todo. Primero fuimos capaces de tolerar a un enano borrachín mitómano que llegó al final de su gobierno con 6% de aprobación, pero que fue elegido por pelear en la calle contra el fraude electoral fujimontesinista que lo despojó de su victoria. Luego, para evitar a un Humala cuyo círculo hablaba de ir a la guerra con los vecinos, fusilar a los gays y ser un satélite chavista, reincidimos en ungir a un mastodonte ególatra y corrupto con el don de la palabra, que robó un poco menos que en su primer gobierno pero que vendió indultos a los narcos. Finalmente, para impedir el retorno de la mafia fujimorista, hace 5 años elegimos -y estamos terminando de soportar- a un inútil pusilánime que prometió una gran transformación social y solamente transformó su patrimonio. Ahora, para salvarnos de la catástrofe, estamos eligiendo a un gringo anciano (tiene nacionalidad estadounidense y 77 años) con pasado de lobbista internacional. Que los dioses nos ayuden.

PD: reincidiendo en antiguas promesas incumplidas, declaro que pretendo retomar este abandonado blog, con un post cada domingo.  

sábado, 9 de abril de 2016

Apocalipsis now

Mucha gente está anunciando por redes sociales su preferencia electoral para las elecciones de mañana, algunos usando argumentos no más razonables que hacerlo basándose en el horóscopo, el santoral, o las profecías de Nostradamus. Bueno, aquí va mi opinión. Aclaro que me enfoco en lo inmediato, la primera vuelta, y en los tres candidatos con opciones de pasar a la segunda vuelta junto con Keiko Fujimori: Verónika Mendoza, Pedro Pablo Kuczynski y Alfredo Barnechea. Para la segunda vuelta tengo claro que votaré por quien no lleve el apellido del dictador corrupto que destruyó institucionalmente al país, pero ya habrá oportunidad de hablar de ello más adelante.


La historia electoral del Perú, nos dicen los analistas políticos, está llena de incoherencias entre el plan de gobierno del ganador y lo que realmente hizo durante su gobierno. Ese divorcio entre lo prometido y lo cumplido dejan al elector con menos elementos de juicio de los deseables, pero así estamos, esto no es Suecia. ¿Qué queda? Guiarse por las personas y las ideas de fondo, los valores y asuntos fundamentales. Las personas hacen la diferencia. Un gobernante corrupto -al margen de sus ideas- es lo peor que le puede pasar a un país. Su corrupción va pudriendo todo poco a poco y al final el proyecto de país es reemplazado por proyectos personales o empresariales. Con la amenaza real de que el Perú se convierta en otro narco-estado, la integridad moral de los gobernantes se vuelve más necesaria todavía. Por otro lado, un asunto clave es combatir la desigualdad. Los promedios son mentirosos. Si el promedio de ingreso de tu barrio es 500 y llega un vecino que gana 10000,  es cierto que el promedio de  ingreso de tu barrio se ha multiplicado, pero tu calidad de vida es la misma, o peor, porque no será muy grato ver tanta riqueza comparada con tus carencias. Esto es algo que muchos no entienden, pero como los medios están dominados por los favorecidos de siempre, el dogma (equivocado) de que lo único importante es el crecimiento económico (y la inversión que lo genera) no se cuestiona. El bienestar de un país se expresa mejor por el índice de desigualdad que por el promedio de ingreso per cápita. La desigualdad legitimó el discurso inicial y permitió el crecimiento de ese monstruo llamado Sendero Luminoso. Entonces, en primera vuelta...   


No votaré por PPK. Me parece una persona capaz, aunque algo menoscabada a sus 77 años. El problema es que su capacidad a menudo se ha dirigido a favorecer a los ya favorecidos, lo que lo define como un hombre de derecha. A lo largo de distintos gobiernos con los que ha colaborado, PPK ha sido muy eficiente en generar contratos o beneficios para grandes empresas, en detrimento del estado de turno o de la competencia justa. Es el candidato de “El Comercio”, y eso ya es bastante decir en cuanto a quiénes beneficiará su hipotético gobierno. También me desmotiva a votar por PPK el recordar el mitin de cierre de campaña de Keiko Fujimori en la elección anterior (2011), y verlo a él preguntando a la multitud “¿Quién acabó con el terrorismo?, ¿quién acabó con la hiperinflación? Yo no olvido y ustedes tampoco […] Tenemos que tener esperanza en un Perú mejor, que en 5 años sea un país más próspero y menos pobre, queremos una economía estable. Y Keiko sí puede.” Esta alabanza al padre de la candidata (aparte de no ser cierto que Fujimori acabó con “el terrorismo”) me hace pensar que sus convicciones democráticas tienen límites.


No votaré por Barnechea, pero sería mi segunda opción. Comparto en buena medida su visión de la realidad peruana y lo que hay que hacer para mejorarla. No lo veo comprometido con el poder empresarial y me parece un tipo honesto, culto e instruido. Está a la cabeza de un viejo partido de centro que nos dio dos presidentes relativamente buenos y que apenas ha logrado sobrevivir al descalabro institucional que generó el tsunami Fujimori. Pero veo su candidatura algo improvisada (el plan de gobierno se hizo a última hora) y a él mismo lo veo poco comprometido con la tarea, pareciera que lo hubieran obligado a ser candidato (me recuerda a los presidentes de asociaciones de padres de familia). El problema es que ser presidente en un país muy presidencialista desgasta muchísimo, hay que dar peleas en muchos frentes, y si no estás con toda tu energía...mala señal.


Votaré por Verónika Mendoza (y viajaré 450 km para hacerlo, de La Serena a Valparaíso). Es una persona honesta, instruida, genuinamente integrada a las distintas realidades del país, con mucha energía, y con una sensibilidad de izquierda. Es decir, está más preocupada por la desigualdad social que por los grandes negocios (los que inevitablemente benefician a unos pocos). Está a la cabeza de un conglomerado donde conviven la vieja izquierda de siempre, los intelectuales progresistas, y los nuevos movimientos sociales surgidos en defensa de la gente y el medio ambiente contra los abusos de la explotación minera (por razones que no entiendo, las mineras han elegido hacer las cosas mal, pudiendo hacerlas bien). Destaca este partido por su pensamiento moderno, evolucionado, respecto a los derechos de las minorías sexuales y al fin de los privilegios de una de las iglesias en un país oficialmente laico. En su equipo de gobierno hay gente capaz, pero por ahí pasan mis principales dudas, si acaso será un gobierno honesto, con una retórica convincente, pero poco eficiente en los hechos, como fue el de la alcaldesa de Lima. Espero que sepa corregir el rumbo si es necesario, como supo salirse tempranamente del partido de Humala cuando se dio cuenta de que “la gran transformación” que anunciaba Ollanta no era más que la transformación del patrimonio de su familia.


Dan ganas de votar por Mendoza y el Frente Amplio (FA) solamente en reacción a la campaña sucia, plagada de mentiras, que los medios han hecho contra ella en las últimas semanas (sólo falta que la acusen de causar la explosión de Chernobyl) y que mucha gente repite sin pensar. Me tomaría demasiado espacio comentarlo todo (la ignorancia es infinita) pero algo intentaré:


Hablan de que llega el comunismo. Quien dice eso o no sabe lo que es el comunismo o no ha leído el programa del FA. Ser de izquierda no significa ser comunista (así como ser de derecha no significa ser neonazi, y ser imbécil no significa ser Donald Trump). Vamos muchachos, lean un poquito, el conocimiento no duele. El proyecto del FA está más cerca de la socialdemocracia sueca, que trajo prosperidad con equidad a su sociedad haciendo un pacto social con el empresariado, que del socialismo venezolano, un engendro corrupto, autocrático e inútil que ha traído desgracia a su sociedad. Los economistas que están en su equipo son personas con peso académico y experiencia, de ninguna manera van a lanzar al país a una aventura suicida. Tendrán que lidiar con el inevitable boicot interno empresarial a todo gobierno progresista, pero ahí entrará en juego la muñeca política para no pelearse del todo con ellos pero tampoco ponerse a sus órdenes, como Humala. Les vienen tiempos difíciles, por el frenazo chino, pero hay esperanza. A propósito, es risible que se hable de no detener el crecimiento, o ver a Toledo o García colgarse las medallas del crecimiento económico reciente, cuando todo era causado por la locomotora china comprando metales, y ahora que se detuvo, todos los gobiernos son impopulares.


Repiten y repiten que el Perú será Venezuela, como si fuera la única posibilidad de un gobierno de izquierda. Yo confío en que el gobierno del FA no sea como en Brasil, donde los gobiernos del PT (también anunciados como el apocalipsis comunista) se entregaron a la corrupción (pero al menos se redujo mucho la desigualdad), o como Chile, donde los gobiernos de la Concertación (también anunciados como el apocalipsis comunista) se han vendido o alquilado al empresariado local a costa de los bolsillos de la gente, y la elevada desigualdad no ha disminuido un ápice. Otro mundo es posible. Se puede tener un gobierno de izquierda en el que las cuentas del país estén en orden, y crecer moderadamente, y al mismo tiempo tener un estado fuerte y regulador que garantice muchos derechos sociales a la población, en plena libertad, con menos racismo (el Perú está muy atrasado en extirparlo) y más respeto a los derechos de las minorías, y reduciendo la brecha entre pobres y ricos. Ese país existe, se llama Uruguay, encabeza casi todos los ránkings de calidad de vida en Sudamérica, y tuvo hace poco al presidente más honesto y solidario que se recuerde, el ex-guerrillero Pepe Mujica. Curiosamente, el Frente Amplio, el partido de Mujica y Tabaré Vázquez, ha ganado las últimas tres elecciones presidenciales. Parece que la gente le agarra el gusto al apocalipsis.