domingo, 19 de junio de 2016

Los idiotas

Al final del post anterior, y en presencia de mi mujer, me comprometí a cumplir, por más cansado o atareado que estuviera, con uno por semana (me refiero a los posts). En ese momento no sabía que poco más de 12 horas después me encontraría con la demostración experimental de que mi cara es menos dura que el suelo. Ahora, con doble fractura nasal y las -según yo- invisibles secuelas neurológicas de dicho traumatismo craneoencefálico tras síncope vaso-vagal (el amable lector podrá discrepar), me sobran las excusas para no cumplir mi promesa. Pero no quiero parecerme a un político y entonces decido escribir esto, aunque sea por cumplir. No está tan mal hacerlo por cumplir, tal como lo hacen algunas parejas maduras, ella mientras repasa la lista de la compra, él mientras trata de recordar el horario del partido, ambos sabiendo que el trámite será breve. Afortunadamente no es mi caso (el de ser una pareja madura). Volviendo al tema, y aceptando la posibilidad de que tras dicha verificación experimental debo haber quedado un poco más idiota, voy a hablar de ellos.


Hace poco se murió Umberto Eco y al día siguiente la humanidad ya era, en promedio, un poco más estúpida. Y el erudito, que lo sabía todo, no ignoraba que así sería. Es más, tenía identificadas las guaridas predilectas de los enemigos del conocimiento, las ruidosas promotoras del embrutecimiento contemporáneo: las redes sociales. “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”. Algo muy cercano planteó el escritor Javier Marías el año pasado: "Por culpa de las redes sociales, que por supuesto tienen mil cosas ventajosas, se produce un fenómeno nuevo, muy preocupante: que la imbecilidad está organizada por primera vez en la historia”. Y continúa: "En la historia ha habido siempre mucha imbecilidad, pero nunca ha estado organizada ni había tenido la capacidad de contagio masivo, inmediato y acrítico que tiene ahora". Cito al italiano y al español porque los conozco y he seguido su producción  (recomiendo “El péndulo de Foucault” y “Mañana en la batalla piensa en mí”, respectivamente). Pero para que no se me acuse de elitismo intelectual, aquí les dejo al buen Pipi, vocalista de The Locos, cantando más o menos lo mismo (“Lloviendo idiotas”), con cierto énfasis en la degradación mental causada por los reality shows y pseudo-concursos de TV con famosillos oligofrénicos.

Llueven idiotas. Esta parece ser una verdad tan irrefutable como el teorema de Pitágoras. Se puede confirmar en apenas un par de horas, leyendo los comentarios en las dichosas redes sociales, en los periódicos online y hasta en youtube. No falla. Allí donde sea libre emitir opinión uno se encontrará con un rosario de manifestaciones de una imbecilidad excelsa, abismante, digna de recibir un diploma firmado por ese ex-presidente que tú ya sabes. Eso, por supuesto, en los casos en los que el texto del idiota de marras sea remotamente legible, porque para ellos la ortografía y la sintaxis son como el virus ébola, algo muy lejano que solamente le preocupa a unos pocos. Muy a menudo la estupidez se manifiesta gracias a convicciones nacionalistas, racistas, religiosas, homófobas, machistas, o todas las anteriores (en el caso que nos encontremos frente a un imbécil de tipo integral), pero a veces el disparate, la violación de la lógica, la incoherencia argumental, ocurren al margen de esas corrientes malsanas (en lo que denominaremos imbéciles free lance). En la misma línea, uno podría intentar una clasificación, una suerte de bestiario, una taxonomía de los orgullosos imbéciles que cada día nos hacen considerar el lado bueno del holocausto nuclear, pero creo que sería un ejercicio inútil. Mejor será, a manera de ilustración amena, señalar algunos ejemplos, apenas unos cuantos, porque pretender hacer un listado medianamente acabado me podría tomar el resto del día, o de la vida. Además, ya lo dije, los ejemplos están al alcance de todos. Me conformaré con mostrar unas cuantas perlas leídas en las últimas semanas.
En un reportaje de un diario chileno, se señalaba el insuficiente financiamiento de la ciencia local y la dificultad para conseguir empleo de los científicos que regresaban del extranjero con un doctorado bajo el brazo; en la sección Comentarios, un iluminado opinaba que está muy bien que no se malgasten recursos en los científicos, pues muchos de ellos son ateos e izquierdistas. Un fenómeno recurrente en los periódicos argentinos es que, si la noticia es sobre fútbol, no es posible que una mujer haga un comentario (da igual que sea blando,  neutral, o combativo) sin que a continuación varios comentaristas hombres la inviten a volver a la cocina, a planchar, y a practicarles sexo oral. Ayer un futbolista argentino compartía la foto en el vestuario tras el triunfo ante Venezuela, y además de mostrar a todos los jugadores enchufados a su teléfono, el paisaje incluía, como en cualquier camerino post-partido, un reguero de prendas en el suelo: camisetas argentinas, venezolanas, vendas, canilleras, medias, etc; entonces no faltaron los comentarios de patriotas venezolanos (patriota e idiota suenan parecido, en el fondo son sinónimos) denunciando desprecio e irrespeto por su camiseta (un nuevo símbolo patrio, aparentemente). Para cerrar, a propósito de la matanza en el club gay de Orlando, un columnista en un diario peruano señalaba lo obvio, que en una sociedad democrática los homosexuales y heterosexuales deben tener los mismos derechos; el autor de uno de los comentarios con mayor valoración positiva, y al que podríamos calificar de idiota de proporciones bíblicas, clamaba al cielo y vaticinaba que (sic) “con el cuento de que tienen los mismos derechos, pronto saldrán pedófilos a reclamar sus derechos, los que quieran tener relaciones con sus hijos, con sus padres, con sus hermanos, cual sería la diferencia? Permitir a los homosexuales lo que están pidiendo será abrir la puerta a Sodoma y Gomorra”.


¿Tienen razón Pipi -cuando canta que triunfó la estupidez- y Javier Marías -cuando escribe que nunca la imbecilidad se contagió tanto como ahora? Obviamente no tengo cómo saber si ha ocurrido o no semejante fenómeno de escala planetaria (ya tengo bastantes dificultades con poder sonarme la nariz), pero confieso que hay días en que creo que aciertan con su derrotismo. Sin embargo, una mirada menos apasionada tal vez le conceda la razón al erudito que cité en primer lugar. Tal vez Eco está -una vez más- en lo cierto y siempre ha sido así, siempre hemos estado rodeados de idiotas, pero no lo sabíamos; no los veíamos ni los escuchábamos, por lo tanto no existían. Ahora, con tanta red social y comentarios online, parecen haber surgido del subsuelo como plagas de zombies o uruk-hais, pero en realidad siempre estuvieron allí. Antes solamente martirizaban a sus vecinos y familiares cercanos, ahora los sufrimos todos los que tenemos la mala idea de leer sus comentarios. Al parecer uno tuvo la suerte, el privilegio de crecer en una bella burbuja donde todos sabían la diferencia entre “a ver” y “haber”, donde la palabra Leonardo remitía a un genio renacentista y no a un actor de Hollywood, donde la coherencia lógica era la norma y no la excepción. Esa burbuja, como todas las burbujas, estuvo y está rodeada de un amenazante mar de agua. Pero la físico-química nos cuenta que también, y aquí está la gracia, puede ocurrir el fenómeno de que dos burbujas se encuentren y en lugar de disolverse se fusionen, formando una burbuja mayor. Que así sea.   





2 comentarios:

  1. Lamento el narizazo, parece que te hizo ver un angulo amargo de la realidad. Las redes sociales pueden hacer llegar muy lejos a algunos imbéciles, pero yo diría que siempre hubo imbéciles que llegaron sorprendentemente lejos. Quiza la novedad ahora, como con el cambio climático, es la velocidad a la que ocurre. Brindo por esas burbujas que lleguen a fusionarse!!

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