domingo, 29 de abril de 2012

La cuadratura del círculo

- Juanito, ¿en qué trabaja tu papá?
- Es abogado, señorita.
- ¿Y el tuyo, Susanita?
- Es ingeniero, señorita.
- ¿Y el tuyo a qué se dedica, Silvina?
- Es médico, señorita.
- ¿Y el tuyo, Jaimito?
- Él baila en el caño en un boliche gay...
- ¿¿¿Cómo???? - pregunta la maestra sorprendida.
- Si, señorita, baila vestido de mujer, con una tanga cola-less de lentejuelas. Los hombres lo acarician y le ponen billetes en el elástico de la tanguita.
Luego y si se da ... , se va con uno de ellos por algunos pesos.
Y algunas veces se va de fiesta con dos o tres negros, que es lo que más le gusta.
La profesora rápidamente les pide a los otros chicos que salgan del
aula, camina hasta Jaimito y le pregunta:
- Jaimito, ¿tu padre realmente hace eso?
- No señorita. Ahora que no hay nadie se lo puedo decir...... Mi viejo
es SENADOR. Pero me daba vergüenza decirlo.

Después del último post, en medio de un océano de comentarios de la muchedumbre de seguidores que tengo en Facebook, me preguntó Mónica qué se podía hacer frente al dilema de seguir votando (o no) en las elecciones para un congreso poblado por sujetos que son ineptos, corruptos, holgazanes, o todas las anteriores. O sea, los despreciables reyezuelos del post. De manera general, la pregunta -creo- apunta a la confianza que se puede tener en la democracia cuando sus representantes a ser elegidos, son una fuente de desconfianza, basada en una montaña, o más bien una cordillera, de evidencias. Evidentemente, no tengo la respuesta a esa pregunta, que es casi como pedir la receta para la cuadratura del círculo. Si la tuviera no me dedicaría a lo que me dedico, y ya estaría dando charlas alrededor del mundo, cobrando muchísimo por minuto a cambio de decir generalidades una y otra vez, como tanto gurú de moda, o ya sería el profeta líder de una secta religiosa, probablemente polígama (sólo para el lìder, obviamente), y con costosas donaciones puntualmente voluntarias de los fieles. Pero el no tener la respuesta a esa pregunta no es excusa para no decir algo, así que no voy a evadir la responsabilidad histórica de responder a esa masa de incontables lectores que espera que con mis palabras todas sus dudas se profundicen hasta hacerse insondables.


Somos el resultado de dos proyectos exitosos que ojalá no lo hubieran sido: la conquista española y la religión católica. Si quieren buscar las raíces de nuestros males, allí están. Si somos flojos, hipócritas, egoístas, desleales... es porque eso es lo que nos enseñaron los fundadores de la patria y los predicadores del convento. Obviamente, sus enseñanzas fueron por sus obras y no por sus palabras, añadiendo la inconsecuencia al rosario de defectos que nos hicieron ser lo que somos. Mientras un oriental o un quechua acostumbran trabajar de sol a sol, 360 días al año, y han encontrado en la laboriosidad un sentido para sus vidas, nosotros orientamos nuestras vidas al descanso (feriados, fines de semana largos, vacaciones). Mientras ellos asumen el problema del otro como propio, porque el concepto de comunidad es lo que les ha dado estructura a lo largo de siglos, nosotros hemos aprendido que si puedes hundir al vecino, mucho mejor, porque el éxito es una medida individual. No robes, no mientas, no seas ocioso; ésas eran las máximas de la cultura Inca, y seguramente encontraremos sus análogos chinos, japoneses o tailandeses. Hoy nos quejamos de los políticos que son ladrones, mentirosos y holgazanes, pero esos pillos no cayeron de una nube o los trajo un platillo volador. Son productos de nuestra sociedad, la copia mil veces perpetrada del perfil del individuo creado por los modelos vigentes, por lo que sus nombres y apellidos cambian en el tiempo pero las conductas son las mismas. Y sus pillerías son equivalentes a las del poblador miserable que roba en un supemercado o a las del cajero que se queda con la recaudación municipal. Son lo mismo y -después de negarlo mil veces antes las cámaras o jueces (porque son mentirosos)- finalmente se justifican de la misma manera: “si otros lo hacen por qué yo no”. Ése es el cáncer, el modelo sociocultural que ahoga a la mayoría de intentos de iniciativas honestas o elevadas. Además, las instituciones funcionan como filtros perfectos que depuran a los que no responden al perfil. No avanza en la jerarquía de un partido político quien sea veraz a ultranza y no esté dispuesto a transar convicciones por beneficios, no progresa en la jerarquía eclesiástica aquél que denuncia los atropellos de los poderosos o los manoseos de los pederastas, el funcionario que denuncia las mafias de evasión de impuestos en las pequeñas o grandes empresas rápidamente pasa a ser cesante, el juez que imparte justicia por igual, sin dejarse influenciar por el poder político o económico, jamás llegará a la corte suprema (así, con minúsculas). 


Con todo esto quiero decir que no es posible soñar con políticos honestos y trabajadores si antes no se le quiebra la columna vertebral al modelo sociocultural -muy influenciado por el modelo económico- que sanciona o premia nuestras conductas. Hay excepciones, por supuesto. En Uruguay, los ex-Tupamaros que hoy tienen cargos políticos (parlamentarios, ministros, alcaldes) donan entre el 50% y el 80% de su sueldo mensual a obras sociales, y así aportan significativamente a la construcción de un nuevo país. Pero son pocos, y provenientes todos de esa moral de guerrillero de izquierda que nos supera largamente.  Muy distinta a la moral del jefe del partido comunista chileno, que lamentó hace poco la muerte del sátrapa norcoreano Kim Jong-il, quien compite con Hitler y Stalin en la monstruosidad y magnitud de sus genocidios. Ese cambio fundamental, necesario para pensar en una sociedad menos injusta y menos absurda, requiere de varias generaciones completas de personas que hayan sido educadas de otra manera, no solamente en las aulas sino mirando a sus vecinos y compañeros de trabajo. La carga histórica pesa muchísimo. Un estudio reciente en África muestra que la desconfianza que hoy sienten las personas acerca de sus vecinos, parientes y autoridades locales está correlacionada significativamente con la cantidad de sus ancestros que fueron parte del tráfico de esclavos, que duró 400 años y que en buena parte descansó en la traición y entrega de unos a otros en una misma población.  



En el otro extremo del abanico de prosperidad y confianza están los países escandinavos. Lideran las estadísticas de desarrollo humano, honestidad y hasta los ránkings de felicidad global (desterrando el mito de los ciudadanos ricos pero humanamente miserables), combinando un estado benefactor con crecimiento económico gracias a la predominancia de la socialdemocracia (bueno, algunos tienen reyes; tampoco son perfectos). Cuando EEUU, y todos los países de Europa Occidental solucionaron la reciente crisis económica financiando a los culpables del desastre (los banqueros especuladores) con el dinero de los contribuyentes, en Islandia los metieron a la cárcel y se negaron a pagar la deuda contraída por ellos. ¿Cómo se hace para convertirse en escandinavo, entonces? preguntará alguno. Como ya lo comenté en otro post, la conducta honesta y respetuosa de sus habitantes está basada en que la mayoría actúa así, desde siempre, y se sanciona negativamente a los que delinquen o pasan por encima de los derechos del otro. Todo lo contrario a lo que pasa en estas latitudes, en las que presidentes estafadores y congresistas vendidos al lobby empresarial son elegidos una y otra vez, y donde la conducta de aprovecharse de una situación, pasando por encima de las normas, se sanciona positivamente como “viveza criolla” día a día. No se me ocurre otra solución que mirar hacia la educación primaria, apuntando a cambiar la cultura de los niños. Pero señalar la vía no significa que sea posible. Es una tarea muy difícil, casi utópica, cuando los educadores están mal pagados (en Finlandia ser maestro está entre las profesiones mejor remuneradas) y todo intento de levantar el paupérrimo nivel de la enseñanza se estrella contra las mafias de los sindicatos de profesores que se niegan a la evaluación de calidad. Y luego habría que ver cómo hacemos para que sobrevivan esos niños nuevos, bien formados en cultura y valores, en esta sociedad depredadora. En fin, nada simple. Suena como montar una empresa exportadora de las peras del olmo. Pero comencé diciendo que estábamos hablando de la cuadratura del círculo.

Como recomendación concreta, pienso que se podría iniciar una campaña de “Sueldo mínimo para los congresistas”. Sólo entonces serán creíbles sus declaraciones de que se dedican a la política por “servicio público” y no para llenar sus arcas y las de sus amigos. De seguro el sueldo mínimo aumentaría considerablemente, en todo caso.



sábado, 21 de abril de 2012

Reyes y reyezuelos

Falta una sota,
sobran dos reyes
Joaquín Sabina (Números Rojos)


Cuando uno escucha hablar de reyes inmediatamente piensa en personajes con nombre común seguido de números romanos, una peluca ridícula inmortalizada en un cuadro, en el que también aparecen enanos y una corte de personajes de aspecto estólido, y en el siglo XVI. Por eso llama tanto la atención que en pleno siglo XXI sobreviva la monarquía en algunos países que por otro lado parecieran ser civilizados. Si bien los monarcas ya no deliran proclamando “el estado soy yo” ni intentan convencer al iletrado pueblo de que son reyes por designio divino, el absurdo de su existencia es tan contundente hoy como ayer. Las familias reales tienen el privilegio de ser millonarias sin trabajar y -peor aún- perpetuar esa gracia en su rancia descendencia, que como único mérito ostenta un apellido. Su principal aporte al país es ayudar significativamente al gasto del presupuesto nacional y llenar las páginas de las revistas de sociedad. Eso es lo de todos los días. Pero cada cierto tiempo ocurre un bombardeo de los medios de comunicación para deleitar o castigar al público, según carezca éste de neuronas o no, con bodas reales y toda la parafernalia imaginable, que incluye a niñas pobres en todos los rincones del mundo bautizadas con el nombre anglosajón de la princesa de turno.

Hace poco el rey de España hizo noticia porque se fracturó la cadera mientras cazaba elefantes en Botswana. Bueno, lo de cazar es bastante relativo, porque a los osados y arterioescleróticos nobles un ejército de ojeadores les indica por donde andan los animales, los ayuda a acorralarlos, y luego de que el indigno dignatario mata a la presa, los servidores remolcan los cadáveres para que se tomen la foto de rigor en la que lucen gallardos y triunfales junto a las bestias muertas por valientes y certeros disparos a media distancia (alguien sugirió que mejor fuera a cazar al zoológico). El problema es que el rey Borbón estaba en un safari que cuesta 45 mil euros, en medio de una crisis económica desbocada que está arrasando con España, dejándola cada vez más lejos de Europa y más cerca de Latinoamérica. Otro irónico detalle consignado por la prensa es que el monarca era el presidente honorario de la WWF en España, lo que no se entiende mucho, porque este señor acumula ya varias historias de caza de osos, en la Rumanía del tirano Ceaucescu y en la Rusia del tiranuelo Putin (aquí se acusó de que le soltaron un oso domesticado). Para que quede claro el caracter heredable de estas nobles costumbres, el nieto del rey, llamado Froilán (que más que un nombre, es un agravio), una semana antes se había disparado accidentalmente una escopeta en la pierna. Hubo quien sugirió que le estaba apuntando a un elefante de peluche.

Pero las andanzas reseñables y onerosas de la familia real española no se limitan a la cacería por diversión en parajes remotos financiada por el erario público. No hace mucho se destapó el escándalo del yerno del rey, de apellido Urdangarín, que resultó ser un estafador de marca mayor. En una prueba contundente de la igualdad ante la ley que impera en España, mientras la mujer del socio de este Urdangarín ha sido considerada en el proceso como cómplice en base a que no podía no saber de las pillerías de su marido, la hija del rey, la infanta, con idénticas vinculaciones al chanchullo real, ha sido dejada al margen, limpia de polvo y paja. No sorprende mucho, si se considera que en medio de la crisis que este año ha reducido los presupuestos de ciencia en 34%, de educación en 22% (a lo que se sumó después un recorte de 3 mil millones de euros para la enseñanza pública), y así por el estilo, la Casa Real recibió una reducción del 2% en su presupuesto.

Todo esto puede parecer inaceptable, inmoral si se quiere, pero no es ilegal. Así lo sanciona la Constitución hoy vigente en España, que es la del genocida Francisco Franco, el mismo que tiranizó España durante más de 30 años y que un buen día decidió que volviera la monarquia, pero no con el Borbón todavía vivo, que le caía mal, sino con su hijo, el hoy rey Juan Carlos, nuestro avezado cazador de fieras. Reza la Constitución en su artículo 56, por ejemplo, que "La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad.....". Lo de inviolable me deja dudas (no sé si alguien querría ponerlo a prueba), pero lo que sigue lo eleva a la categoría de intocable. Además, a diferencia de su familia, que se dedica a tareas bastante frívolas, las tareas concretas que la Constitución encomienda al Rey son de mayor importancia aparente, como la sanción de las leyes, la firma de los reales decretos, la disolución de las Cortes o la propuesta de presidente del Gobierno. Aclarando, eso sí, que lo que se le pide -para cautelar la legalidad de dichos actos- es únicamente su real firma; no tiene que proponer nada ni entender lo que firma, solamente estampar su noble rúbrica. O sea, el rey es simplemente un notario, excesivamente costoso, pero notario al fin, tan inútil y execrable como ellos.

Esta infamia de excesivos derechos e insignificantes deberes de los reyes y sus familias puede llevarnos a enojo, excerbado tal vez por el hecho de que se trata de personajes anacrónicos, obsoletos, escapados de un libro de historia medieval. Por otro lado, ese fastidio puede quizás moderarse al considerar que se trata de una rareza, un fenómeno lejano, muy ajeno a nuestras humildes realidades tercermundistas. Error. En estas latitudes también tenemos a personajes que detentan mucho poder sin merecerlo, que confunden inmunidad con impunidad, y cuya existencia y privilegios son absolutamente legales. Estos reyezuelos sin apellido, aunque a veces con ínfulas dinásticas, son los diputados y/o senadores que pueblan los parlamentos locales. Hace muy poco, los legisladores chilenos se aprobaron un aumento para sus gastos de 4 mil dólares, lo que equivale a más de diez veces el salario mínimo legal. Hay que indicar que estos sujetos, los mismos que plagian proyectos de ley desde Wikipedia, insultan a los policías que los multan por exceso de velocidad, y navegan por internet o simplemente duermen mientras se discuten los proyectos de ley, ya tenían un sueldo mensual de 16 mil dólares, al que se le agregan otros 20 mil dólares mensuales en asignaciones y gastos varios. Entre las muchas gollerías de las que disfrutan estos ciudadanos está el ir gratis a ver los partidos de fútbol nacional, lo que imagino se interpreta como parte de su servicio a la comunidad. En cualquier caso, están más allá de la ley, pues gozan de una graciosa inmunidad parlamentaria. Lo realmente paradójico es que las mismas personas que, con justa rabia y razón, vociferan hoy contra estos parásitos sociales, estos reyezuelos que aparentemente han perdido la capacidad de sentir vergüenza, el día de mañana volverán a elegirlos. Y aquí es donde los peninsulares pueden mirarnos con algo de conmiseración, pues mientras ellos no votan por ese rey que les ha sido impuesto, en nuestros países el sufragio ciudadano otorga una supuesta legitimidad democrática a ese despropósito. Así se perpetúa el abuso que significa mantener con el dinero de todos a esa casta de zánganos que aceleran o estancan la tramitación de proyectos legislativos de acuerdo a los intereses de las grandes empresas que financiaron sus ruidosas y contaminantes campañas electorales.

La gran historia de la humanidad recoge muchas pequeñas historias de revueltas ciudadanas contra el abuso de los poderosos, todas rotundamente justas, casi ninguna con final feliz. Una de tantas es la Revuelta Irmandiña, en el reino de Galicia a mediados del siglo XV. Hartos ya de estar hartos de las injusticias cometidas por los nobles, los irmandiños se armaron en multitudinaria guerrilla y durante dos años acosaron con furia al poder señorial. El detalle que me llamó la atención es que estos simpáticos irmandiños no se ensañaban tanto con los señores o sus bien vestidas familias como con sus bienes inmuebles. Así, en lugar de violar o degollar a mansalva, como solía ser la norma, la legión irmandiña se dedicaba a explorar empíricamente nuevas posibilidades arquitectónicas, llevando los castillos -otrora verticales- a una disposición horizontal. Aproximadamente 120 castillos fueron destruidos durante su breve revuelta, sofocada a sangre y fuego, como es la tradición. Pensando en que la labor de los parlamentarios es desaprobada por dos tercios de la población, que sus privilegios y prepotencias son rechazados con rabia por todos los ciudadanos de a pie, y que el congreso es apenas un solo edificio, me pregunto si no merecerán estos reyezuelos que algunos herederos de los irmandiños les recuerden, al menos simbólicamente, que su castillo se puede derrumbar.




sábado, 7 de abril de 2012

En París, con aguacero

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

Cuando en el colegio nos hacían leer este poema de Vallejo  (Piedra negra sobre una piedra blanca) nos preguntábamos con cierto morbo si la profecía del poeta acerca de su muerte se había cumplido. No sé si fue culpa de un profesor despistado, de esos con sueldo insuficiente para sus necesidades pero exagerado para sus capacidades, o se trató de uno de los muchos mitos urbanos que acompañan nuestro paso por el colegio, tal vez apoyado en la confusión de poeta con profeta, pero juraría que alguna vez me dijeron que la profecía se cumplió. No es cierto. César Vallejo sí murió en Paris, pero con llovizna en lugar de aguacero, y no un jueves sino un viernes; un viernes santo, en la primavera boreal.  Sin embargo, más allá de mitos o confusiones, el primer verso del poema se ha grabado en la memoria de muchos lectores, sean admiradores de Vallejo o no. Y yo lo tenía muy presente la primera vez que estuve en París, en 1995, ocasión en la que, como ya conté en el post Hormigas y cigarras, caminé y observé mucho. Y comí muy poco.

Me alojaba en uno de esos albergues para la juventud (Auberges de Jeunesse) que están pensados para gente muy sociable e inmune a la incomodidad (ahora tengo medios para alojarme en mejores lugares, pero ya no tengo ni media juventud). Recuerdo que uno de mis compañeros de habitación (dos camarotes = cuatro extraños compartiendo cuarto) era un muchacho japonés al que -ya por 1995- su reloj le hablaba. Me explicó orgulloso que el reloj le decía la hora, el día, la temperatura, etc, y además le daba los buenos días. El compañero de viaje ideal. Pero al japonés y a su reloj los vi muy poco porque yo me pasaba el día entero recorriendo esa ciudad tan llena de historia. Uno de mis destinos fijos, al momento de planificar el viaje, fue el cementerio de Montparnasse. Siempre me ha gustado caminar por los cementerios. Son lugares ideales para la reflexión, porque tanto los visitantes como los visitados suelen estar muy tranquilos. El cementerio más famoso es el de Père-Lachaise, no sólo por sus mausoleos y estatuas de una belleza impactante, sino porque alberga a muchas celebridades, en el sentido antiguo de la palabra (aquellas personas que sobresalían del resto por la calidad de su obra; no como ahora, en que basta el escándalo y el dinero para ser llamado celebridad). Visité ambos cementerios, pero primero fui al de Montparnasse, porque allí está la tumba de Vallejo. Era cerca del mediodía cuando llegué, tras larga caminata. El cielo encapotado de París anunciaba aguacero en algún momento.

En ambos cementerios hay a la entrada una suerte de mapa con la ubicación de las tumbas de los personajes célebres. Pero gracias a mi notable capacidad para la desorientación espacial, rápidamente me perdí. Me preocupaban dos cosas: que pronto se largara el chaparrón, y yo sin paraguas, y que podía pasar mucho rato buscando a Vallejo y finalmente no encontrarlo, porque eran miles de tumbas y nadie me podía ayudar. Digo esto porque 1) la caseta de la entrada quedaba muy lejos, 2) yo no hablaba nada de francés en esa época, y 3) aunque 1 y 2 no fueran ciertos, el guardia del cementerio, con un destilado de la mítica amabilidad parisina, jamás movería un dedo para colaborar con el insignificante turista desorientado. Estaba yo inmerso en el desasosiego, en pleno frenesí de búsqueda casi ciega, cuando apareció una mujer de aspecto amable y me preguntó algo en francés. Al no entender lo que decía, simplemente le sonreí. No sé qué interpretaría la añosa dama (no, esta no es una crónica con final cargado de erotismo) y me dijo con un gesto que la siguiera. Intenté decirle con otro gesto que no, muchas gracias, pero ella ya estaba en movimiento. Decidí seguirla, porque no me inspiraba desconfianza y porque quizás, en un caprichoso giro del destino, ella me llevaría hasta la tumba de Vallejo. Después de unos cuantos cambios de dirección, de pronto se detuvo, y me mostró, radiante y reverente, un vistoso mausoleo que decía ... Famille Saint-Saëns. Inicialmente pensé que era el mausoleo de su familia, y comencé a temer un desenlace macabro de la historia, pero rápidamente me señaló la lápida de Camille Saint-Saëns, y entonces recordé lo poco que sabía del personaje: era un compositor clásico, y su música no me gustaba. Y allí estaba yo, en actitud contemplativa frente a la tumba de ese señor, fingiendo interés para no ser descortés con la amable señora que tenía al lado, mientras el pobre Vallejo languidecía sin visitas, y el cielo seguía amenazando tormenta. Afortunadamente la señora tenía apuro y se despidió como diciendo “Ahí lo dejo a Ud. para que disfrute a solas de este momento tan especial”. Le agradecí (que se fuera) y rápidamente reinicié la búsqueda de mi siempre afligido paisano. Salí del grupo de tumbas donde descansaba el músico hacia una de las calles internas del cementerio. Enfrentado a la decisión de qué dirección tomar, hice como siempre: hacia la izquierda. Y unos cuantos pasos más allá... ocurrió el milagro. Entre docenas de sepulturas, una placa blanca con el texto “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo” (el primer verso del poema Espergesia) me indicaba que la búsqueda había terminado. Allí estaba la lápida gris que decía César Vallejo, en un contraste de colores que lo hacía casi ilegible. Había restos de flores secas y un par de piedras, tal vez ofrendas de un visitante andino. Debajo del nombre del poeta se leía -en francés- algo así como “que quiso descansar en este cementerio”, seguramente puesto por su viuda francesa, Georgette, quien tuvo que enfrentar el tardío oportunismo de las autoridades peruanas, que querían repatriar los restos de quien fuera ignorado literariamente y perseguido políticamente en su país. Ella hizo prevalecer la voluntad de este hombre que murió de una enfermedad curable, abandonado y miserable, a los 46 años.

Una emoción ahora sí genuina me embargó y quedé mucho rato mirando su nombre, mientras en mi cabeza sonaban versos sueltos. Afortunadamente estaba solo. Me invadió ese sentimiento que él mismo definiera con una palabra que tuvo que inventarse, trilce: triste y dulce. Después de algunos minutos de invisible homenaje, tomé una foto (donde aparece mi mochila compañera de caminatas) y luego tomé prestada una flor roja de las muchas que le sobraban a una tumba cercana, y la dejé encima. Comenzaban a caer goterones, y la sombra de los miles de árboles que acompañan la visita a Montparnasse, una bendición en días de calor, no sería buen refugio si se terminaba de largar la lluvia. Me despedí entonces del cholo Vallejo, como quien se despide de un amigo muy querido al que no sabe si volverá a ver, y apuré el paso. Antes de salir, un grupo de gente alrededor de una lápida me ayudó a saber que allí descansaba Sartre, de quien ya había leído La náusea y Las palabras, así que también tenía razones para ir a agradecerle personalmente. Tomé una foto rápidamente (con mochila en el cuadro) y ahora sí salí, buscando un alero protector bajo el cual guarecerme del inminente aguacero.

Cada vez que inauguran una escuela o una biblioteca, los alcaldes de los pueblos peruanos proclaman, con toda la solemnidad que el alcohol en la sangre les permite, que César Vallejo es el mayor poeta del siglo XX en cualquier lengua; incluso sin haberlo leído. Pero lo mismo afirman sesudos, sobrios y renombrados críticos literarios americanos y europeos. Coinciden además dos enormes y distintos creadores, Silvio Rodríguez y Joaquín Sabina, en que descubrir la poesía de Vallejo les supuso una conmoción que no se extingue. Y este humilde servidor levanta la mano para decir en voz baja que Vallejo es el más grande. Con unos pocos libritos alcanzó el Monte Parnaso de la Poesía, llevando a su límite la expresión de la poesía del lugar, la de denuncia social, la simplemente humana, la filosófico-existencial y la vanguardista (adelantándose más de una década a los primeros ejercicios surrealistas). Pero mi primer contacto con Vallejo, a los 8 o 9 años, no fue un poema sino un cuento, Paco Yunque. Después sabría que ese cuento, supuestamente para niños, alguna vez fue prohibido de ser distribuido en las escuelas por ser demasiado triste. Leer Paco Yunque es descubrir de un solo golpe la brutalidad de la injusticia emanada del poder económico, ensañada en los indígenas peruanos pobres y sin derechos, y todo dentro de la sala de clases de una escuela primaria. Bien lo sabía Vallejo, que vivió un tiempo en una hacienda donde los indios eran tratados como animales, fue maestro de escuela, y estuvo en la cárcel rodeado de otros tantos inocentes. Leer Paco Yunque es terminar pensando que la lucha de clases es algo inevitable y que la integración es una utopía.

Cuando llegó el aguacero yo ya estaba a salvo, bajo un arco en una plaza. Tuve suerte, porque una mujer tocaba guitarra y cantaba para el grupo de refugiados de la lluvia. Era bonita, cantaba Gracias a la vida en un castellano con acento francés, y estaba acompañada por un viejo clochard y un perro tuerto (llevaba un parche negro en el ojo, como los piratas). En otras ocasiones tuve que esperar el fin de la lluvia en situaciones bastante menos románticas: la portada de un edificio comercial, un McDonald’s, un paradero de buses. Llovió mucho en París en esos tres días. El último día, 14 de julio, escampó totalmente y pude caminar tranquilo. Llegué a la Plaza de la Bastilla, el lugar donde la lucha de clases escribió la historia hace más de 200 años. Y fue allí donde vi la segunda muestra de que la sociedad parisina está más integrada que las sociedades latinoamericanas que conozco. La primera había sido el día anterior, en un McDonald’s. Allí, un mendigo muy maloliente hizo su cola para comprar una hamburguesa con una gran cantidad de monedas de baja denominación, y mientras esperaba iba comiendo los restos de comida abandonados en las mesas. Nadie se inmutó por su presencia, y la cajera lo atendió exactamente igual que a todos. En Chile o Perú hubieran llamado al personal de seguridad los clientes o las cajeras. Ese día despejado, en la Plaza de la Bastilla, había una pareja caucásica con una niñita muy rubia, vestidos impecablemente. Estaban sentados escuchando las pruebas de sonido, pues más tarde habría un concierto de Jean-Michel Jarre. De pronto se acercó un hombre de raza negra, con aspecto de vivir en la calle, y comenzó a jugar y bailar con la niñita. En Chile o Perú habrían salido huyendo de inmediato. Pero estos franceses se divirtieron mucho y aplaudían al ver a su niñita bailando con aquel moreno gigante que fingía caer a cada momento. Tengo claro que no se puede generalizar a partir de dos anécdotas, y leí bien las noticias de los saqueos e incendios de automóviles en los barrios marginales parisinos hace algunos años, no quiero pecar de candidez extrema. Sin embargo, me llamó la atención que justamente en ese París con aguacero que vivió y soñó el inmortal César Vallejo, el escritor que me inició en el sacro resentimiento social, encontrara yo esas postales de integración, en las antípodas de la lucha de clases.





domingo, 1 de abril de 2012

Cayendo en la red


Nunca pensé que terminaría en una red social. Bueno, eso le ocurre a muchas personas (lo de nunca pensar). Me convencieron mis escasos pero muy fieles (hmm, dejémoslo en constantes) lectores: Alejandro, Ricardo, Mónica. Con esto el blog gana difusión y yo gano burlas de los que me recuerdan que afirmé tajante que nunca estaría en una red social como facebook. Me defiendo diciendo que la cuenta no es mía, sino de mi blog, pero seguramente no encontraré indulgencia al otro lado de la pantalla. ¿Por qué me resistía? Una primera respuesta es que por definición un sujeto asocial no debiera tener interés en una red social. Y digo asocial y no antisocial porque últimamente la prensa, la mal hablada y la peor escrita, ha dado en llamar antisociales a los delincuentes, como si después de perpetrar un latrocinio los ladrones no se fueran a celebrar felices con sus compinches y amistades varias. Sonaba más grato y más gregario cuando se les llamaba “los amigos de lo ajeno”. Me defino como asocial porque el 90% de las veces, enfrentado a elegir entre la interacción social o hacer cualquier otra cosa, descubro el irresistible atractivo de la otra cosa. Una segunda respuesta la adelanté en los comentarios del post anterior: facebook me parecía el hogar de la banalidad,el narcisismo y el tedio. Obviamente, hay bastante prejuicio y poca tolerancia de mi parte. Es claro que se trata de un medio, como un periódico o una radio, y ese medio es tan noble o despreciable como su contenido. Pero también es innegable que son muy comunes los casos que ilustran mis prejuicios. Están los que comparten con el mundo información tan  trascendente como que se están cortando las uñas, van camino a un pub, sienten frío en invierno (y calor en verano), o ese día comieron sushi. No imagino cómo podrían enfrentar la vida, sin esa información esencial, las afortunadas personas que componen su círculo de amigos. Lo que hacen los adolescentes creo que ya entra en el campo de estudio de la primatología, porque el lenguaje escrito muta en una serie de signos incomprensibles que se repiten o alternan con figuras, números y letras en apariencia aleatorias que de vez en cuando se asemejan a palabras del idioma castellano. Finalmente, están los que, convencidos de que son muy interesantes y singulares, escriben textos incompletos que apuntan a generar intriga, esperando a que el rebaño subordinado acuda presto a preguntar “qué te pasa”, para recién entonces revelar la causa de tanta angustia existencial, que es generalmente una nimiedad. En fin, todo apunta al meollo del éxito de este invento: hacer que personas comunes se sientan y actúen como celebridades.

Pero, como diría el Chapulín, no hay que morder la mano del caballo regalado, o no hay que mirarle el diente al que te da de comer. Por eso no debo ser tan crítico con ese medio de difusión que -inmediatamente, ya lo verifiqué- ha aumentado el número de lecturas de este blog pobre pero honrado (porque se niega a incluir los anuncios de Google Adsense para “ganar dinero”). De esta manera me he librado de llevar a cabo otras prácticas de dudosa moral para atraer lectores, como poner fotos de erotismo explícito o comentarios de farándula, o mandar una de las típicas cadenas de correo electrónico “Salvemos al pequeño Ojetín, un poodle retenido por la malvada aduana talibán de Birmania, de que le amputen temporalmente la cabeza y las patas; si no le mandas este mail a 10 contactos en los próximos 15 minutos entonces se cumplirá la sentencia del pequeño Ojetín y Dios te castigará”. A propósito, recuerdo que en el colegio religioso donde estudié había un cura que escribía libros. Sus obras eran de una creatividad deslumbrante, del tipo “Conversando con mi amigo Jesús”. Hasta allí, ningún problema, todos tenemos derecho a escribir nuestras cosas. El problema es que cada niño del colegio se llevaba, sin pedirlo, un ejemplar del libro. El dato que me falta es saber si lo cobraban o no. En fin, en todo caso a mí la estrategia no me sirve. Porque si le repartiera un ejemplar de mi novela a los estudiantes que he tenido, y ellos recuerdan bien las calificaciones recibidas, es probable que muchos le den un uso a la novela que requiera arrugar sus páginas primero.



* Deleted scenes:
- Y recuerde, amigo lector, amiga lectora, si Ud. hace click en Me Gusta recibirá múltiples bendiciones del altísimo (no me refiero a Alan García). Dígale adiós a la celulitis, la halitosis, la dispepsia, la estitiquez y tantas otras palabras difíciles. Navegue por facebook y encontrará a muchos otros como Ud., buscando afanosamente consumir el tiempo que les sobra.

- Llame ahora, llame ya. Nuestras ejecutivas están ansiosas de responder su llamado. Si se hace seguidor de este blog en los próximos minutos le haremos llegar a su domicilio, sin costos de envío, un ejemplar de la biografía de Don Francisco y una linterna portátil que funciona con celdas solares.

- No se olviden de Ojetín.