martes, 7 de febrero de 2012

El aplauso de los mancos


Yo estaba maldiciendo la idea de haberme inscrito en ese simposio (simposium, según el anuncio) sobre ecología y desarrollo sustentable. Allá adelante, en la mesa de honor (o sea, una mesa cubierta por un paño verde alrededor de la cual se sientan personajes de honorabilidad incógnita), un orgulloso hijo de la ubérrima tierra de Huacho acababa de perpetrar una encendida arenga, rematando con “la sociedad en su conjunto debe saber enfrentar los desafíos del nuevo milenio”. Sólo faltaba lo del granito de arena para consumar la aniquilación de la inteligencia en ese salón de puertas doradas. Afortunadamente, el hijo de Huacho había dejado tranquilo por un momento al bendito milenio y ahora se dedicaba a listar una interminable serie de obras suyas, todas inéditas. Me pregunté si me devolverían el dinero de la inscripción habiendo pasado apenas hora y media desde que el himno nacional (“entonar las sagradas notas”, dijeron) marcara la inauguración del simposio. Me respondí que no. A lo mejor el café y las galletas de la pausa valdrían el sacrificio, trataba de convencerme, mientras seguía lamentando haberme inscrito en este circo de mediocres con saco, corbata y título a nombre de la nación... hasta que la vi. 
Estaba sentada en la fila de atrás, seis asientos a la derecha. Fue como si se hubiera detenido el tiempo, como si alguien le hubiera bajado el volumen al mundo sólo para que yo la pudiera mirar con tranquilidad. Nunca había visto tanta sensualidad e inteligencia reunidas en un rostro. Su belleza no era inmediata, describirla objetivamente habría resultado una tarea banal (pelo largo y negro, ojos oscuros detrás de unos anteojos pequeños, nariz grande, piel trigueña); su belleza era una promesa de algo más allá, de una segunda vuelta de la imaginación, su belleza necesitaba que no estuviéramos allí. Estaba tan distraída como yo, lo que hizo que no le restara puntos por darle atención al homenaje a los lugares comunes que allí se llevaba a cabo. Justo cuando estaba planeando cómo acercarme a ella en medio del discurso sobre el calentamiento global a cargo de un conocido abogado, ex-ministro de economía, me di cuenta que conversaba con Erik Silva. Erik había sido mi compañero en el curso de química orgánica el semestre anterior y además habíamos participado en un par de recitales de poesía en la universidad, no nos veíamos con frecuencia últimamente (de hecho me debía un libro hacía cuatro meses) pero nos llevábamos muy bien. Estaba salvado, ya tenía un puente para llegar a ella. De todas maneras me propuse abordarla ese mismo día, sentía que una aventura mayor estaba por comenzar. Recordé en ese momento al brujo norteño que me leyó la mano diciéndome que en una vida anterior yo había sido pirata. Claro que no precisó si yo era el que repartía las esmeraldas en la playa caribeña o el que limpiaba la cubierta cagada por aves del litoral; por eso es que no terminé de entusiasmarme con la asociación entre mi pasado de bucanero y mi intención de abordarla. Para mi mala suerte, estas profundas disquisiciones teleológicas me distrajeron un momento, lo suficiente para que no me percatara de que ella había abandonado la sala. No importaba, yo tenía el correo electrónico de Erik.
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From: martin_gm@patibulo.com 
To: eriksilva@southernmail.com
Subject: conquistas y sin ellas
Date: 27-06-01

Hola Erik, 
Te escribo después de tiempo. Creo que desde que fuimos a ver “Tiempo de gitanos” que no nos encontramos. Aunque yo sí te vi ayer, en el simposio sobre ecología y desarrollo sustentable: más aburrido que bailar con la hermana. A propósito de eso (me refiero al simposio, no a tu hermana), quería preguntarte por la chica con la que estabas conversando, una morena de pelo largo. Se veía muy interesante, ¿Quién es? ¿Estudia aquí? ¿Tienes su teléfono, o su correo electrónico? No te pregunto si has tenido algo con ella porque definitivamente tenía cara de tener buen gusto. Bueno, eso era, no jodo más por ahora. Quedo esperando tu respuesta. Ah, no dejes de ir a ver “Antes de la lluvia”, es una obra maestra. La frase que arma la película es “el tiempo no es circular, el círculo nunca se cierra”.
Suerte en la vida, y en todo lo demás también.
Un abrazo,
Martín
P.D.: Oye, si ya terminaste de leer “Ensayo sobre la ceguera” me encantaría que me lo devolvieras.
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From: eriksilva@southernmail.com 
To: martin_gm@patibulo.com
Subject: a otro hueso con ese perro
Date: 29-06-01
Hola Martín, 
Ya me parecía raro que me escribieras si no era para pedirme algo (y no me refiero a tu libro, que terminé de leer hace tiempo y que muy pronto volverá a tus manos). Lamento tener que comunicarte que Rocío voló anoche de regreso a Santa Cruz de la Sierra. Pero para serte franco, aunque se quedara una semana más en Lima yo no te daría sus señas. No entraré en detalles de cómo la conocí, ni de cuál es mi relación con ella (mejor dicho: cuál fue mi relación con ella), pero sí puedo asegurarte que Rocío no es una mujer para ilusionarse. Punto aparte y nada más que agregar. O sí. Tal vez puedo decir que en estos días ando en piloto automático, evitando trazar el mapa de mis desamores. Entre exhumaciones, entierros, y apariciones de espectros pasajeros, poco tiempo y ganas me quedan para mirar hacia delante, donde probablemente alguna a quien no conoceré jamás se aburre de esperarme. 
Con respecto a “Antes de la lluvia” y su frase, puedo dar fe que los últimos días han sido un ejemplo de ello. Nada de lo que se va regresa, ya lo sabíamos. Porque eso del reencuentro no es más que una metáfora para (intentar) simplificarnos la vida. Aunque todo puede llegar a parecerse tanto a un todo anterior que, contando con nuestra complicidad, en una de esas lo creemos y ya: alborotada bienvenida con champagne y serpentinas al hijo pródigo que es el vivo retrato de sí mismo. Y todo irá bien hasta que la gente termine de irse de la fiesta, una vez que se hayan agotado los milagros del vino y los panes, y el hijo pródigo se mire las ojeras al espejo, vea el retrato que ya no está tan vivo, se sienta débil ante el vacío que se anuncia, y le ponga punto final a la parábola con un portazo que no despertará a nadie.
Cuídate del invierno, de los policías borrachos y de la desilusión.
Un abrazo,
Erik
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From: martin_gm@patibulo.com 
To: eriksilva@southernmail.com
Subject: desflorando a Margarita
Date: 30-06-01
Mi querido Erik, ex-compañero de infortunios, desasosiegos y cosas aún mejores,
Si la intención de tu mensaje era que me olvidara de la bella Rocío entonces estás tratando de apagar un incendio con gasolina. No quiero joder más allá de lo justo y necesario (está claro que no estás de humor para eso), pero te aseguro que bien vale la pena un desengaño de meses a cambio de una dicha de días. Para decirlo de otro modo, la tristeza vale la pena. Si no, no existirían los besos fugaces, clandestinos, los que tienen el sabor de lo inmediato, los que no preguntan por promesas porque sus alas no pueden cargarlas. Con respecto a la bajada de telón que anuncias, por favor, no seas tan terminante; recuerda ese verso de César Calvo que dice “y los amantes que se despidieron para siempre no temen volver a encontrarse por primera vez”. Bueno, ya te dejo en paz. Quedo a la espera de que recapacites y te animes a darme las coordenadas de Rocío. Un brindis por la amistad y su enemigo íntimo: el amor. 
Larga vida a los longevos, carajo.
Martín
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El desgraciado nunca contestó mi último mensaje ni respondió a mis llamadas, así que perdí la posibilidad de hacer contacto con la enigmática Rocío. El puente que tenía para llegar a ella se rompió, cerrándose así una de las dos puertas de la bifurcación. Erik había decidido por mí, yo no entraría por esa puerta, nunca sabría adónde me hubiera conducido. Dos meses después supe que Erik había viajado fuera del país (el mensaje telefónico de su hermana no mencionaba el destino) y que me había dejado el libro en su casa. Tras varias postergaciones, finalmente fui a su casa a recoger “Ensayo sobre la ceguera”. Antes de entregármelo, su dulce madre aprovechó para decirme –una vez más– que yo era muy simpático y que le encantaba vernos juntos a Erik y a mí, que le recordábamos a sus primos Eugenio y Horacio, que aunque peleaban a menudo eran muy unidos... y así sucesivos e interminables etcéteras. Cuando comenzó a relatarme la anécdota de sus primos con un caballo chúcaro en la hacienda del abuelo dejé de escuchar y me puse a divagar sobre las posibilidades matemáticas de que la selección clasificara al mundial. Cuando por fin concluyó la letanía y pude despedirme, me inquietó que mencionara algo de una pelea entre Erik y yo “por esa muchacha”. Me pareció extraño porque Erik y yo nunca habíamos peleado por alguna mujer, a menos que ese par de mensajes que intercambiamos sobre Rocío hubieran sido interpretados como una pelea. Esto dejaba dos alternativas: o su madre espiaba su correspondencia y exageraba mucho, o Erik comentaba toda su correspondencia y exageraba mucho. No le di más importancia al asunto y regresé a mi casa, feliz de volver a tener completa mi biblioteca.  
Entré a mi cuarto, dejé el libro sobre la cama, y decidí escribirle un mensaje a Erik, avisándole que había recogido el libro, y que estaba pronto a sacarlo de mi lista de amigos. Tarde o temprano lo leería. Antes de escribir se me ocurrió releer la correspondencia de hacía dos meses, cuando apareció y desapareció el tema Rocío. Tenía curiosidad por buscar en qué pudo haberse basado la indiscreta señora para decir que Erik y yo nos habíamos peleado. Entonces abrí la carpeta electrónica donde archivaba mi correspondencia con Erik y encontré, a continuación de los tres mensajes que recordaba, una serie de mensajes fechados en julio de 2001. No puede ser, me dije. No recordaba haberme comunicado con él en ese tiempo. Comencé a abrir los mensajes en los que yo era el remitente y extrañamente reconocía como propios textos que no recordaba haber escrito:
“ ... porque esta aventura tiene la emoción de los espejos en la oscuridad, todo puede cambiar si alguien enciende la luz. Y yo estoy dispuesto a seguir adelante, no importa que adelante no haya más que paredes...”
“... no diré que estoy tocando el cielo con los dedos, más bien digo que aprieto el cielo con fruición con la mano entera, y el cielo gime agradecido en mi oído...”
“ ... he andado conjugando amor y dolor en tiempo y número excesivos. Sepulté buena parte de mí y resucité otra: filosofías de cajón terminaron en el tacho de la basura y nociones de adolescente terco y crédulo tomaron el poder. Soy algo así como un Lázaro con cirugía plástica: nadie lo reconoce así que el milagro se fue al carajo. Drama similar al de Casandra, se podría decir, si sirviera de algo decir algo...”
“...A manera de expiación habría que comulgar con ruedas de molino y pedir de rodillas a algún Baal de segunda división que por favor se deje de joder. O al menos que nos conceda por una vez la oportunidad de lo imposible, como escuchar el aplauso de los mancos.”
“... la mezcla del infierno y el paraíso no es el purgatorio, como algún triste discípulo de la media aritmética ingenuamente supondría. La mezcla no es tal, conviven como serbios y croatas, codo a codo (en el tabique nasal), desayunan agua con aceite, y el que gana pierde. Debería haber una hoja de ruta para este rally entre hemisferios diestros y siniestros, un atajo que nos lleva al principio del camino...”
“... el dato objetivo es que ella ya no está. Estoy sumido en medio de una triste arqueología existencialista: encontrarle sentido a las ruinas. Mientras tanto, la depresión es la excusa para no mentir más y ver la realidad con sus verrugas y su halitosis; y es también la lucidez que no transa ante el espejismo de la alegría, ante el incomprensible gregarismo de nuestra especie (plaga, como la langosta)...”
“...y no puede ser más largo este mensaje, pues sabe del desamparo final de las palabras, del ineluctable último puerto donde acoderan todas las buenas intenciones: la nada. A pesar de eso, a pesar de esa metáfora del olvido mal olvidado, crece de nuevo como la maleza en las vías del tren, y termino hablando con pedazos rotos de silencio, para que todas las palabras que callo lleguen a ella sin alas de piedra...”
No pude seguir leyendo. Impactado, sin alcanzar a entender, me levanté de la silla y me derrumbé sobre la cama. Entonces el libro que allí había dejado saltó y dejó ver un papel que asomaba entre las páginas. Abrí el libro y encontré un programa de cine y una fotografía. El programa anunciaba “Antes de la lluvia” y se leía debajo del título: “el tiempo no es circular, el círculo nunca se cierra”. A su lado había una foto que tenía como fondo unas montañas verdes en un día soleado. Y en un primer plano aparecía yo sonriente abrazado a una bella muchacha morena de largo pelo negro y ojos oscuros.

(2001)


miércoles, 1 de febrero de 2012

Cuatro poemas

Hace mucho tiempo que no escribo poesía, por razones que sería inútil enumerar, porque no tienen número, ni género, ni razón. Releyendo mi viejo poemario encuentro cosas que sería mejor olvidar, y otras que haría bien en recordar. Como sea, es mi mano. Son pedazos lejanos, a veces oscuros y a veces cursis, pero son reales (no confundir real con verdadero). Antes de que en esta madrugada se me ocurra negarme tres veces, copio estos cuatro poemas.





Habitante
Mi corazón no existe.
Hay apenas un lugar remoto, sombrío,
inútil refugio de asustadas ideas
que huyen cuando el dolor se anuncia;
torpes ideas que huyen pisoteando
a sus hijos,
a los hijos de sus hijos.
Allí me asomo y descubro,
después del dolor,
que en ese lugar pequeño, casi vacío,
has quedado tú,
más sola que nunca,
siguiendo huellas que no son tuyas,
desprovista de respuestas
o preguntas.
Entonces declaro a ese lugar mi corazón
y espero que no encuentres la salida.





Sin palabras
Porque no tengo otras palabras
para decir cómo te amé.
La polilla fugitiva de la luz,
el regreso del que ya nadie recuerda,
las ramas que no crujen en el bosque,
el grito solitario de un asceta.
Porque no tengo otras palabras
para decir cómo te amé.
El niño dormido en su escondite,
el perdón que llegó tras la condena,
las veces en que he dicho lo contrario,
los parques que ya no conoceremos.
Porque no tengo otras palabras
para decir cómo te amé.
El día después del fin de la lluvia,
las manos de piedra de la lavandera,
el árbol que crece en la tumba sin nombre,
los besos que quedan cuando ya nada queda.


Postal de primavera
“Ha llegado la primavera“
comenta el minero al volver
con paso vencido
de su diaria sepultura.
“Ya está la comida“
le dice su mujer
y se sienta a escuchar
su cansado silencio.
“¿Ya está dormido?“
pregunta el minero
y se asoma a mirar
la cama del niño.
“Duerme sonriendo“
comenta el minero al volver
con el rostro encendido
de la habitación oscura.

Adiós
No me voy porque sea necesario mi vacío,
aprendí de la distancia que el dolor no es incurable;
no me voy porque haya salido el sol y demasiado,
somos algo más que contrastes y oquedades.
Me voy porque derribaron una última pared
y era la mía.