miércoles, 1 de febrero de 2012

Cuatro poemas

Hace mucho tiempo que no escribo poesía, por razones que sería inútil enumerar, porque no tienen número, ni género, ni razón. Releyendo mi viejo poemario encuentro cosas que sería mejor olvidar, y otras que haría bien en recordar. Como sea, es mi mano. Son pedazos lejanos, a veces oscuros y a veces cursis, pero son reales (no confundir real con verdadero). Antes de que en esta madrugada se me ocurra negarme tres veces, copio estos cuatro poemas.





Habitante
Mi corazón no existe.
Hay apenas un lugar remoto, sombrío,
inútil refugio de asustadas ideas
que huyen cuando el dolor se anuncia;
torpes ideas que huyen pisoteando
a sus hijos,
a los hijos de sus hijos.
Allí me asomo y descubro,
después del dolor,
que en ese lugar pequeño, casi vacío,
has quedado tú,
más sola que nunca,
siguiendo huellas que no son tuyas,
desprovista de respuestas
o preguntas.
Entonces declaro a ese lugar mi corazón
y espero que no encuentres la salida.





Sin palabras
Porque no tengo otras palabras
para decir cómo te amé.
La polilla fugitiva de la luz,
el regreso del que ya nadie recuerda,
las ramas que no crujen en el bosque,
el grito solitario de un asceta.
Porque no tengo otras palabras
para decir cómo te amé.
El niño dormido en su escondite,
el perdón que llegó tras la condena,
las veces en que he dicho lo contrario,
los parques que ya no conoceremos.
Porque no tengo otras palabras
para decir cómo te amé.
El día después del fin de la lluvia,
las manos de piedra de la lavandera,
el árbol que crece en la tumba sin nombre,
los besos que quedan cuando ya nada queda.


Postal de primavera
“Ha llegado la primavera“
comenta el minero al volver
con paso vencido
de su diaria sepultura.
“Ya está la comida“
le dice su mujer
y se sienta a escuchar
su cansado silencio.
“¿Ya está dormido?“
pregunta el minero
y se asoma a mirar
la cama del niño.
“Duerme sonriendo“
comenta el minero al volver
con el rostro encendido
de la habitación oscura.

Adiós
No me voy porque sea necesario mi vacío,
aprendí de la distancia que el dolor no es incurable;
no me voy porque haya salido el sol y demasiado,
somos algo más que contrastes y oquedades.
Me voy porque derribaron una última pared
y era la mía.





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