domingo, 4 de junio de 2017

La Serena en la Edad Media

Vivo en La Serena desde hace poco más de 8 años. Elegí vivir en esta ciudad por su calidad de vida, el clima, la tranquilidad relativa. Hasta los terremotos y tsunamis son moderados. Uno no se puede quejar. O tal vez sí, al menos un poco: el transporte público es un desastre no natural. Pero no quiero explayarme sobre el transporte colectivo y el incivismo de los choferes, los que resultan ser suecos con postgrado en psicología evolutiva si se les compara con sus pares limeños, bestias temibles, verdaderos asesinos sin licencia (de conducir). Todo es relativo. Hoy quiero hablar de la persistencia de la Edad Media en La Serena en pleno siglo XXI.

Todo se debe a “El Libro del Mar”, un texto elaborado por el gobierno boliviano para difundir su visión de la historia de la Guerra del Pacífico y sustentar su posición en el contencioso que tiene con Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Al margen de lo que sentencie la Corte, cada uno tiene derecho a pensar lo que quiera sobre este asunto. Y esa es la gracia: la libertad de escuchar o leer opiniones, y finalmente quedarse con una. Pero en La Serena hay muchos que le tienen temor a la opinión del otro.

Capítulo 1. Feria del Libro de La Serena. Un evento cultural pequeño pero valioso que, en pleno verano, le permite a los turistas gastar su dinero en libros en lugar de tirarlo a la basura en el casino. Los hay de todas las calidades y creo que está bien que así sea. Si hay gente que considera de valor literario la biografía de un youtuber chillón o la de un mafioso organizador de colectas como para ofrecerlas en venta, y hay otros dispuestos a pagar por ello, pues que les vaya bien.  Hasta “Amarilis y el país imposible” estuvo allí (no averigüé si por error se vendió algún ejemplar). A dicha Feria acudieron ciudadanos chilenos miembros de la agrupación Simón Bolívar, un colectivo que busca la integración con los hermanos bolivianos, con el propósito no de vender sino de regalar el Libro del Mar. Horror, anatema, herejía. El alcalde prohibió la actividad blandiendo la torpe excusa de que el libro no tenía nada que ver con el tema de la Feria: la poetisa Gabriela MIstral. Así, para el señor alcalde sí son compatibles con la obra de Gabriela Mistral el libro de predicciones de un tarotista que aparece en TV o un folleto de hierbas con propiedades medicinales. Desconozco si la autoridad edilicia leyó alguna vez un libro en su larga vida como político, porque esa sí sería una buena excusa.

Capítulo 2. Colegio Carlos Condell de La Serena. Un grupo de estudiantes se muestra muy interesado en la asignatura de historia y entonces un funcionario del colegio (miembro de la agrupación Simón Bolívar) les hace llegar una caja con ejemplares de El Libro del Mar, para que puedan comparar la versión que aprenden en los libros oficiales chilenos con la versión boliviana. Horror, anatema, herejía. No solamente requisaron los libros, despidieron al funcionario y el Ministerio de Educación anunció con indignación un sumario. No, el inefable alcalde anunció que investigarán la vulneración de los derechos de los niños, porque una foto de ellos mostrando libros fue divulgada en medios bolivianos sin contar con su autorización. Es de imaginar, entonces, que el señor alcalde tiene la autorización de los numerosos niños que aparecen en una foto en el boletín de noticias de la municipalidad en donde se difunde un taller municipal gratuito de tenis para niños. Esto sugiere que el alcalde al menos leyó los evangelios, particularmente los pasajes donde aparecen los fariseos.

Capítulo 3. Universidad de La Serena. Esto lo comento con vergüenza, porque es mi lugar de trabajo. El bendito Libro del Mar apareció en una foto tomada en la Biblioteca Central, donde estudiantes universitarios aparecen de buen talante mostrando 3 ejemplares donados. Horror, anatema, herejía. La declaración oficial de la Universidad pone énfasis en que no se siguieron los conductos regulares (el paraíso en la tierra para los burócratas) para que esos 3 libros llegaran a la biblioteca. Pero no deja de mencionar que “esta entrega aparentemente se estaría utilizando con fines propagandísticos y de forma engañosa” y que “dada la implicancia y gravedad que pudiese revestir este hecho” lo denunciarán al Ministerio de Educación.  Tras leer esto le escribí un mensaje a un colega del Departamento de Ciencia Sociales: “No puedo sino sentir vergüenza de que nuestra institución, lejos de manifestar una postura razonada, vinculada a la búsqueda del saber (supuestamente es lo que define a una universidad),  aparezca sumándose a las voces que claman con espanto ante la posibilidad de que una visión diferente de la historia pueda ser escuchada o leída. Son reacciones destempladas, fanáticas, propias de un tribunal de la inquisición frente a un libro prohibido. Es la inseguridad del censor, que teme que la visión del otro contamine su dogma. Qué pena. Me pregunto si este es un tema que los académicos de Humanidades han discutido, y si valdría la pena hacer un pronunciamiento en favor del pluralismo de opiniones y alejado del falso patriotismo, el chovinismo que no es otra cosa que una manifestación de ignorancia.” Todavía estoy esperando su respuesta. Al margen del triste oscurantismo y el retorno del Index Librorum Prohibitorum, resulta además lamentable que se preocupen más de los libros que sobran que de los libros que faltan.


A mí Evo Morales me parece un demagogo con escaso apego a la democracia, que no para de maquinar ultrajes a la constitución para poder volver a reelegirse. Y es cierto que usa el conflicto con Chile para subir sus índices de popularidad (la estupidez del nacionalismo se verifica a ambos lados de la frontera). Pero nada de eso justifica la reacción histérica frente al libro que protagoniza este post. En los más de 20 años que llevo en Chile muchas veces tuve que confrontar la versión peruana de la Guerra del Pacífico con la versión chilena, y me sorprendió mucho la ausencia en su visión del papel clave que desempeñó el capital británico (razón del inicio y desenlace la guerra). Pero nunca grité ni insulté, ni fui gritado o insultado; fueron conversaciones cordiales con escasa convergencia final, nada más. Un saludable ejercicio de vida en común. La intolerancia máxima consiste en prohibir la expresión o difusión de la opinión del otro. Y en esa posición se hermanan la Santa Inquisición, el estalinismo, el franquismo, el pinochetismo, el castrismo, el Estado Islámico, etc. (el lector puede continuar la lista)