miércoles, 27 de abril de 2011

Alan, el libro y Book

Cuando Alan García fue presidente del Perú por primera vez, a los 35 años, era de izquierda y gozaba de una gran popularidad. Para su segundo gobierno, Alan García era de derecha, había perdido mucha popularidad, y había ganado más de 30 kilos. Con esa proyección, hay razones de sobra para temer un tercer gobierno (si es que para ese entonces todavía puede moverse). Pero lo que Alan nunca perdió es el don de encantador de serpientes. Sus improvisados discursos son, lejos, lo mejor que he escuchado en política, dejando a sus contendores como torpes repetidores de lugares comunes sin gracia. Para hablar, por ejemplo, de un puente que acaba de inaugurar (y que se derrumbará pronto, pero ese es otro tema), Alan primero te da un paseo por la historia, citando la gesta de Leonidas en las Termópilas, la red vial andina diseñada por el inca Pachacútec y la mole imposible de Angkor Wat, para luego hablarte del diario trajín de –digamos– Cipriano Quispe, un humilde campesino que funge voluntariamente de correo humano como los legendarios chasquis (o Miguel Strogoff) y camina cada día kilómetros a través de punas y quebradas para llevar el mundo a su pueblo, rematando su prosa inflamada con una arenga que levantaría de su sepultura a tres generaciones enteras. Por supuesto que hay demagogia en su discurso, pero la oratoria demagógica también puede apreciarse como un arte; los sofistas griegos siempre tenían público en sus esquinas. Hace un par de años, estando de visita por Lima, y tumbado en cama por una gripe, pude ver casualmente en televisión un discurso suyo en la re-inauguración de la biblioteca nacional. Comenzó con el esperado panegírico al libro, el hontanar de donde mana caudalosa la sabiduría que desafía, irredenta, la tiranía del tiempo… y así un buen rato. Pero, confieso, hubo una parte en la que me emocioné. Fue cuando citó a Borges en El Hacedor (Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía,/ me dio a la vez los libros y la noche) y luego, en medio de hipérboles gongoristas a granel, remató diciendo que la existencia de una ciudad entera se justificaba a partir de la existencia de su biblioteca, y esta a su vez existía porque había un hombre cobijado en ella, un solitario bibliotecario que atesoraba y cuidaba un único libro que le daba sentido a todo lo demás. Chapeau. Pero cuando no se habían terminado de extinguir los aplausos, el inefable Alan las emprendió vehemente contra los tiempos actuales y el bombardeo de información que puede aturdir y que no reemplaza a los libros. Me gustó que tomara una posición tan clara en épocas en las que suena tan bien quedar como “moderno” al mencionar las palabras chat, Facebook o Twitter.
Pienso que internet es una maravilla, un invento valiosísimo, pues puede ser una ventana infinita hacia el conocimiento, pero nunca está demás reivindicar el valor del libro. La lectura, el análisis, la reflexión y la relectura (proceso por el cual la información puede convertirse en conocimiento), en general ocurren de manera más natural con el libro escrito. La red tiene muchas urgencias y en parte por ello es que asistimos a la erosión del lenguaje escrito, usando los adolescentes (y algunos adultos) un lenguaje nuevo que resulta de mutilar y simplificar el lenguaje, imposibilitando la profundidad de la comunicación y de paso empobreciendo el intelecto. Creo también que hay una sobreestimación de las noticias que contienen la palabra Twitter o Facebook. Cualquier cosa que se diga de las redes sociales, por más insulsa que sea, captura el interés y multiplica el comentario. Probablemente sea porque los usuarios se sienten aludidos directamente (“están hablando de nosotros”). No lo sé. Mi opinión es que las redes sociales tienden a banalizar la comunicación, en parte debido a las restricciones de espacio y su constante actualización. Quiero decir que los mensajes nacen forzosamente cortos y destinados a ser pronto olvidados. Otra vez, hay poco espacio y tiempo para la relectura y la reflexión. Y entonces termina ocurriendo que los textos largos ya no se leen porque –en comparación– parecen más largos de lo que son (como este comentario, que a esta altura ya aburrió a muchos). Creo que uno de los mayores valores de internet es la democratización del acceso a la información, y la universalización de los canales de expresión, por eso es tan temida por los estados totalitarios. Las recientes y vigentes revoluciones en el norte de África, que están cambiando la historia en cuestión de semanas, no podrían haber tenido el éxito que tuvieron sin las redes sociales e internet. Es claro que los medios son eso, medios, y que lo vil o sublime es el contenido o su uso. Por eso los nuevos medios de información no son en sí mismos buenos o malos. Y antes de seguir repitiendo obviedades y martirizando al dedicado lector, termino este párrafo.
Erasmo de Rotterdam, humanista incombustible, iconoclasta erudito, filósofo del Parnaso y del pueblo, explorador de la verdad a pesar del lastre de la religión, acuñó una frase que lo describe por completo "Cuando tengo un poco de dinero, me compro libros. Si sobra algo, me compro ropa y comida". No puedo evitar recordarla cada vez que sale el tema del libro (y cada vez que, solo o con familia, salgo de una librería con bolsas muy pesadas). Sin querer me nació este post cuando se acaba de celebrar el día del libro. Sabrán perdonar la poca originalidad. Hay cosas peores, como los libros de Coelho.
Para terminar (y estar a la altura de los nuevos tiempos): leyendo noticias, encontré este video hace algunas semanas. Ilustra con mucha elegancia el lamentable nivel de dependencia que hoy se tiene con los dispositivos electrónicos, en particular, pero creo que se puede generalizar hasta incluir el valor relativo de la lectura vs. la conexión a internet o a las redes sociales como Facebook o Twitter.




sábado, 23 de abril de 2011

Matasanos y doctores

A mi amigo Fernando le gusta preguntar a los médicos que no lo atienden bien "Ud. no es doctor, no? Digo, es médico, eso se ve, pero doctorado no tiene, no?". Al margen de ser rigurosamente cierto (un médico, incluso con especialidad, no necesariamente ha obtenido el grado académico de doctor), eso implica que Fernando ya no podrá volver a esa consulta, a menos que quiera poner en riesgo su salud. Pero eso también implica que se ha arrojado algunos gramos en el platillo más alto de la balanza de la injusticia con la que la sociedad mira a los médicos. Es verdad que no son los únicos doctores apócrifos, también existe esa mala costumbre dentro de las huestes de abogados y dentistas, pero no hay profesión más sobrevalorada que la de ser médico. Tuve compañeros de carrera a los que su madre nunca les perdonó que no estudiaran medicina. Hay algo de arribismo y mucho de ignorancia en todo esto, pero lamentablemente es la opinión de la mayoría. Bien lo sé yo, que apenas dije que quería ser biólogo no hubo pariente cercano o lejano que no sugiriera con tono de te-estoy-arreglando-la-vida "y ya que te gusta la biología, por qué mejor no estudias medicina?". Y uno tenía ganas de responder, "y ya que te gusta tu esposa, por qué mejor no te acuestas con tu cuñado?".

Yo estudié en una universidad en la que estudiantes de biología, odontología y medicina compartíamos patio, matrículas usureras y profesores mediocres. Uno de los primeros desengaños al iniciar la carrera fue descubrir que la mitad de mis compañeros en realidad querían ser médicos, pero no les alcanzaba el puntaje. Hubo uno que incluso dejó la biología para seguir odontología... porque quería estudiar medicina. Nunca entendí esa estrategia de ser lo que no querían ser pero contentarse con mirar de cerca a los que sí podían serlo. Bueno, dije que era biólogo y no psicólogo o sociólogo, sabrán perdonar. La ventaja de haber estudiado en esa universidad es poder haber convivido con los médicos desde que eran cachorros inofensivos. Así que fui testigo de cómo ellos se fueron convirtiendo de campechanos en petulantes, de muchachos sencillos en hombres soberbios. Rápidamente adquirieron la costumbre de andar con la bata blanca para todos lados, a pesar de que sólo se usaba en un par de actividades de laboratorio a la semana. Cuando vieron que algunos biólogos replicaban la conducta de la bata-piel, entonces se colgaban el estetoscopio del cuello, incluso para ir a almorzar; ese aparatito de mecanismo tan simple tenía la potente capacidad de distinguirlos de la plebe.

Algunos argumentos que he escuchado para justificar esa sobrevaloración y la réplica:
*Trabajan salvando vidas - También los bomberos, los policías y los (valga la redundancia) salva-vidas. Eso sí, más vidas salvan los paramédicos y las enfermeras. La mayoría de las muertes en la población son por enfermedades simples de tratamiento igualmente simple (el gran porcentaje de mortalidad infantil, por ejemplo, está en resfríos mal cuidados y deshidratación por diarrea).
*Estudian muchos años - Cualquier profesional que haya cursado, aparte del grado básico de licenciado, una maestría y un doctorado habrá estudiado muchos años más que un médico.
*Es un trabajo muy especializado - No más que el de cualquier otro profesional competente. Saber manejar un láser quirúrgico demanda la misma práctica y precisión que saber usar un láser industrial.
*Es la más noble de las profesiones - Es cierto que es intrínsecamente más noble que muchos oficios que en sí mismos son algo deleznables, como el ser matarife (crueldad), abogado (mentira) o notario (cobrar sin trabajar). Pero también es cierto que la nobleza la tiene, o no, el ser humano. Como ejemplo, acordarse de los médicos que supervisaban el ritmo de las torturas en las dictaduras de Pinochet o Videla, o de los médicos nazis que hicieron su aporte de sadismo a esa barbarie.

Hace unos años tuve que ir al urólogo por un doloroso asunto de cálculo renal (no era una piedra sino una estrella ninja lo que tenía en la uretra y que me hizo ver a Judas calato bailando una diablada). Cuando terminó todo, con su mejor tono catedrático-arzobispal me dijo que evitara los lácteos, vamos, la receta clásica. Con la deformación escéptica que tengo por ser investigador científico, consulté las bases de datos electrónicas por los últimos artículos sobre el tema publicados en revistas internacionales. Tas leer media docena de artículos, todos recientes, me quedó claro que no debía evitar los lácteos porque la recurrencia de cálculos renales era mayor. Algo muy parecido me pasó hace poco con otro médico que, para corregir mis bajos niveles de movilidad espermática (perdonen la intimidad, no se preocupen que no habrá material gráfico) me recetó un antibiótico para una hipotética bacteria que podría estar causando el problema. Pues bien, artículos recientes evidencian una correlación positiva entre el uso de ese bendito antibiótico y la inmovilidad espermática. ¿Son acaso estos dos señores unos pésimos profesionales a los que habría que quemar en la hoguera o al menos denunciar por mala praxis? No. Son sólo médicos que repiten lo que les dijeron sus profesores en la facultad o lo que dice el libro de texto editado en 1990. No les alcanza el tiempo para actualizar sus conocimientos porque, ente otras razones, tienen que correr entre los varios trabajos que tienen para poder mantener a su familia y a su status. Son simplemente profesionales, como muchos de nosotros, con aciertos y fallas, pero que gozan de un trato privilegiado por parte de la sociedad.

Para terminar (porque la idea de los posts diarios era que fueran más cortos):

A fin de cuentas, ir al médico hace bien. Le hace bien sobre todo a ellos, que se enriquecen cobrando lo que no se debe, pero también a uno. Y es por las mismas razones por las que hace bien rezar en silencio, dar alaridos en éxtasis y con banda sonora como los evangélicos o ser visitado por un chamán o un médico brujo: el fantástico -pero real- efecto placebo. Esta más que comprobado científicamente que si un médico te da una pastilla de azúcar y tú crees que es un analgésico... el dolor disminuye. El cerebro hace maravillas con los estímulos que recibe, pero ese ya es otro tema. El punto es que, gracias al efecto placebo, visitar al médico es útil, siempre que no sea un asaltante con licencia. Ah, y recuerden, no son doctores.


Cartografía detallada del ombligo

Una de las maneras de distinguir rápidamente un blog bueno de uno malo es que el malo dedica demasiado espacio a hablar de sí mismo (del blog). Por eso no sorprenderá a nadie que este post trate acerca del blog mismo. Ha sido muy simple hacer números para darme cuenta de que la productividad de textos es cada vez menor. O sea que, si proyectamos la tendencia, dentro de poco la productividad será negativa (comenzaré a borrar). Una de las razones es el tiempo dedicado a cada entrega. No es demasiado, pero sí hay un esmero por dejar el texto bien editado y de una extensión suficiente para desarrollar la idea. Esto hace que postergue escribir cuando “las condiciones no están dadas”, pareciéndome entonces a tanto partido comunista que no hizo la revolución y a tanta mujer con dolor de cabeza. La razón de fondo la sabemos nosotros dos (digo dos porque según las estadísticas de Google en el último mes el promedio diario de lectura es 0.63 páginas, y redondeando como me enseñaron en el colegio al entero más cercano (1), llegamos a ese lector único que nunca dudé en tener). La razón de que no escriba tan seguido es el tipo de texto que en general subo, que apunta a tener algo de reflexión y algo de estilo. Entonces he decidido hacer un experimento. Tengo curiosidad de saber si podría escribir un post (casi) a diario. Obviamente, no se trata de poner cualquier mamarracho (serán mamarrachos escogidos) ni de copiar textos interesantes de otros. Y cuando digo copiar no me refiero al estilo Bryce Echenique, copiar y firmar, sino a la difusión de textos selectos. Se trata de escribir algo decente: un comentario con base, una idea con aristas, un libelo con altura. Dejando de lado las metáforas geométricas, lo que pretendo es… ya, basta, si sigo explicándome voy a ahuyentar a ese 63% de individuo que me lee, si rechazo el premio consuelo del redondeo. Bueno, si es mujer y joven, puedo prescindir del 37% que va de las rodillas a los pies. El tiempo dirá si lo logré, si me sentí bien haciéndolo, y si las estadísticas de lectura dejan de parecer el electrocardiograma de un comatoso. Sólo espero que no me ocurra lo que le pasó a un ex-amigo, que tuvo un efímero blog (5 o 6 posts, casi todos muy buenos) en el que los únicos comentarios que aparecían eran de personas que promocionaban sus propias páginas, llegando incluso a la más vulgar propaganda de una empresa de software. A eso, siempre preferiré el silencio.