No, no es que este
blog haya resucitado. Sigue tan muerto como el primer día. Pero no quería que
quedara como último post aquél de La Serena en la Edad Media. Tal vez es
demasiado bilioso para ser la carta de despedida, la última fachada que verán
los vecinos en esa veja casa cerrada por derribo. Así que, sin mayor preámbulo,
como el sexo adolescente con las profesionales del amor, paso a dejar este
palimpsesto apurado.
Al final, como
siempre, los griegos tenían razón: el principal problema a resolver es el del
ser. Lo podemos hacer complejo como el viejo y querido Parménides (“el ser no
puede no ser”, como aperitivo), pero también lo podemos hacer sencillo. El
problema es que la gente no es, así como suena (su silencio existencial). Y
para disimular ese vacío con cáscara, para tapar ese pozo infinito, recurren a
la tribu. ¿Para qué? Para abrazar y repetir las ideas, pareceres, gestos,
filias, fobias y alaridos de otros, en ausencia de los propios. Es como el
nacionalismo que explicaba el sabio Schopenhauer (el trade-off entre las
razones para sentirse orgullosos de su país y las razones para sentirse
orgullosos de sí mismos) pero a una escala menor. Algunos no quieren, otros no
pueden, otros ni llegan a enterarse de que no pueden, pero el hecho contundente
es que no son, no hay pensamiento propio, no hay personalidad individual. Son
copias de copias. Hay tribus inofensivas, como los runners o los clubs de fans
de Elvis o Juan Gabriel, o los usuarios de Mac, o los veganos (hmm, pueden no ser
inofensivos para su salud, con el cerebro pidiendo B12 y esas cosas, pero
dejémoslos tranquilos, porque nos toca más carne en las parrilladas). Podemos
sumar a filatélicos y numismáticos, o –pasando ya al siglo 21– a los fanáticos
de Fortnite o de personajes de Marvel. Luego están las tribus mixtas, anfóteras,
con coexistencia de distintos alelos, el mutante pacífico-ideológico y el
mutante agresivo-violento. Aquí encontramos, entre muchos otros, a animalistas,
feministas, hinchas de Boca o River, militantes de partidos políticos, y
religiosos varios. Finalmente, en el podio de la estulticia, protegidos de
cualquier atisbo de razón, están terraplanistas, antivacunas, neofascistas trumpistas,
bolsonaristas o sus versiones más criollas, y consumidores/divulgadores de fake
news del tipo “todos los inmigrantes haitianos tienen SIDA”. En fin, no hay
espacio ni tiempo para mencionarlos a todos, que me perdonen las merecidas
omisiones, pero ya está, quedan dichas estas palabras al viento como demorado
preámbulo para la ceremonia de sembrar un granito de arena en el desierto. Inshallah.
Para aclarar, sigo
escribiendo, pero no aquí (y aquí puede significar muchas cosas, pero mejor lo
dejamos ahí). Después de que mi entrañable Amarilis
y el país imposible lograra, por sus propios méritos, hacerse un lugar en
el escaparate del olvido, publiqué mi libro de cuentos (No ha pasado nada y otros cuentos) con la misma editorial de mi
universidad y –curiosamente– nada pasó. Tomo como una honrosa distinción el que
recientemente pusieran mi libro de cuentos como el ofertón del mes, seguramente
no se debió al hecho de que no se vende ni con suplemento porno, sino porque
quieren acercar la cultura a las grandes mayorías. Pero, ya saben, en materia
de publicar sus libros, su seguro servidor es acólito del sumo sacerdote creador
de la saga “retroceder nunca, rendirse jamás”. Así, el verano pasado me escapé
al invierno del norte y en la casa de un querido amigo, en madrugadas ubérrimas
y pluscuamperfectas, terminé mi segunda novela. Y ahora heme en el mismo punto
de partida, parchís con dado trucado, buscando alguna editorial distraída que
la publique. Prefiero no repetir el camino fácil de la editorial de mi
universidad. Uds. comprenden, se trata de sacarle las rueditas a la bicicleta (como
Freddy Turbina). Así es que acomódense en sus asientos porque esto puede durar
para siempre, o un poco más. En los últimos meses ya llevo 5 mails a contacto@editorial...etc ofreciendo el manuscrito de novela no
solicitado y en todos los casos he recibido un amable silencio como respuesta.
Ah, la novela se llama No encontrarás en
mi alma a nadie. Primera persona. 64,000 palabras. 28 capítulos.
Que les vaya bonito.