martes, 14 de octubre de 2014

Ellos, los salvajes

Dos niños llegan al mismo tiempo a la cola para recibir el almuerzo en el comedor de su colegio. Discuten. Cada uno defiende que llegó primero. La discusión se convierte en intercambio de insultos. De pronto uno de ellos toma un cuchillo del mostrador y se lo clava al otro en el cuello. Tres veces. La víctima, conmocionada, cae al suelo y empieza a desangrarse. Afortunadamente, la escena es ficticia. Pero sirve para ilustrar un punto. Está claro quién es el salvaje y quién la víctima, ¿o no? ¿Cambiarías tu opinión si supieras que el agresor es un sobrino tuyo y la víctima un desconocido?
En los últimos meses nos hemos horrorizado ante las terribles atrocidades cometidas por grupos como Boko Haram o el Estado Islámico. Secuestro y esclavismo de niñas, matanzas de pueblos enteros, decapitaciones en masa, violencia extrema y arbitraria. La justificación en esas mentes enfermas: imponer la religión verdadera. Es espantoso, monstruoso, abominable. Los adjetivos se repiten en cada artículo que leemos en la prensa. Pero el mundo católico occidental no debería sorprenderse tanto de estos métodos y criterios, porque forman parte de su historia esencial. Podríamos decir que en La Biblia sobran los ejemplos de genocidios, matanzas de niños y decapitaciones, todo en nombre de ese dios que ama a todos sus hijos. Pero no es necesario retroceder tanto en el tiempo. Las cruzadas, que contaban con bendición y hasta financiamiento papal, consistían en hacer a caballo y con lanzas lo que hoy hace el Estado Islámico con carros de guerra y ametralladoras. Es decir, matar a miles y conquistar territorios en nombre de la propia religión, considerando justa y necesaria la aniquilación del enemigo, ya que profesa otra religión. El denominador común es el gusto por decapitar, eso no se ha perdido. 
Las sagradas cruzadas, en las que la mutilación y el saqueo eran instrumentos de virtud, no se dirigieron solamente contra los musulmanes. En la cruzada contra los cátaros albigenses, acusados de herejía (o sea, creer en variantes de la fe que El Vaticano no aprobaba), el valiente Simón de Montfort asaltó el pueblo de Bram y a más de 100 sobrevivientes rendidos les cortó orejas y narices, y les sacó los ojos; salvo a uno, a quien dejó tuerto para que guiara a los ciegos en su camino hacia el siguiente pueblo, convirtiendo ese cruel desfile en amenaza. Alguien dirá que todo eso ocurrió en un lejano pasado que nada tiene que ver con lo que se hace o se piensa hoy en día. Pero todavía en estos tiempos se encuentran páginas católicas en internet que defienden o relativizan las hazañas de Montfort o las torturas de la Santa Inquisición. En la página oficial del Museo de la Inquisición de Lima hoy se lee que “intereses políticos y religiosos han generado prejuicios que impiden obtener una imagen clara y objetiva sobre esta institución” y que numerosos estudios han “desvirtuado por completo la leyenda negra creada en torno al Santo Oficio por los enemigos de España y de la Iglesia Católica”. Además describen a los ascéticos, contemplativos y vegetarianos cátaros como “particularmente violentos”, indicando que esas herejías ahogadas en ríos de sangre “turbaron la tranquilidad de la Iglesia y de la sociedad cristiana”. Para que quede más claro que todo esto no está enterrado en un pasado oscuro, el escudo de Aragón -el mismo que hoy se exhibe en la bandera en actos oficiales de dicho gobierno- contiene un campo donde aparece la Cruz de San Jorge cantonada por 4 cabezas de moros decapitados.
 
La religión islámica es seis o siete siglos posterior a la católica. Esto explica en parte la asincronía entre las barbaridades de una y la otra. Pero al final son prácticamente lo mismo: sectas intolerantes y machistas con mucho poder, que sojuzgan a los incautos que se han dejado estafar con el cuento de que una creencia -legítima absolutamente- requiere una religión que la administre. A partir de profetas históricos con buenas intenciones, una casta sacerdotal de mantenidos arma un sistema de explotación, esclavismo mental y enriquecimiento que nada tiene que ver con la prédica original. De vez en cuando en la historia, sectores extremistas, más intolerantes todavía, amplían su abuso a los no-creyentes, en una suerte de expansionismo religioso. Lo que vemos hoy en las noticias es lo mismo que ocurría hace unos cuantos siglos, pero con los roles invertidos. Las diferencias entre el Estado Islámico y los Cruzados Católicos están en el tiempo, las armas y el lado de la mesa (oriental/occidental, islámico/católico), pero nada más. Como con los niños en la escena del comedor escolar, me pregunto si tendremos claro que el horror es horror por el acto y no por quién lo comete.