lunes, 26 de marzo de 2012

Conversando con mi enemigo



G - Y tú, ¿por qué sigues escribiendo, si no escribes bien?
E - Bueno, tú sigues teniendo sexo con tu mujer, a pesar de no hacerlo bien, como tantos otros. Quiero decir, como tantos otros con sus respectivas mujeres, no con la tuya.
G - No has contestado a mi pregunta. Pareces un político.
E - Si comenzamos con los insultos... mejor no seguimos. Te contesto: escribo porque no puedo dejar de hacerlo.
G - ¿Es ésa la razón?
E - No, no hay nada de razón en eso. Intenté muchas veces convencerme de que no valía la pena seguir intentándolo, siempre sin éxito. Pero, claro, a veces lo opuesto a un fracaso puede ser otro fracaso. Porque mi objetivo mayor en esto de escribir ha sido lograr publicar mi primera novela...
G - Y ya acumulas muchas cartas de rechazo.
E - ¿Cuánto es mucho? A JK Rowling le rechazaron Harry Potter de 17 editoriales (que deben haber adornado los árboles del parque más cercano con un ejecutivo colgante).
G - Pero tú no eres JK Rowling. Y mucho es: lo suficiente para que te convenzas de que no tienes talento.
E - Ah, entonces no son muchos rechazos, no todavía. Los hijos de los feos son testigos del éxito de la persistencia contra toda esperanza.
G - Tal vez deberías intentar algo más sencillo, menos intelectualoide que tu novela. Algo con mucho sexo pagado, drogas duras, persecuciones, alcohol sin etiqueta, ráfagas de metralleta... en fin, un cóctel más vendible.
E - Lo siento, siempre he preferido el ajedrez solitario a las damas de compañía.
G - Ya estás otra vez con los juegos de palabras que no venden.
E - Sabina vende, y mucho. Mucho más de lo que se nota. De allí su genio.
G - Pero tú no eres Sabina.
E - Si vas a pasarte la noche nombrando cada persona que no soy, va a ser muy larga. Y la parte de los chinos va a ser muy tediosa.
G - Tienes razón, por primera vez. Démosle la vuelta, entonces. Quién eres y por qué escribes.
E - La primera pregunta es muy personal y la segunda ya la hiciste.
G - Pero tu respuesta fue muy pobre, contestaste “porque no puedo dejar de hacerlo”. Vamos, eso suena a confesión de comedor de uñas, intenta algo más digno.
E - Está bien. Sólo para que me dejes en paz esta noche, a ver si puedo escribir un poco. Te daré tres respuestas, tú te quedas con la que más te guste, y yo fingiré que acertaste.
G - Igual que una pareja de enamorados intercambiando regalos de aniversario. De acuerdo.
E - Uno. Escribo porque cuando leo un buen libro, o simplemente un buen texto, no puedo evitar comenzar a redactar algo en mi cabeza.
G - Redactar. Vaya verbo que elegiste. Suena a secretario de juzgado con sueño y con caspa.
E - No interrumpas.
G - Está bien, pero tú no provoques.
E - Dos. Escribo porque cuando leo mala literatura (en libros, blogs o columnas) me espanta que haya gente que aplauda, cuando habría que mandar a esos escribas a los leones y a una academia de narrativa, en ese orden. Es necesario corregir ese error universal.

G - ...
E - Tres. Escribo porque creo que tengo cosas que decir y porque disfruto mucho haciéndolo, al mismo tiempo que me agobio hasta lo indecible.
G - Ésa fue una respuesta múltiple. Hiciste trampa.
E - Bueno, descuéntame dos puntos del promedio final. Ya está, ahora déjame tranquilo. Esto no debía tener más de 500 palabras y ya estamos pasados.
G - Para terminar, porque ya no queda nadie leyendo (la verdad sea dicha): ¿qué es lo que estás escribiendo, aparte de ese blog impuntual y anodino?
E - Mi segunda novela.
G - No te creo, ¿la segunda? Sin comentarios...
E - No te los pedí.
G - Bueno, al menos nadie te puede acusar de estar aprovechándote del éxito de la primera.
E - Hasta luego.