domingo, 12 de junio de 2016

Por una cabeza

En el post anterior anunciaba que iría a votar en la segunda vuelta por quien no se apellidara Fujimori, es decir que votaría por la alternativa democrática a la corrupción autocrática ahora financiada por el narcotráfico. Pero no pude hacerlo porque una piedra se interpuso en mi camino. No, no se trató de un derrumbe de rocas en la autopista. Los médicos le dicen nefrolitiasis, los matemáticos prefieren el término cálculos renales, pero el pueblo les llama piedras en el riñón. No entraré en detalles morbosos, simplemente me tocó recibir mi cuota de dolor 2016. El caso es que, por más incapacitado que estuviera para viajar por tierra 450 km, igual me sentía culpable por ese voto de menos contra la amenaza Keiko, hasta que leí que su hermano Kenji tampoco había ido a votar ese día. Así, gracias a la pataleta del sujeto que de niño se divertía lanzando hondazos a ministros y generales que visitaban a su papi y a su tío Vladi, y que ahora, creyendo en los derechos de sucesión dinástica, se ha auto-designado candidato presidencial para el 2021, me sentí redimido y aliviado.

Mucho más alivio sentí cuando mis ruegos a Baal fueron escuchados (pensé en aquello del sacrificio de una virgen, pero no conozco a ninguna) y a última hora el antifujimorismo le dio vuelta a las encuestas, encumbrando a la presidencia a un Kuczynski que había hecho todo lo posible por perder la elección. Con una coherencia de discurso y una conexión con la realidad que hacen recordar al abuelo Simpson, y la capacidad oratoria de una momia de museo, PPK estaba pavimentando el retorno al poder de la desgracia fujimorista. Hasta que el movimiento No a Keiko volvió a desbordar la calle en manifestaciones masivas y -más importante aún- la líder de izquierda Verónika Mendoza salió a pedirle a sus seguidores que votaran por el derechista PPK (el mismo que la había tildado de “esa roja que no ha hecho nada en su perra vida”)... y el Perú se salvó, por una cabeza (0.2%), de convertirse en un narco-estado en el corto plazo.

También puede haber colaborado en convencer a algunos indecisos el hecho de que sobre el final de la campaña el partido de Keiko mostrara su entraña tramposa de linaje montesinista (manipulación de audios enviados a los medios) y de financiamiento narco. Puede ser, pero el núcleo duro de apoyo al fujimorismo no entiende mucho de moral ni de razón. Es triste reconocerlo, pero los datos muestran que son los sectores más pobres de la sociedad, aquellos que tienen menos años de educación, los que votan mayoritariamente por Fujimori. Son los mismos que al recibir ayuda no distinguen entre clientelismo y deber de estado, los que confunden pragmatismo con atropello al orden constitucional, y entonces votan por la figura del japonés que hizo muchas obras pero también robó como nadie y destruyó la institucionalidad del país, una catástrofe cuyas secuelas estamos todavía sufriendo.

Sorprende y sobrecoge la fragilidad del análisis electoral de los desfavorecidos. Lo primero en lo que uno piensa es en la falta de educación, en la carencia de recursos analíticos frente al discurso electoral. Pero tal vez sea que la necesidad de enfrentar urgencias básicas cada día posterga cualquier disquisición política por frívola. O quizás simplemente están cansados de tanta desilusión y marcan cualquier cosa sin pensarlo mucho, acudiendo a votar solamente para evitar la multa. En la primera vuelta, estaba en la cola para votar en una escuela de Valparaíso, y el ambiente era grato, relajado. El hombre delante de mí, un trabajador de una empresa de transportes, ya me había hecho reír contándome lo estrafalaria que era la firma de un cliente. Cuando ya era el primero en la fila, la mujer que estaba detrás de mí, de aspecto muy humilde, me dice “por quién votaremos, ¿no?” y me queda mirando, como pidiendo orientación. Por un instante pienso en decirle “por cualquiera menos Keiko”, pero eso es ilegal, así que me contengo. Solamente sonrío y le digo en buen tono “señora, eso tendría que haberlo pensado antes”. Me acordé de ella muchas veces en el camino de regreso, abismado por lo fácil que hubiera sido manipular su voto.

Se salvó la democracia peruana y eso es lo que estamos celebrando. PPK fue un pésimo candidato pero podría ser un buen presidente; eso sí, la gobernabilidad será complicada con el parlamento dominado por una aullante mayoría fujimorista. Ya veremos si cumple lo prometido, y combate la pobreza y la inseguridad, o, como buen derechista, se dedica a cuidar los negocios de los empresarios. Las primeras señales han sido positivas. No creo que haga un mal gobierno, pero si lo hace, sabemos que pasados 5 años, como todos los últimos presidentes de apellido distinto a Fujimori, se irá a su casa. La disfuncional, excluyente e injusta democracia peruana ha sabido mantenerse en pie a pesar de todo. Primero fuimos capaces de tolerar a un enano borrachín mitómano que llegó al final de su gobierno con 6% de aprobación, pero que fue elegido por pelear en la calle contra el fraude electoral fujimontesinista que lo despojó de su victoria. Luego, para evitar a un Humala cuyo círculo hablaba de ir a la guerra con los vecinos, fusilar a los gays y ser un satélite chavista, reincidimos en ungir a un mastodonte ególatra y corrupto con el don de la palabra, que robó un poco menos que en su primer gobierno pero que vendió indultos a los narcos. Finalmente, para impedir el retorno de la mafia fujimorista, hace 5 años elegimos -y estamos terminando de soportar- a un inútil pusilánime que prometió una gran transformación social y solamente transformó su patrimonio. Ahora, para salvarnos de la catástrofe, estamos eligiendo a un gringo anciano (tiene nacionalidad estadounidense y 77 años) con pasado de lobbista internacional. Que los dioses nos ayuden.

PD: reincidiendo en antiguas promesas incumplidas, declaro que pretendo retomar este abandonado blog, con un post cada domingo.  

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