La semana pasada, sin querer queriendo, escuché una
conversación entre dos sujetos que estaban detrás de mí en la cola para abordar
un avión. Pude deducir que ambos tenían altos cargos en compañías mineras. Los
dos se quejaban de tener que malgastar dinero de la empresa en temas
ambientales, añorando los tiempos en que nadie molestaba con esos asuntos.
También coincidían en señalar el abuso que sufrían por parte de los
malagradecidos agricultores que usaban “su agua” en una región azotada por la
sequía. O sea, un par de magníficas personas, de segura comunión dominical y
matrimonio anunciado en páginas sociales. Hasta allí las semejanzas. La gran
diferencia estaba en el tamaño de sus empresas. Claramente uno era un jerarca
del negocio y hablaba con mucha familiaridad de ministros y senadores, el
otro recién estaba haciendo sus pininos en ese lucrativo arte del soborno
político y la depredación. Esa diferencia en el número de ceros de facturación
anual se reflejaba claramente en la dinámica de la conversación. Uno hablaba
desde un escalón más arriba, interrumpía al otro, abría y cerraba los temas con
frases que se admiraban a sí mismas... y el otro apenas lo intentaba, con
prudente torpeza. Ambos se reían de lo que decía el primero, pero no podían
reírse de lo que decía el segundo, simplemente porque nunca podía terminar una
frase. Eran un macho alfa y un macho beta en estado puro: dominación y
sumisión. Si hubieran sido elefantes marinos, a uno le habría correspondido
copular, una a una, con todas las hembras de la colonia hasta caer desfallecido
después de días y noches continuas de sonoro y maloliente frenesí. Al otro le
habría tocado simplemente mirar desde lejos con cara de no me importa. Pero
estos especímenes eran otro tipo de mamíferos. Monos desnudos, diría Desmond
Morris, quien nos recuerda que no hemos dejado de ser primates y que
interpreta nuestras conductas siempre en función del éxito en cortejar,
procrear y criar. Así, Morris nos explica por qué el 80% de las mujeres, sean
zurdas o diestras, sujetan a sus bebés contra el costado izquierdo, porcentaje
que cae al perfecto 50% cuando lo que se carga es un paquete. O por qué los
labios y los pezones son rojos. Y en esa misma línea argumental se justifican
los sistemas jerárquicos (macho alfa, macho beta) como funcionales a la
persistencia de la especie. Todo bien. Pero, volviendo a los sensibles y
solidarios empresarios del mineral, hay un punto que no termina de calzar con
estos monos desnudos con corbata al cuello. Y es que no cuesta mucho imaginar al
macho beta de la historia transportado hasta sus dominios al final de ese viaje
en avión. Lo vemos de pie, con los brazos cruzados y el ceño fruncido,
sermoneando o insultando con elocuencia a sus subalternos sin permitirles el
uso de la palabra, ejerciendo de déspota implacable que posee toda la verdad y
no la comparte. Se habrá evaporado en un instante toda la diligente y patética
sumisión de la que hiciera gala horas atrás. Aprendemos aquí que, a diferencia
de nuestros primos papiones, bonobos o gorilas, en los monos desnudos la
posición en la jerarquía de dominancia no es genuina ni confiable; se disfraza,
se esconde, muta instantáneamente de acuerdo al entorno humano inmediato. En la
naturaleza, los simios jerárquicamente inferiores aprenden del macho dominante
con humildad, observando con atención. Saben, o intuyen, que muy probablemente
algún día -cuando crezcan y/o emigren- les tocará desempeñar ese rol, y ya no
habrá vuelta atrás: serán otros los que tengan que agachar la cabeza. Es un
proceso con dirección y sentido, como el vector del que nos hablaba la
incomprendida profesora de matemáticas. Hoy estás abajo, mañana estarás arriba.
Así ha sido y así será. Pero con nuestro dilecto y adinerado protagonista el
asunto no queda tan claro. Porque así como hoy ruge estentóreamente en su
feudo, si mañana el malvado azar lo vuelve a reunir con el otro sujeto, el
gorila de espalda plateada, sin duda reaparecerá en escena el entrañable
Smithers del aeropuerto. Lástima que no puedan estar presentes sus subalternos
para disfrutar el sublime momento.
domingo, 2 de septiembre de 2012
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