domingo, 2 de septiembre de 2012

Machos alfa


La semana pasada, sin querer queriendo, escuché una conversación entre dos sujetos que estaban detrás de mí en la cola para abordar un avión. Pude deducir que ambos tenían altos cargos en compañías mineras. Los dos se quejaban de tener que malgastar dinero de la empresa en temas ambientales, añorando los tiempos en que nadie molestaba con esos asuntos. También coincidían en señalar el abuso que sufrían por parte de los malagradecidos agricultores que usaban “su agua” en una región azotada por la sequía. O sea, un par de magníficas personas, de segura comunión dominical y matrimonio anunciado en páginas sociales. Hasta allí las semejanzas. La gran diferencia estaba en el tamaño de sus empresas. Claramente uno era un jerarca del negocio y hablaba con mucha familiaridad de ministros y senadores,  el otro recién estaba haciendo sus pininos en ese lucrativo arte del soborno político y la depredación. Esa diferencia en el número de ceros de facturación anual se reflejaba claramente en la dinámica de la conversación. Uno hablaba desde un escalón más arriba, interrumpía al otro, abría y cerraba los temas con frases que se admiraban a sí mismas... y el otro apenas lo intentaba, con prudente torpeza. Ambos se reían de lo que decía el primero, pero no podían reírse de lo que decía el segundo, simplemente porque nunca podía terminar una frase. Eran un macho alfa y un macho beta en estado puro: dominación y sumisión. Si hubieran sido elefantes marinos, a uno le habría correspondido copular, una a una, con todas las hembras de la colonia hasta caer desfallecido después de días y noches continuas de sonoro y maloliente frenesí. Al otro le habría tocado simplemente mirar desde lejos con cara de no me importa. Pero estos especímenes eran otro tipo de mamíferos. Monos desnudos, diría Desmond  Morris, quien nos recuerda que no hemos dejado de ser primates y que interpreta nuestras conductas siempre en función del éxito en cortejar, procrear y criar. Así, Morris nos explica por qué el 80% de las mujeres, sean zurdas o diestras, sujetan a sus bebés contra el costado izquierdo, porcentaje que cae al perfecto 50% cuando lo que se carga es un paquete. O por qué los labios y los pezones son rojos. Y en esa misma línea argumental se justifican los sistemas jerárquicos (macho alfa, macho beta) como funcionales a la persistencia de la especie. Todo bien. Pero, volviendo a los sensibles y solidarios empresarios del mineral, hay un punto que no termina de calzar con estos monos desnudos con corbata al cuello. Y es que no cuesta mucho imaginar al macho beta de la historia transportado hasta sus dominios al final de ese viaje en avión. Lo vemos de pie, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, sermoneando o insultando con elocuencia a sus subalternos sin permitirles el uso de la palabra, ejerciendo de déspota implacable que posee toda la verdad y no la comparte. Se habrá evaporado en un instante toda la diligente y patética sumisión de la que hiciera gala horas atrás. Aprendemos aquí que, a diferencia de nuestros primos papiones, bonobos o gorilas, en los monos desnudos la posición en la jerarquía de dominancia no es genuina ni confiable; se disfraza, se esconde, muta instantáneamente de acuerdo al entorno humano inmediato. En la naturaleza, los simios jerárquicamente inferiores aprenden del macho dominante con humildad, observando con atención. Saben, o intuyen, que muy probablemente algún día -cuando crezcan y/o emigren- les tocará desempeñar ese rol, y ya no habrá vuelta atrás: serán otros los que tengan que agachar la cabeza. Es un proceso con dirección y sentido, como el vector del que nos hablaba la incomprendida profesora de matemáticas. Hoy estás abajo, mañana estarás arriba. Así ha sido y así será. Pero con nuestro dilecto y adinerado protagonista el asunto no queda tan claro. Porque así como hoy ruge estentóreamente en su feudo, si mañana el malvado azar lo vuelve a reunir con el otro sujeto, el gorila de espalda plateada, sin duda reaparecerá en escena el entrañable Smithers del aeropuerto. Lástima que no puedan estar presentes sus subalternos para disfrutar el sublime momento.


No hay comentarios:

Publicar un comentario