lunes, 6 de abril de 2015

La basura en su lugar


El mes pasado hubo una marcha por las calles de Lima contra la TV basura. Oficialmente era para exigir el cumplimiento de un artículo de la Ley de Radio y Televisión referido al horario de protección al menor, una normativa que los canales de TV compiten por incumplir. En el fondo, la marcha fue una protesta contra la basura de contenidos en los programas de chismes de farándula, reality-shows, y pseudo-competencias atléticas entre modelos que no hacen más que inventar romances, infidelidades y peleas. Los organizadores de la marcha fueron los mismos que encabezaron las protestas contra una ley que supuestamente fomentaba el empleo juvenil pero en realidad recortaba groseramente derechos laborales. Así, estos muchachos sin partido político son la reserva moral de la sociedad que da un grito de asco cuando la calidad de los contenidos televisivos (o de los empleos) llega al nivel basura; el mismo grito de asco que un comensal profiere al encontrar un insecto en su comida. Algunos periódicos, parte de los mismos conglomerados empresariales que poseen los canales, previsiblemente menospreciaron la charla antes y manipularon las informaciones después. Por supuesto, son medios en cuyas páginas web más de la mitad de las “noticias” son farándula, seguimiento a telenovelas y reality-shows, fútbol, y videos de youtube o facebook.
Aplaudo a estos muchachos que en las puertas de los canales gritaron insultos y rompieron gigantografías de los “rostros televisivos”, personajes a los que cuesta mucho encontrarles un talento particular que justifique su fama o sueldo (o su existencia, si nos ponemos metafísicos). Antes de la marcha leí en varias columnas las típicas disquisiciones que -siendo razonables- finalmente llevan al inmovilismo: que antes había que definir lo que era TV basura y lo que no, que la educación es tarea de los padres y no de la TV, que hay otros problemas más importantes por los cuales marchar, etc, etc. Esto me hizo recordar una fábula que leí de niño, donde un par de conejos que huyen de dos perros de caza se ponen a discutir si los perros son galgos o podencos, y de tanto discutir pierden el aliento y son presa de los perros. Lo importante, lo terrible, es que la gente se embrutece cada vez más al conectarse con los medios de comunicación masivos, perdiendo la poca cultura ganada en el colegio, confundiendo su juicio acerca de lo que es valioso, tomando como modelos a personas que no tienen nada de admirable, y adormeciendo sus capacidades intelectuales de análisis y crítica, lo que le viene muy bien a gobiernos incapaces, autoritarios, maquiavélicos, o todas las anteriores. El cerebro del televidente enchufado a la TV basura se va haciendo cada vez más primario, limitando sus temas de conversación a las banalidades que todos conocen, repitiendo pensamientos como respuesta a estímulos repetidos. Retomando la analogía, ese ser humano intoxicado de contenidos idiotas y superficiales termina pareciéndose al sujeto que de tanto comer comida chatarra se convierte en un obeso mórbido que se mueve y respira con dificultad, y que básicamente dedica su vida a pensar en el siguiente bocado.
Fue divertido leer cómo muchos de los rostros visibles, los responsables mayores de esa degradación televisiva, reclamaban indignados que ellos no eran parte de la TV basura (sí, hija, todos menos tú). Suena familiar. Nadie se declara racista o clasista, pero a la mayoría sin mucha dificultad le escuchas frases claramente racistas o clasistas. Molesta la etiqueta, a quién no, pero -lo siento- por sus obras los reconoceréis. Ahora, lo deprimente no es tanto que los contenidos de estos programas sean repugnantes o lobotomizantes, al fin y al cabo cualquier demente podría salir mañana a pretender vender en la calle los productos de su digestión; lo realmente triste es que la gente forme cola para comprárselos, es decir que esos programas sean los de mayor rating. Algo tienen, alguna fibra en la corteza cerebral se riza, alguna neurona malformada toma el puente de mando, cuando desfilan el chisme, el morbo, y los/las modelitos de cuerpos apetitosos por la pantalla. Al igual que la comida chatarra basa su éxito en apuntar directo al hipotálamo para liberar cataratas de dopamina, la TV basura probablemente apela a un mecanismo encefálico primitivo del que cuesta mucho librarse. Para muestra, mi amigo Marco, al que un doctorado en ciencias no ha hecho inmune a la tentación de la farándula televisiva.

Evidentemente, esto no ocurre solamente en el Perú, es lo mismo en muchísimos países. Los formatos se repiten y, a pesar de las diferencias culturales, triunfan en términos de audiencia. Esta alienación es ya una epidemia global. Algunos dirán que se exagera, que basta cambiar de canal o apagar la TV, que uno tiene la libertad de elegir. Algo de razón tienen, pero es como decir que el problema de la pasta básica de cocaína en la sociedad se soluciona decidiendo no usar drogas (Just say no). La TV basura crea modelos de conducta, y ya está haciendo daño; una señal es la cantidad de niños que son inscritos con los nombres de esas figuras televisivas. Hace poco, en un colegio chileno, a la pregunta “qué quieres ser” un muchacho próximo a egresar contestó -seriamente- “opinólogo”; o sea, una persona que se dedica a comentar los chismes de la farándula. Lo que está detrás de esta respuesta, y de las larguísimas filas de postulantes a participar en reality-shows, es una distorsión esencial: la creencia de que ser famoso es una señal de éxito personal, y entonces cualquier cosa que los lleve a las pantallas, incluidas la humillación y el riesgo personal, se justifica. Antes era así, las celebridades lo eran por méritos verdaderos, por destacar en algún campo a consecuencia de una larga dedicación o por algún talento singular (artístico, científico, intelectual, social, deportivo, etc.). Ahora no, cualquier exhibicionista de ostentosa ignorancia puede hacerse famoso simplemente porque se transmiten sus gestos y palabras por TV. Ser famoso ya no es una consecuencia, se transformó en un fin. ¿Adónde nos lleva esto? No lo sé, pero viendo a estos aspirantes a la fama colgando de trapecios y haciendo equilibrio sobre troncos, se me ocurre que ya empezamos el camino de regreso a ese momento fundacional de nuestro linaje en el que un salto audaz nos llevó de los árboles a la sabana. 










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