sábado, 29 de octubre de 2011

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Cuando tengo un poco de dinero, me compro libros. 
Si sobra algo, me compro ropa y comida.
Erasmo de Rotterdam


Es una paradoja recorrer las hermosas avenidas de Buenos Aires, contemplando los magníficos edificios que hablan de la grandeza pasada, y al mismo tiempo escuchar al amargado taxista que dice que esto no tiene solución, que cada día la cosa está peor, que es un país condenado a la miseria. Hay datos para todo. A finales de los años veinte, Argentina era un país del primer mundo, que tenía más automóviles que Francia y más líneas de teléfono que Japón. Por entonces era considerado el granero del mundo, y su inversión en educación, el tamaño del aparato productivo y el ingreso per cápita eran similares a los de Alemania y Francia. Menos de un siglo después, el 2001, tocó el fango del fondo, y en medio de niveles africanos de desnutrición en algunas regiones y la amenaza de guerra civil agazapada en cada esquina, hubo cinco presidentes distintos en un lapso de dos semanas. Desde entonces la situación ha mejorado, pero lo que no ha cambiado es la sinonimia entre política y mafia, lo que abre un interrogante sobre la solidez de ese progreso aparente. En suma, nadie puede saber qué futuro le aguarda a este país enorme y extremo, si seguirá cuesta abajo en la rodada o se reencontrará con el esplendor de antaño, y no habrá más penas ni olvido.

Es usual que se alimenten esperanzas de un futuro próspero con historias centenarias o milenarias. A los niños peruanos se les alecciona con la idea de que el Perú es heredero de la grandeza del imperio inca, a pesar de que los índices actuales de desarrollo humano son vergonzantes. A los mexicanos se les intoxica con historias de la patria del oro y la gloria azteca mientras la violencia vesánica del narcotráfico se convierte en la ley. Si el esplendor pretérito de un país tuviera algo que ver con su situación actual, entonces Grecia, la cuna de la civilización occidental, debería ser el centro de Europa y no su puerta trasera, manteniéndose a flote hasta hace poco gracias al turismo hedonista, y hoy al borde de la quiebra y el estallido social . Si así fuera, Portugal y España, que alguna vez se repartieran a medias el mapa del mundo conocido, no estarían hoy ahogándose en una crisis que ha malvendido la dignidad de trabajadores y jubilados para rescatar a los bancos, los verdaderos culpables.  Y la Mongolia de Genghis Kan, que engullera China, Irán y Afganistán como quien sale de picnic, no sería hoy una nación con la misma mortalidad infantil que Bolivia. ¿Alivia en algo la hambruna rampante en la Etiopía de hoy el saber que en el siglo II la dinastía Salomónida floreció en su meseta infinita?

Como digo, nadie puede saber si la condena argentina es a cadena perpetua, pero -en medio de un mar de datos reales y ficticios que describen esa realidad y la pretenden proyectar- yo me quiero quedar con un detalle. Argentina tiene, por lejos, el mejor índice de librerías por habitante de Latinoamérica, triplicando los números de quien le sigue en la lista. No puede estar perdido un país que lee tanto. Quiero creer que la cultura es el bastión de la resistencia, el punto de partida de la reconquista del orgullo, el superhéroe que acudirá en rescate del país en cenizas en el último minuto. Mi experiencia en las librerías argentinas ha sido siempre encantadora. Mientras en Perú y Chile uno es sospechoso de haber entrado a robar libros, y el que te atiende (y te vigila) demuestra el mismo interés por los libros que por el horóscopo, allá tu puedes intercambiar opiniones de tus autores favoritos con el vendedor, y te puedes sentar a leer las horas que quieras. Y esto me ha pasado en Bariloche, Mendoza y Buenos Aires: no es cosa de una persona excepcional en una librería singular en un día en particular. Una vez, en Mendoza, un vendedor me consiguió el libro que buscaba (una biografía de Leonardo) en otra librería, llamó por teléfono y lo trajeron, con el precio visible. Pedí rebaja y él consultó por teléfono; yo pude escuchar el último precio que ponía el librero al otro lado del teléfono. Era algo caro, pero razonable (es un libro de 700 páginas con ilustraciones a color en papel couché). Como me vio todavía dudando, me dijo que yo pusiera el precio, y él ya le pagaba la diferencia al otro librero. Ante mi cara de sorpresa, me dijo que lo hacía porque ya le había comprado varios libros y que por la conversación previa él tenía claro que yo era un amante de los libros, y no quería que me fuese sin el que andaba buscando.

Hace poco acudí otra vez en devota peregrinación esa joya visual que es El Ateneo Grand Splendid, en Buenos Aires (un teatro construido a comienzos del siglo XX, donde alguna vez cantó Gardel, hoy reconvertido en una librería bellísima). Todas las librerías grandes en algún momento me hacen recordar a Borges. Aunque quizás esta librería está demasiado iluminada. A Borges uno se lo imagina mejor en un cuarto secreto en la penumbra de las velas, en El Nombre de la Rosa (no es casual el nombre que Eco le coloca al personaje ciego: Jorge de Burgos), o recorriendo el lúgubre y laberíntico Cementerio de los Libros Olvidados que se describe en La Sombra del Viento. Estuve muchas horas en El Ateneo, gozando con la posibilidad de leer con calma, sentado en un palco, mientras alguien tocaba el piano en el escenario convertido en café-restaurante. Disfruté también mirando a los demás, gente leyendo de pie y sentada, y hasta echada, como el niño que con uniforme de colegio se acostó boca abajo sobre la alfombra para leer un libro sobre perros. Pero lo que más me llamó la atención esta vez fue el tipo que leía una novela en voz alta, sentado en una de cuatro butacas que rodeaban una mesa. En dos de las otras tres butacas sus ocupantes escuchaban con atención la dedicada lectura que con buena dicción y adecuadas pausas les era obsequiada. El detalle está en que el hombre que flanqueaba al generoso lector-locutor llevaba un bastón en las manos y usaba gafas negras. Era un ciego que, con una sonrisa que no puedo describir, escuchaba las palabras que la oscuridad le había negado. Y entonces no hubo necesidad de recordar a Borges.

5 comentarios:

  1. Reconforta saber que le gustó al 25% de los seguidores de este humilde blog. Gracias Ricardo.

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  2. Que tal 50% ?
    Otro detalle que muestra el amor por la cultura de los argentinos es que tienen las mejores casas impresoras de partituras de Latinoamerica.

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  3. Tal vez a Rotterdam le hubiera quedado mas dinero para ropita si hubiera comprado mas libros usados en Amazon :)

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  4. No sabía lo de las partituras, gracias por el dato.

    Tal vez se podría añadir que tienen 5 premios Nobel. Dos son Nobel de la paz, que pueden discutirse por subjetivos o políticos, pero los otros tres Nobel son de Fisiología y Medicina, algo incuestionable.

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