domingo, 14 de agosto de 2011

¿La revolución chilena?

Nadie sabe qué hubiera pasado si en septiembre de 1986 el lanzacohetes LAW disparado por un fusilero, en lugar de rebotar sobre el Mercedes Benz de Pinochet por haber sido lanzado a muy corta distancia, hubiera hecho explosión. No es posible saber si la eliminación del dictador habría desencadenado la caída del régimen. Quizás la acefalía del gobierno hubiera derivado en un desborde social incontenible que obligara al retorno de la democracia sin condiciones, o quizás el general hubiera sido relevado por un secuaz con la misma facilidad para decidir desaparecer y torturar a la gente por el delito de pensar distinto (o la misma facilidad para confundir el erario público con el bolsillo propio). El hecho concreto es que Pinochet sobrevivió al atentado del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y con él sobrevivió su modelo de Chile… hasta ahora.

El modelo de Chile confeccionado durante los 80s por economistas neoliberales (los Chicago boys), e impuesto a fuerza de decretos, palizas y asesinatos por militares y agentes de inteligencia, no fue modificado en lo esencial por 20 años de gobiernos de la Concertación. En parte porque no pudieron -debido a la oposición de la derecha en un congreso cuya composición no refleja la votación en las urnas- y en parte porque no quisieron -por tener intereses en el negocio- los gobiernos de centroizquierda no desarmaron el andamio neoliberal que rige las vidas y multiplica las deudas de los chilenos, perpetuando la inequidad y quitándole el alma a una nación. Chile es uno de los países más privatizados del planeta y -consecuentemente- ocupa el lugar 110 entre 124 países en el ranking de equidad de la distribución del ingreso. Hay una siniestra alianza entre el poder de los empresarios y el poder del gobierno para esquilmar abusivamente a los usuarios, pero siempre dentro de la legalidad. Las leyes de explotación de recursos naturales, la banca, el sistema de salud, la previsión social, la educación superior, etc., TODO está armado pensando en el lucro, en el negocio redondo de unos cuantos a costa del dinero de muchos, de la gente común. Chile es un país donde han convencido a la gente de que hay que pagar por todo si se quiere algo bueno, que lo que es gratis, o subvencionado, sólo puede ser malo. Y entonces –por ejemplo– se multiplican los peajes prohibitivos en carreteras urbanas e interurbanas, cobrando lo que se supone ya pagaba el permiso de circulación, y cuando pasan pocos autos entonces el estado indemniza a las compañías por recaudar menos de lo esperado. Se les dice a los que se quejan que la única manera de tener buenas carreteras es que sean caras. Basta viajar dentro de Sudamérica para darse cuenta de esa falacia, pero poco importa.
En el caso de la educación superior, se montan millonarios negocios de universidades privadas, que acogen a los estudiantes que no logran ingresar a las universidades tradicionales, más prestigiosas y exigentes, y allí reciben una educación carísima y mediocre, con profesores a tiempo parcial, mal pagados y sin compromiso. Como la ley dice que no pueden ser entidades con fines de lucro, lo que hacen los dueños es crear inmobiliarias en paralelo, a las que la universidad -sin ganancias- paga cantidades absurdas por el alquiler de todos los bienes. Uno de los pillos que ha utilizado esta treta legal, un Opus Dei de misa diaria, era hasta hace muy poco el Ministro de Educación del gobierno de Piñera, quien ha hecho del conflicto de intereses un emblema. Viendo que el poder está sentado a ambos lados de la mesa, hasta hace muy poco parecía que nada podría detener al enorme y próspero negocio (para algunos) que es vivir en este Chile que urdieron Pinochet y sus acólitos. Sin embargo, en esta sociedad de consumo, donde ya no hay ciudadanos sino clientes que se endeudan, a veces sin saberlo, con bancos o grandes almacenes (el nombre de sus dueños se repite), algo está pasando. Cientos de miles de estudiantes y ciudadanos marchan por las calles semana tras semana pidiendo una educación de calidad y gratuita, y el fin del oneroso o pingüe negocio -según en qué lado se esté- de la educación. Los datos que sustentan su descontento son apabullantes. Para estudiar 5 años los estudiantes, o sus padres, deben endeudarse casi de por vida, porque un año de educación superior en Chile cuesta -en términos absolutos- más que en España, Inglaterra o Suecia. Y si se corrige por el ingreso per capita, entonces estamos hablando de la educación universitaria más cara del mundo. Absurdo, y al mismo tiempo inaceptable.
Como en el caso de las carreteras concesionadas y sus peajes abusivos, hoy el presidente repite, con esa torpe oratoria que ya es su marca registrada, que no es posible tener una buena educación si no se paga por ella. Los ejemplos de Argentina, Uruguay y Brasil -sin ir más lejos- desmienten categóricamente ese pretendido axioma. Pero, ya lo ha demostrado cien veces, poco le importa al presidente que sus palabras tengan lógica. Sí le importa que su aprobación en las encuestas esté en caída libre, su orgullo está herido, pero no tanto como para acceder a desmontar el negocio de sus amigos (y el suyo propio). Ya lo demostró durante la campaña electoral, cuando prefirió arriesgar el triunfo a desprenderse de sus acciones en distintas empresas estratégicas. Que sea una figura política desde hace años, y que compita en capacidad oratoria con Cantinflas o el Chapulín Colorado, no debe llamar a confusión: por sobre todas las cosas es un empresario astuto, y su objetivo esencial en la vida es acumular riqueza, sea dentro o al margen de la ley.
Las revoluciones de libro de texto, en las que la masa insurrecta ajusticia o ahuyenta al tirano y a continuación se cambia radicalmente la estructura de un país, no son demasiadas. Están los ejemplos de Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua, Ceaucescu en Rumanía, y algunos otros más. En el caso de Chile, la revolución nunca ocurrió, porque el tirano sobrevivió, y su modelo también. Después de contemplar la caída de añosos sátrapas en Túnez y Egipto a partir de movilizaciones ciudadanas, y asistiendo a las –ojalá– últimas semanas en el poder del payaso sanguinario en Libia y del reyezuelo genocida en Siria, ¿estamos viviendo sucesos que después serán recordados como la revolución chilena? Lo más probable es que no. Veo muy difícil que estas manifestaciones estudiantiles escalen al punto de poner en cuestión la continuidad del mandatario, como en el mayo francés del 68. Los estudiantes están mostrando escasa muñeca política y cierta intransigencia que puede desbarrancarlos en cualquier momento. Pero lo que es muy rescatable, nomenclaturas aparte, es que se ha logrado romper con varias frases hechas que alimentaban el status quo y aletargaban a la sociedad. Esas frases que los políticos repetían con delectación, como que los jóvenes son indiferentes frente a su realidad, o que las protestas son cosas minoritarias y no representativas (las encuestas cifran en 80% el respaldo a sus demandas), han quedado sepultadas por estas marchas masivas en las calles chilenas. Junto con eso, se ha planteado por primera vez, y seriamente, la demolición de uno de los pilares que sustentan al modelo chileno. Esto no es poca cosa, considerando la historia reciente y tomando en cuenta además que algunos despistados vecinos sudamericanos lo consideran un modelo a imitar. Si, en el corto o mediano plazo, todo este movimiento termina por devolver a la gente una parte de la protección y bienestar que el estado le debe y que fue arrebatada con argumentos falaces y metralla, entonces podremos recordar a este invierno de 2011 como la fecha de nacimiento de un nuevo Chile. Las oportunidades de lograrlo son escasas, pero se siente en el aire que no es imposible. Falló en su momento Argentina, cuando la crisis terminal del 2001 y el que se vayan todos no generó cambios sustantivos en la calidad de vida de los individuos y en la calidad de la sociedad en su conjunto. Espero que no falle Chile esta vez, como en septiembre de 1986.





5 comentarios:

  1. Gracias por la explicación fresca de la actualidad Chilena. Yo no visito Chile desde el 90, y como peruana "recién bajada" todo me pareció impresionante, desde Arica hasta Concepción. Por supuesto que mis amigos chilenos me pusieron al día sobre la realidad pólitica de Chile. De todos modos siempre me pareció "un modelo a seguir" por lo que me apunto dentro de la categoría de "despistados vecinos sudamericanos". Será que en Perú estábamos "más pior". No puedo negar que sentí envidia por mis compañeros de estudios que prefirieron (y pudieron transladarse) a una universidad Chilena donde decían que tendrían mejor educación y un mejor futuro. Luego de mi última visita a Chile sólo aprendí más sobre la realidad Chilena a través de las películas independientes izquierdistas producidas en Chile donde se mostraban 2 sociedad divididas y enemigas. Triste......Chile es un país hermoso y la gente de la PM :)

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  2. La educación chilena es muy cara y es de mala calidad. No veo quien quiera tener eso como meta.

    El modelo chileno se basa en que alguien haga un negocio, se llene de plata, y como consecuencia inevitable ("el chorreo" le decían) la prosperidad se contagie. Eso es 90% falso, porque la codicia no se detiene con la riqueza. Los muchos perdedores elige endeudarse para no parecerlo (con lo que le siguen dando plata a los dueños de los bancos, que son los dueños de muchos otos negocios más). Aquí la TV argentina toca el tema:
    http://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2011/08/19/el-informe-de-la-television-argentina-que-ilustra-las-protestas-estudiantiles-como-%E2%80%9Cel-fracaso-del-modelo%E2%80%9D/

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  3. Interesante el video. Gracias por compartirlo e "iluminarme" un poco.

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  4. Hola Ernesto
    Me gustaría polemizar en un par de puntos.
    El primero es corto. Creo que el ataque del FPMR no es comparable a la coyuntura actual. Tanto los fracasos como las victorias hipotéticas en ambos casos tendrían (o hubieran tenido) consecuencias en direcciones muy opuestas. El ataque del FPMR fue al dictador, no al modelo económico impuesto durante la dictadura. El mismo FPMR hace 20 años dio muerte a Jaime Guzmán, el escritor de la constitución que aún rige a Chile. En el movimiento social actual andan dando vueltas las ideas de plebiscito y asamblea constituyente. De reforma tributaria y de nueva constitución. Son momentos, condiciones y decisiones distintas.
    El otro punto es más profundo y tiene que ver justamente con el diagnóstico.
    Yo no estoy de acuerdo con que en este invierno haya nacido un nuevo Chile. Este movimiento responde a un proceso con gérmenes en la década de los 90 y que durante la “revolución pingüina” de 2006 ya había mostrado que algunas de sus características fundamentales estaban maduras. Por ejemplo, su forma de organizarse, a mí me gusta llamarla "democracia deliberativa". Sabes que los estudiantes secundarios (niños y jóvenes de entre 14 y 18 años reemplazados cada año) tienen dos organizaciones nacionales, que surgen de diferencias ideológicas. A mí me parece que en esas organizaciones hay elementos que dan cuenta de cambios profundos en la forma de concebir la democracia.
    Tampoco estoy de acuerdo con que la intransigencia pueda desbarrancar al movimiento social, porque no reconozco un objetivo material en el corto plazo. Piñera no será el presidente en cuyo mandato se revolucionó la educación pública y se garantizó un acceso equitativo para todos los chilenos. Me parece imposible. Me parece que soñarlo es desconocer la estructura social más elemental.
    Yo creo que ya se han alcanzado victorias históricas importantes. Por ejemplo:
    -La recuperación de la soberanía ciudadana. Esa novedad que es volver el sentirse capaz, como sociedad, de dirigir el destino del país. Esta vez por fuera del esquema impuesto por una democracia caracterizada por un voto individualista y maleable.
    -La dignidad que deja en la memoria social la transformación del contexto cotidiano. Como por ejemplo, los liceos en “toma” por 4 meses que comenzaron a hacer clases autogestionadas. O las asambleas que surgieron en casi todos los postgrado de mi universidad y en la comuna en que vivo.
    -La masividad y respaldo que alcanzaron las demandas más sexis, como por ejem. “NO + LUCRO”. Esto lo veo como (espero que sea) una conciencia social de cuestionamiento al capitalismo.
    Lo de la muñeca política también es discutible. Mi desconfianza hacia el PC me hace pensar que no es falta, sino exceso de muñeca. Y que como siempre esto va a jugar en contra del movimiento social. Pero faltan elementos, en un par de semanas va a estar más claro el panorama.

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  5. Gracias por tu comentario, Ricardo.

    Lo primero. Yo no estoy comparando el atentado con el movimiento actual en cuanto a actos en sí; y en ambos casos planteo escenarios posibles en cuanto a las consecuencias, sin afirmar certezas, que por otra parte nadie puede tener.

    Lo segundo. Otra vez, lo del nacimiento del nuevo Chile es en condicional ("si A entonces B"). La democracia deliberativa me parece que es otra manera de llamarle a la vieja y querida Asamblea, cuyo fondo no se puede cuestionar, pero a menudo sus dinámicas no son muy fiables, porque muchas veces gana el que grita más fuerte, el más elocuente y, sobre todo, el que hace el planteamiento más radical. Eso muchas veces deja a la inteligencia fuera del debate. En el documental "La Batalla de Chile" puedes ver claramente eso en las discusiones dentro de los sindicatos.

    De acuerdo, Piñera no va a permitir que el negocio de sus amigos y parientes sea defenestrado. De acuerdo, el objetivo es a largo plazo (aunque muchos dirigentes estudiantiles parezcan no entenderlo). Pero, puestos a soñar, yo no veo imposible que el movimiento termine poniendo en jaque la continuidad de Piñera en su asiento (igual de absurdo sonaba que cayera De Gaulle en el 68, y estuvo cerca). Es sólo una opinión, conociendo la estructura social, por supuesto.
    En casi todo lo demás estamos de acuerdo (soberanía, asambleas, dignidad, conciencia de capacidad de transformación de la sociedad). Disiento en el tema de las tomas de colegios y universidades. Me parecen una estupidez, un acto necio y autodestructivo, en las antípodas de la razón. Yo no le creo a alguien que reclama más y mejor educación mientras destruye la poca que tiene.

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