La marea
Va y viene el mar
sin que nadie lo mire o lo recuerde,
va y viene,
y la arena lo recibe tibia y se abre generosa;
es la misma arena que los navajos convierten en iconos
para protegerse del mal
y del desamparo que se presiente
cuando en la noche falta alguien;
luego, más tranquilos, vuelven a sus teepis,
se abrigan con bisontes,
se abrazan a sí mismos
y olvidan.
Miles de kilómetros al sur,
una estrella adolescente contempla nuestra insignificancia
y todas sus preguntas ignoradas,
el color infinito que nace en tus ojos
y se pierde al amanecer,
cuando la brisa llega y nos encuentra entrelazados,
sudando desconciertos,
sujetando los segundos que anteceden al espasmo;
así nos convertimos en los sueños prohibidos de un niño
que se ahoga en la sangre de los Andes,
donde un torrente de salmones nada ciegamente,
cuidando en sus entrañas el último sueño
sin perder la sonrisa en la derrota de las rocas
o en los días en que nada pasa por mis venas,
excepto la semilla hiriente de la miseria en esta parte del mundo,
donde existimos tú y yo y otros pedazos
de los que intento prescindir cada mañana,
cuando el país me da en la cara
y es un instinto extrañar el calor de tus manos
en el ecuador de mis angustias,
entre líneas olvidadas de un párrafo brillante
de autor desconocido,
desterrado a pasar la noche allá afuera
en la garganta de ese saurio triste que devora la duda,
que aplaca su ansia con niños que descubren la verdad antes de tiempo;
todos son lejanos motivos para intuir tu presencia
acá en mi cama solitaria,
regresando de mí mismo,
imaginando tu sonrisa rota
por el frío temblor que te recorre
cada vez que te descubres humana
y por eso pides monedas en todas las esquinas,
y retratas a Dios con los dedos
en la pared de ese preso
que compone sinfonías después de las torturas
y me dice al oído que no es tarde,
mientras yo me extingo en estos días de cosecha bajo el sol
y resucito cada noche a partir de tu nombre,
sobre el mar o la arena,
en los sagrados temblores
de un dolor original.
Sin palabras
(Porque no tengo otras palabras
para decir cómo te amé)
La polilla fugitiva de la luz,
el regreso del que ya nadie recuerda,
las ramas que no crujen en el bosque,
el grito solitario de un asceta.
El niño dormido en su escondite,
el perdón que llegó tras la condena,
las veces en que he dicho lo contrario,
los parques que ya no conoceremos.
El día después del fin de la lluvia,
las manos de piedra de la lavandera,
el árbol que crece en la tumba sin nombre,
los besos que quedan cuando ya nada queda.
Despedida insomne
Sin entender.
Amanecer sin entender.
Preguntar por el eterno regreso de las aves migratorias.
Tener por toda respuesta la inútil promesa del azar
y recordar un pecho abierto inalcanzable,
contraseña de una noche perdida
en la memoria de un dios insomne.
Sí.
Telemann agoniza en un charco que se evapora
y otro zorzal se ha ceñido una corona de espinas.
Es el sol que calcina los rincones indefensos,
la razón que golpea las paredes.
Decidir abortar sin dolor esa pregunta,
derrota de la obsesión a manos de la nada.
Desterrar de la memoria todas las palabras que no dijiste
y escuchar al pastor que predice eclipses y pleamares
bajo la almohada de alguien que ya no espera.
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