domingo, 1 de mayo de 2011

Me llamo Ernesto

Me llamo Ernesto es el título del artículo que apareció ayer en El País tras la muerte de Sabato, y en el que se extraen algunos pasajes de Antes del fin, libro a medio camino entre las memorias y la reflexión filosófica humanista. Fue entonces inevitable agarrar ese libro otra vez, hojearlo, releer las partes subrayadas, recordar la época de mi vida en la que lo leí. Son conmovedores sus recuerdos de la niñez, el sentimiento de abandono, soledad y desarraigo tras el viaje desde su pueblo (Rojas) a la ciudad de La Plata para iniciar sus estudios secundarios, a los 11 años. Es especialmente desgarrador el episodio en el que, apenas llegado a la ciudad y buscando disipar la melancolía, se va caminando solo al Bosque de La Plata para pintar paisajes con unas sencillas acuarelas que había traído de su pueblo, y de pronto aparece un grupo de adolescentes mayores que le arrebata y destruye su paleta, sus pinceles y su botella de agua, riéndose del niño pintor que queda llorando. Es recurrente en el libro el deseo de volver a la niñez (tema de uno de mis primeros posts), la nostalgia por ese mundo puro ya desaparecido. Y atravesando la mirada retrospectiva del octogenario que medita y recuerda, hay un pesimismo inquebrantable. Sus observaciones sobre la barbarie actual, el deterioro de la humanidad, son muy simples (algunas, como las ecologistas, son hasta ingenuas), pero no menos contundentes: el abuso cotidiano a los débiles, la corrupción que pudre todo, la ausencia de valores o conciencia. El punto que llama la atención es que para Sabato ese escenario, en el que la mayoría se mueve y funciona, porque ha terminado por aceptarlo como inevitable, como normal, es absolutamente inaceptable y entonces es la causa de su indignación y su depresión perpetuas. No lo lleva al inmovilismo, porque tiene una fundación que hace obra social, y no deja de llamar a las cosas por su nombre cuando le preguntan, pero es claro que Sabato no aprendió a caminar sobre cadáveres, que es a fin de cuentas lo que nos toca hacer; metáfora terrible de la vida, extraída de los campos de guerra y exterminio, pero no por eso menos cierta.
A veces he pensado que la tristeza imbatible de Sabato en parte se explica por el hecho de haber sido un científico puro y exacto (obtuvo un doctorado en Física en Argentina y llegó a ser investigador visitante del Laboratorio Curie en París). La búsqueda de demostraciones sin grietas, de sistemas en equilibrio, sin excepciones que salpiquen dudas a las teorías, leyes y principios, puede haber determinado su estructura de pensamiento, al punto de no dar por encontrada una solución mientras ésta no fuera estable y armónica: un perfecto imposible. No lo convenció el camino de salida que propone Gramsci: “El pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad”. O sea, el niño con el balde intentando vaciar el mar, sabiendo que no es posible, pero sin perder la sonrisa. Sabato llega a reconocer el valor –estético y axiológico– de esta actitud cuando dice que la mayor nobleza de los hombres es levantar su obra en medio de la devastación, sosteniéndola infatigablemente, a medio camino entre el desgarro y la belleza, pero aparentemente no lo convencía del todo, no lo suficiente para espantar a la nube negra.
Hoy soy enemigo de la religión, pero alguna vez estuve cerca de ella. Uno de mis últimos contactos fue a través de un grupo de estudiantes universitarios vinculados a una izquierda cristiana, dirigida por jesuitas. Eran tipos simpáticos, cultos, abiertos al debate y comprometidos con la justicia social, por eso me atrajo el grupo. Una vez fuimos a un retiro a una casa-hacienda a las afueras de Lima. La idea era no llevar libros y –lo supe una vez allí– tampoco conversar con los compañeros de retiro espiritual en los largos momentos de caminatas reflexivas en ese paisaje agreste al pie de los Andes. Obviamente, desobedecí. Se me ocurrió llevar El Túnel, y me dediqué a leerlo con fruición en los ratos en los que supuestamente debíamos leer los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, textos que –la verdad nos hará libres– eran bastante sosos y repetitivos. La lectura de la pasión obsesiva y finalmente destructiva del pintor Juan Pablo Castel por María Iribarne, la mujer que miró un detalle de la esquina de su cuadro en una exposición, me parecía bastante más atractiva que la elaboración de una oración para pedirle a la virgen María la gracia de Jesús Cristo para saber reconocer y aborrecer mis pecados. Al día siguiente de llegar me di cuenta de que me había equivocado al ir a ese retiro. Y sospecho que ellos también se dieron cuenta de que fue un error invitarme, no sólo porque defendí y practiqué el derecho a conversar con los otros muchachos, sino porque el día de regreso, cuando el bus que nos llevaba quedó atollado y uno de los jesuitas decidió pedir un auto que viniera a recogerlo, fui yo quien comenzó el cantito de “predica y no practica” que pronto retumbó en el bus.
Cuando estuve en Buenos Aires en el 92 fui en peregrinación al Parque Lezama, para caminar por los lugares donde comienza la historia de Sobre héroes y tumbas, una novela compleja, genial, que intranquiliza y deja asuntos pendientes. Esa tarde, en medio de un parque enorme, con árboles centenarios, estatuas clásicas, grupos de estudiantes de todas las edades y un par de pichangas en juego, por un momento pude encontrar la identidad de ese escenario y recrear las conversaciones únicas entre la inefable Alejandra y el pobre Martín, siempre mediadas por la figura ubicua de Bruno. Hace unos meses volví a pasar por allí y no pude sentir lo mismo. No sé si fue porque las tardes de domingo son muy distintas a las otras tardes, o porque los nuevos habitantes (inmigrantes bolivianos, peruanos y paraguayos, cuyo abuso se denuncia en Antes del Fin) han modificado la identidad del parque, o simplemente porque la suciedad y el deterioro han borrado las huellas reconocibles. No lo sé, quizás esta vez pasé muy deprisa. Quizás me faltó la calma para sentarme en un banco, tranquilo, y esperar sentir la sensación en la espalda de que había alguien mirándome, tratando de comunicarse conmigo.

6 comentarios:

  1. Encontré este blog por nuestro gusto compartido por Paul Auster y lo encontré muy interesante. Quisiera seguir visitándolo. Saludos.

    PD: También va mi homenaje para un grande cómo lo fue Sábato.

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  2. Gracias xixe por tu comentario. En la larga lista de temas por tocar en un futuro post está algo de Paul Auster. Espero que no tarde mucho. Saludos.

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  3. Señor Gianoli,
    Si yo hubiera tenido la experiencia que usted tuvo, yo también sería una persona enemiga de la religión. Mejor me explico, SOY una persona enemiga de la religión y de los religiosos, pero no de Dios o como sea que usted quiera llamar a la persona ésa en la que usted no cree. Estoy de acuerdo con el que dice que el ir a un colegio católico es garantía de volverse ateo. Yo tambien tuve la ansiedad durante mi adolescencia de acercarme a Dios y la unica guía que obtuve provino de unas monjas locas y malgeniadas que en vez de compartir una vivencia conmigo me dieron un librito ridículo de un Concilio X para estudiar y otro panfletito de oraciones que uno tenía que repetir miles de veces para recibir la gracia de Dios.

    Para suerte mía, un viejito muy sabio me explicó que culpar a Dios de la MIERDA que vemos en la Iglesia y en la "religión" es como culpar al buen samaritano que regala su mejor casaca a un tipo en la calle que tiene frío, porque éste segundo tipo comete un atraco usando la casaca ésa: El donante es acusado y condenado porque todo el mundo reconoce la casaca que él regaló. Mi visión no atea del cosmos ha causado que muchos de mis compañeros con educación científica me miren tal vez con compasión y no me tomen en serio. Yo, por mi parte, agradezco a Dios, el que yo pueda verle escondido en la creación. La sonrisa asalta mis labios cuando me pongo a pensar en ese Dios del que hablo, riéndose a carcajadas de nuestras teorias de física y biología, y soltando de vez en cuando una nueva pistita, para su propio entretenimiento..... o tal vez para alimentar a nuestro espíritu cientifico y a nuestro ego que se engrandece tremendamente cuando decubrimos un hilito más del telar infinito del conocimiento del Universo. Ojala, Ernesto, que en un día cercano, tal vez mientras que mire a través de los lentes de un microscopio, sienta usted esa sensación en la espalda y se le escape una sonrisa al encontrarse con una "bromita" indescifrable, un acertijo científico enviado desde allá arriba. Tal vez lo invada ese calorcito especial al descubrir que no sólo lo están mirando, si no que Alguien se está diviertiendo a costa de usted.

    "Human beings, vegetables, or cosmic dust, we all dance to a mysterious tune, intoned in the distance by an invisible player"

    Albert Einstein

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  4. Estoy de acuerdo con Quino....

    http://arassara.files.wordpress.com/2009/05/quino-fisica.jpg

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  5. Agradezco te hayas tomado el tiempo de escribir ese comentario. Seguramente habrá gente que esté de acuerdo con sus contenidos.

    Yo no culpo a ese hipotético dios de la porquería casi absoluta que ha significado la religión en la historia de la humanidad. Son cosas diferentes. Mi reprobación principal es hacia la religión, y aparentemente en eso estamos de acuerdo. Respeto que otras personas tengan fe en un dios creador (y hasta inteligente), del mismo modo que respeto a los que creen en los cerros, el rayo, el jaguar, el sol o la luna como divinidades con las que es posible entablar un vínculo (sea unidireccional o bidireccional). En su fuero interno cada uno es libre de armar el sistema de ideas o creencias que quiera para darle estructura o sentido a su vida. Y si al hacerlo esa persona se siente feliz y no perjudica a nadie, yo aplaudo.

    En todo caso, si ese hipotético dios existiera, creo que preferiría que en lugar de enviar acertijos a un vulgar científico como yo, se dedicara a usar sus facultades o poderes para que los niños no padezcan de cáncer, no mueran de hambre, o sean torturados o violados. Entonces se ganaría mi respeto.

    Aclaración. La sensación en la espalda de ser observado se refiere al personaje Martín, en las primeras escenas de la novela. No había implicaciones metafísicas en ese texto.

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  6. Gracias por la aclaración, no había entendido bien el texto.

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